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 domingo, 10 de octubre de 2004

El juez ordena soltar y grita: "Señores, hay riña"

La jornada se inicia con las primeras luces del día. Luego de unos kilómetros se observan las instalaciones de una empresa abandonada. La presencia de varios autos estacionados entre los árboles indica que la actividad ya comenzó. Dentro del galpón están instalados dos reñideros. Del marco superior de la abertura de la puerta cuelga el soporte de la balanza. El gallo que pende de él pesa unas 5 libras y es anotado para enfrentarse con otro del mismo porte. Las voces comienzan a elevarse, una riña que se está desarrollando en el cuadrilátero de la izquierda se pone brava.

El cuadrado demarcado por dos caños que sostienen una tela plástica, se encuentra alfombrado con dos tramos de colores distintos. Recibe una iluminación perfecta dada por el fluorescente que se ubica directamente sobre él. Por fuera de estos dos metros cuadrados, sentados en unos improvisados bancos hechos con tablones puestos sobre llantas viejas, se encuentran los emocionados asistentes. "Así se hace gallo", "Ese es mi gallo", "Dale gallito", es el ánimo que el elegante animal de cinta verde recibe de sus espectadores. Su contrincante, de cinta roja, oculta su cabeza bajo las plumas del primero. Para los que saben su suerte está echada. Pero nada está dicho sobre estos valientes luchadores. Una y otra vez arremeterán para demostrar su calidad y preparación.

En el piso se siente la caída de dos pequeños cuerpos. La riña de al lado involucra a dos aves de menos peso. Con sus caídas las apuestas aumentan: "Diez al tuyo", "Yo voy con otros cinco", dice el que lo acompaña. Al preguntar por el impacto que se siente cuando las aves ruedan, dirán: "Eso pasa porque no están en forma. Cuando el animal está bien preparado su descenso es flexible, elástico". El ambiente es tranquilo y amistoso. Los comentarios rondan los torneos por venir y las últimas sorpresas en cuanto a derrotas. Se empieza a percibir el olor al fuego recién encendido, los choripanes para el mediodía no pueden faltar.

Una riña acaba de dar como ganador al de la cinta roja. El acuerdo se cerró por un 70 por ciento. El contrincante debió haberse retirarse antes, pero el orgullo y la confianza en su pupilo no se lo permitió. El reloj debe volver a cero para que comience la que sigue. Los dueños, con las aves vueltas a pesar, son llamados a calzarlas. Las tareas son grupales; mientras uno sostiene al gallo, el otro pasa dos veces una cinta adhesiva por las patas del animal, sobre ellas colocará un poco de cera de panal amasada como una bolita que actuará a modo de soporte de las púas. Luego varias vueltas de cinta las ajustarán a las poderosas extremidades. Será el turno del juez de limpiarlos, hoy, con un trozo de esponja empapada en alcohol diluido con agua.


Rendirse jamas
Los gallos han sido puestos en el reñidero y el juez da la orden de soltarlos. Pasados los segundos reglamentarios y los topes necesarios declama: "Señores, hay riña". Los ejemplares son ágiles y fuertes, se encuentran bien entrenados, preparados para la contienda.

Los gritos del otro lado desvían las miradas. El enfrentamiento no tiene descanso y aunque los competidores están heridos y agotados, no se rinden. Uno de ellos se detiene, comienza a descender su cabeza. El juez llama a conteo. El silencio se agiganta, todos observan cómo el animal sin retirarse del centro comienza a resignar la lucha. Sólo se escucha el conteo. El gallo en pie es el ganador y lo vitorean como tal. El otro es retirado bajo miradas de preocupación, parece tener una pata rota.

En el reñidero de la izquierda el clima es cordial y ameno. Las bromas llenan el aire. Todos comentan los movimientos del de las patas amarillas y cinta verde. Y el gallo es el justo destinatario de esos halagos. En los momentos posteriores al primer tiempo de descanso (cuando son refrescados) le asesta un puazo al adversario que da por culminado el encuentro. El sale ileso. Está listo para mayores desafíos.

La mañana se va imponiendo y los gallos la perciben. Desde todos los rincones del lugar se hacen escuchar. Algunos viajaron en ventiladas cajas de madera, otros en bolsas de resistente material plástico. Se alborotan con la excitación del lugar. Los cantos se multiplican, al igual que la concurrencia. Los hombres van llegando y las charlas se prolongan. Si es un problema de pilas, a no preocuparse, hay repuestos. Pero no es nada de eso, sólo fue una de las tantas bromas de las que los presentes se hacen víctimas uno de otros. Sí, la mayoría son hombres, desde adolescentes a caballeros con años de experiencia. La asistencia femenina no está restringida, pero en este encuentro sólo se contará con la presencia de una fémina, una "abuela" que hace sentir su voz entre las otras.

En los reñideros los gallos entrelazan sus cuellos buscando el equilibrio para asestar un nuevo ataque. Las plumas están en tensión, desplegadas, soportando el peso para liberar las patas en el ataque. Luego volverán al roce directo, al contacto. Se arrinconan contra los laterales y la audiencia se fervoriza. Se cae una piquera y la duda surge: "Qué hacemos, la paramos?". "No", dice el juez. En estos casos se debe tener la siguiente piquera lista y una vez que se levanta el gallo, sin detener el reloj, se repone el protector perdido y la disputa continúa.

Las piqueras son un elemento que llama la atención. Son perfectas y diminutas, calzan perfectamente en el pico del animal. Es un protector bucal que cuenta con una pequeña superficie que se proyecta hacia el interior del pico, y dos pequeños orificios a cada lado, que suben por los laterales, de los cuales se ata la piquera a la cresta con un hilo de algodón o de plástico. Las piqueras viajan en un pequeño attaché junto con las tijeras, la cinta y los dispositivos de primeros auxilios. Todos los gallos son revisados por sus dueños y entrenadores; una vez que abandonan la contienda se les practican las curaciones necesarias para a continuación guardarlos en sus respectivos medios de transporte.

Todos saben que para estar en el lugar se debe pagar una entrada. Una cantidad mínima (diez pesos) que se destina en parte al lugareño y a otras posibles necesidades. Pero el cobro no es compulsivo ni es exigido en la entrada. La forma de pago parece consensuada y se hace como cualquier intercambio carente de objeciones.

Se acerca el mediodía y en las afueras se preparan pequeñas mesas de picnic. Los amigos se sientan alrededor y disfrutan de la conversación. Se intercambian recetas, técnicas de entrenamiento y planean futuros viajes. Los próximos grandes torneos se acercan y los comentarios sobre los posibles asistentes, de notoria fama, le agregan una emoción extra. La jornada se extenderá hasta las 17 o 18 horas, dependiendo de la cantidad de gallos que sean presentados. Es tiempo de preparación, de puesta a punto, de selección. Adentro las voces crecen, los encuentros mantienen la calidad de los primeros. En lo que va de la mañana ningún luchador se ha retirado y la lista de espera es larga.

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