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domingo,
25 de
noviembre de
2007 |
Esa amable curiosidad
Federico Donner
Ensayo. Cosmopolitismo, la ética en un mundo de extraños, de Kwame Appiah. Katz, Buenos Aires, 2007, 242 páginas, $ 41.
Sin llegar a ser necesariamente autobiográfico, Kwame Anthony Appiah comparte con el lector la experiencia de su doble origen ghanés y británico. Su multiculturalismo no proviene, como en el caso de la mayoría de los pensadores occidentales, de una toma de posición luego de una larga formación académica e intelectual. Su Kumasi natal lo acostumbró, casi sin que él mismo lo percibiera, a la convivencia y al diálogo entre vecinos ashantis, musulmanes y cristianos.
No es casual, entonces, que Cosmopolitismo busque reflexionar acerca de las obligaciones éticas que tienen los hombres que se consideran “ciudadanos del mundo” con respecto a los habitantes menos favorecidos y más relegados de las economías de los países centrales.
Para Appiah, un cosmopolita es, fundamentalmente, un hombre que siente curiosidad, respeto e interés por las formas de vida y valores de cualquier comunidad de hombres. El cosmopolitismo implica una actitud comprensiva hacia los comportamientos que puedan resultarnos más extraños e incluso revulsivos. Es una invitación a pensar que muchos de nuestros hábitos y valores son tan convencionales y locales como puede ser la creencia de los ashanti en la brujería.
Appiah intenta ubicarse más allá y más acá de la polémica que se abre entre los defensores a ultranza del relativismo cultural y los etnocentristas que consideran bárbaro todo comportamiento extraño a los hábitos típicamente occidentales.
Amparándose en la tradición del pragmatismo anglo-norteamericano —fundamentalmente, en su versión del giro lingüístico—, Appiah hace hincapié en las dificultades que experimentan los propios occidentales a la hora de intentar establecer principios morales universales que fundamenten sus conductas más usuales.
Como buen pragmatista, explica que la aprobación o el rechazo que experimentamos ante los hechos de la vida cotidiana están más relacionados con un origen convencional —nuestras costumbres— que con principios derivados de la razón. No es que no existan principios universales. Todas las culturas valoran la benevolencia, la veracidad, la caridad, el coraje, a la vez que todas rechazan la crueldad, el asesinato de inocentes, la haraganería, etcétera. El problema radica en qué significa para una cultura benevolencia, quién es una persona inocente, cuáles son las prácticas de mutilación que pueden considerarse litúrgicas (o meramente de gusto estético) y cuáles aberrantes.
Para Appiah, las dificultades dialógicas entre culturas occidentales y no occidentales no radican en una ausencia de principios universales sino en la convivencia y en la costumbre. Cuando hablamos con un extraño es probable que no cambie nuestra opinión sobre nuestros comportamientos, pero sí podremos comprender las razones por las cuales el extraño se conduce en la vida de tal o cual manera. Esa comprensión trae como consecuencia que consideremos a esos hombres como nuestros semejantes, por lo que nuestras obligaciones morales respecto a ellos serán de la misma importancia que las que experimentamos por nuestra familia, nuestros vecinos y connacionales.
La actitud cosmopolita implica una obligación moral de los occidentales libres para con sus vecinos más lejanos, sin que por eso debamos renunciar a nuestras convicciones que, cree Appiah, son universales. Así, distinguiendo entre aquello que, por un lado Occidente considera correcto por mera costumbre (es decir, cuyo origen es fundamentalmente irracional) y, por otro lado, aquellos principios universales que constituyen una obligación moral insoslayable, el pensamiento de Appiah busca articular una teoría y una práctica de la comprensión de los valores y de la diferencia con un proyecto universal y coherente. Sin dudas, ahí radica la apuesta del cosmopolitismo.
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Ser en el mundo. Appiah rastrea la trama que conforma la actitud cosmopolita hoy.
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