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 domingo, 02 de diciembre de 2007  
Interiores: experiencia

Jorge Besso

Los dos sentidos fundamentales del concepto de experiencia remiten por una parte a una práctica prolongada en una determinada actividad. Por otra, tener conocimiento de la vida a partir de las circunstancias vividas. A estos dos se le agrega un tercero que habla de la experiencia con respecto a alguien que ha pasado por algún acontecimiento determinado y que le ha dejado una huella imborrable.

Hay una especie de culto a la experiencia que, inevitablemente, resulta un tanto antipático entre los jóvenes, carentes por definición de tan prestigioso recurso, y por lo tanto condenados a soñar con que llegue el momento de tener la tan mentada experiencia, justamente el día en que quizás se sueñe con volver a ser jóvenes. La valoración de la experiencia hace que alguien pueda ostentar un plus de verdad cuando habla, actúa o decide desde la experiencia, expediente invalorable que le permite saber de antemano el curso que van a seguir las cosas.

Una versión más o menos soberbia del saber por experiencia es aquella que canta: cuando vos vas yo vengo. Sentencia más bien descalificadora del otro que prácticamente no puede esgrimir su observación o su reflexión sobre un acontecimiento determinado ya que su punto de vista carece de la súper visión que tiene aquel que ya ha visto cómo es la secuencia que continúa al hecho o al motivo de la discusión o análisis. ¿Cómo es que lo sabe? Es que en tanto está recorriendo el camino de vuelta ya sabe cómo son las cosas por haber dejado atrás el camino de ida. Se los conoce como los agentes sociales que, justamente, están de vuelta de todo.

Otro dicho que viene a agregar agua al molino de la experiencia es aquel que dice que “el zorro sabe más por viejo que por zorro”. Con lo que nos venimos a enterar que estamos frente a un zorro viejo que es con quien se puede asimilar a un viejo zorro como el personaje que habita en un ser con experiencia. Sin distinción de géneros, claro está, porque las expresiones zorra vieja o vieja zorra tal vez no sean equivalentes pues pueden aludir a cosas distintas.

Quizás la cuestión central sea que el truco en esta vida sea resolver la opción (agregada a la célebre duda de Shakespeare de “ser o no ser”) entre estar de ida o estar de vuelta. La cuestión no es para nada simple ya que si estamos de ida siempre sabemos poco, y si estamos de vuelta sabemos demasiado. Es posible que una de las primeras cosas que debiera enseñar la experiencia es precisamente que es casi imposible estar de vuelta, ya que esta vida (con toda probabilidad la única que nos toca en suerte o en desgracia) consiste en un camino de ida hasta que se llega al punto de no retorno. Estar de vuelta de todo, es decir haber recorrido ya todos los caminos de ida, tal vez sea un intento de esquivar el único destino cierto, o sea la muerte, pero muy probablemente al alto precio de habitar el cementerio antes de tiempo.

Tal vez por esto Agustín Alvarez, uno de los ilustres representantes de la generación del 80 entre el siglo XIX y XX en nuestro país, definía a la experiencia (con la fina ironía que lo caracterizaba) como un regalo que recibimos in articulo mortis.

De las tres experiencias referidas al comienzo, sin duda que la más controvertida es aquella que habla o acaso “da clases” desde el supuesto conocimiento de la vida. Es que la experiencia consiste en un saber relativo, que en todo caso ha visto caer los saberes absolutos, que sin lugar a dudas es una de las enfermedades predilectas de los humanos. El saber de la experiencia es relativo al menos por dos razones. En primer lugar porque la experiencia en su archivo de hechos y saberes no puede incluir al azar. Esto último muy a pesar de los determinismos totales, tanto religiosos como cientificistas, que sueñan con una realidad bajo control: tener todo bajo control es el sueño de los dictadores que sin embargo no están exentos de lo impensable y de lo imprevisible, ya que en definitiva a cualquiera, y por lo tanto también a ellos, hasta se les puede escapar la tortuga como ilustra el notable dicho popular.

En segundo lugar el saber de la experiencia es un conocimiento con respecto “a lo de afuera”, o a lo que puede suceder con tal proyecto o propuesta, en definitiva con relación a los otros. Pero por lo general no está incluido el conocimiento de sí mismo. La experiencia que importa es la que posibilita aprender siempre, tanto de las cosas como de uno mismo, ya que la realidad siempre puede tener sesgos inesperados, así como hay pliegues de nuestra alma que nos pueden llegar a sorprender. En cambio los que están de vuelta, en rigor ya no tienen más experiencias, permanecen encapsulados en la reiteración y en la soberbia.




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