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 domingo, 25 de noviembre de 2007  
Ceará la tierra del sol
El estado del norte de Brasil es un destino fascinante y poco explorado aún por los turistas argentinos

Jorge Salum / La Capital

En el municipio de Aracatí, a 156 kilómetros de Fortaleza, hay un lugar escondido entre las dunas y el mar. Alguien decidió llamarlo Canoa Quebrada. Lo primero que impacta es ver el mar y las playas desde una montaña de arena fina y blanca. Son dunas imponentes que funcionan como miradores naturales.

Es imposible no sobrecogerse ante ese escenario dibujado sobre el fondo de un mar verde azulado. El sol brilla sobre ese bello paisaje marítimo desde las cinco de la mañana. El viento, que no para nunca de soplar, ayuda a atenuar el calor. No es poco, ya que a esta altura del año el termómetro llega a máximas de 35 grados y jamás baja de los 25. El viento marítimo fastidia al principio, pero enseguida será como un bálsamo que viene desde el océano.

En esa parte del continente apenas explorada por los argentinos el invierno se distingue del verano sólo porque es la única época del año en la que llueve, y nunca demasiado. Sólo hay que cuidarse de los rayos ultravioleta, que son como un láser que no perdona, y después hay que disfrutar: una caipirinha, un peixe a la parrilla, la playa, una puesta de sol, una caminata nocturna por los estrechos senderos que deja libre la marea alta.



Atractivos junto al mar

Hay algo misterioso en esas playas. Y no sólo allí sino en toda la costa de Ceará, desde Icapuí hasta Pontal das Almas. Porque Canoa es apenas uno de los atractivos del estado. Hay otros, y no todo es mar y playas. En el interior profundo hay un mundo por descubrir, un destino que espera con los brazos abiertos. Vale la pena adentrarse en él. Habrá recompensa.

Con un litoral de casi 600 kilómetros, las costas del norte brasileño tienen poco que envidiarle a otros grandes destinos del país, tanto más familiares para los argentinos. A Ceará la llaman la tierra del sol, aunque algunos cearenses prefieran una expresión parecida: "A terra da luz". Sería ocioso explicarlo.

En todo caso, el viajero comprobará las razones ni bien pose sus pies sobre Fortaleza, la capital del estado, la gran metrópoli de esa zona de Sudamérica donde el mapa hace una curva hacia la izquierda y el Atlántico se ensancha hasta el infinito.



Una metrópolis abierta

Fortaleza es la quinta capital de Brasil. Ni bien se llega al aeropuerto Pinto Martins la ciudad se abre, receptiva, con un abanico de propuestas para la diversión y el descanso.

Una interminable línea de edificios sigue la línea de la costa y apunta sus balcones hacia el océano. Son moles revestidas con cerámicos y azulejos, iguales a los edificios de Lisboa que John Berger describe en "Aquí nos vemos", sólo que más modernos. Alguien explica que las torres se revisten para combatir los efectos de la sal que el viento arrastra desde el mar. Quizás no importe la razón sino el sello arquitectónico que esa barrera contra la salinización imprime a la ciudad. Como en la lejana y bella Lisboa.

Los portugueses pusieron por primera vez sus pies sobre Fortaleza hace 300 años. Después vendrían años de lucha con los holandeses para controlarla. En el centro de la ciudad todavía hay vestigios de aquellos tiempos. Como la Fortaleza de Nossa Senhora da Asunçâo, donde fue fundada en abril de 1726. Hay otros, aunque a cidade probablemente jamás atraería a viajeros de otras partes del mundo por esos antiguos edificios ubicados en la zona vieja, sobre las avenidas Caminha, Anta y Monsenhor Tabosa.

A los habitantes de Fortaleza les gusta decir que la ciudad es la capital de la alegría. Durante el día las playas invitan al encuentro con olas suaves que bañan sus costas desde Iracema hasta la extensa Praia do Futuro, bien al este, donde la ciudad comienza poco a poco a extinguirse.

Entre ellas, Meireles y Mucuripe se dan un abrazo simbólico con la ciudad en el área donde ésta es más ciudad que en ninguna otra parte.

La Ensenada do Mucuripe es puro movimiento, sobre todo cuando el sol comienza a caer, apenas después de las 5 de la tarde. En el mar, decenas de jangadas en las que los pescadores arriman su cosecha hacia la urbe se entrecruzan siguiendo rutas invisibles hacia los muelles. En la playa y la avenida Beira Mar, la más animada, la gente va y viene mientras los artesanos se preparan para montar la feirinha. Es el infaltable mercadito desmontable de chucherías y baratijas que los artesanos instalan cada día en el encuentro con Desembargador Moreira, la avenida que conduce hacia la movida nocturna.

Sobre Beira Mar están los grandes hoteles y los mejores restaurantes y churrascarías.

Allí todo es una fiesta para la vista y el paladar. Los frutos de mar brillan con luz propia en un menú que prefiere la cocina autóctona sin desdeñar de los platos internacionales.

No faltan de todos modos las pizzerías, que tanta saudades provocan en los argentinos cuando están fuera del país. Pero nadie que pase por Fortaleza debería privarse de una buena peixeada, célebres por su abundancia y también por su variedad.



Más allá de la ciudad

Pero Fortaleza es sólo un punto de llegada para partir luego hacia otros sitios. "Sol y playas. Nuestro destino se destaca por eso", asegura el Secretario de Turismo de Ceará, Bismark Maia. Hacia ellas hay que huir cuando antes porque allí espera un litoral mágico, misterioso e irresistible. Tanto como uma garota o uma caipirinha gelada.

Hay que viajar hacia la Costa del Sol Naciente o la Costa del Sol Poniente. Allí está el encanto, las maravillas del Estado más arenoso de Brasil, la tierra del mango y las castañas de cajú, de las arenas de colores y las lagoinhas.

Ya se habló de Canoa Quebrada, un sitio descubierto por los hippies en los años 70. A pesar de que es apenas una villa de tres mil habitantes, ofrece muy buena infraestructura para los visitantes. "Tenemos excelentes restaurantes, buenas bajadas a la playa y sobre todo gente muy hospitalaria", cuenta Luis Nogueira, dueño de uno de los paradores e integrante del Comité de Emprendedores de Canoa.

En Canoa hay 44 posadas de distintas categorías. Uno de los atractivos que la distinguen son los paseos en boogie por la playa hasta Ponta Grossa. Son 36 kilómetros bordeando el mar para llegar a un punto geográfico solitario y misterioso.



"¿Con o sin emoción?"

Lo mismo sucede si se viaja desde Canoa hacia el oeste a través de un desierto de arena, siempre en boogie, hasta llegar a la desembocadura del río Jaguaribe. "¿Con emoción o sin emoción?", preguntarán los conductores de los pequeños vehículos antes de partir. La respuesta del viajero determinará el vértigo que le impriman a sus bólidos a través de caminos invisibles que se pierden en la nada.

Desde el manso encuentro del Jaguaribe con el mar se pueden hacer paseos en barco hasta Aracatí, la ciudad de las iglesias y las artesanías, patrimonio de Brasil y célebre por su carnaval. Cosa rara.

De regreso en Canoa, cuando cae la noche, la animada rúa Broadway se convierte en el centro de la diversión. Son apenas unas cuantas cuadras, una peatonal a la que sin embargo no le falta nada para descansar del implacable sol y extender hasta cualquier hora madrugadas llenas de mística, música y patas de cangrejo acompañadas por la enésima caipirinha.



Del Naciente al Poniente

Volviendo hacia Fortaleza aguardan más y más sorpresas. Como Praia das Fontes y Morro Branco, en Beberibe, a 85 kilómetros de la capital.

En el Parque das Fontes, en Beberibe, las arenas petrificadas constituyen un atractivo extra. Ni hablar de las artesanías que los nativos realizan con arenas de 15 colores dentro de recipientes de vidrio. Las meten a presión y es imposible imaginar cómo logran las figuras que las decoran.

Los guías, en tanto, conducen por un laberinto de dunas y cañones de arena petrificada. Las llaman falezias. El nombre no importa, ni su significado, sino su belleza.

En Aquiraz, a 22 kilómetros de Fortaleza, aguarda otro rincón sorprendente. Es el Beach Park, un sitio que hermana a la playa con un gigantesco parque acuático. Alrededor, uno de los emprendimientos inmobiliarios más incipientes de Ceará se levanta frente al mar, bello y cautivante.

Hacia la Costa del Sol Poniente, Cumbuco, Lagoinha, Mundaú y Jericoacoara extienden la oferta de destinos imperdibles. Una sorprendente combinación de dunas, playas primitivas, coqueirais (bosques de palmeras), ensenadas y lagunas proponen un escenario impactante. Naturaleza salvaje, en estado puro, que invita a la aventura.

Dicen que Ceará ofrece 2.800 horas de sol al año. Tan seguros están los cearenses sobre las bondades de su clima que acaban de inventar el Seguro Sol. "El período de playa va desde las 11 a las 16. Si en ese lapso llueve por más de dos horas , dos días, en un paquete de siete noches, devolvemos el dinero e invitamos al turista a volver con todos los gastos a cargo nuestro", explica el Secretario de Turismo, Bismark Maia.

Por algo tenían que llamarla como la llaman: la tierra del sol.
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