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 domingo, 25 de noviembre de 2007  
Desaparecidos. Ana Testa estuvo detenida en la Esma durante la época más dura de la represión ilegal
La santafesina que puso en jaque al torturador Febres
La mujer, oriunda de San Jorge, declaró como testigo en el juicio que se le sigue al ex prefecto

Luis Emilio Blanco / La Capital

“Estaba nerviosa, temerosa. La persona que dice que no tiene miedo está loca. Hay un antes y un después de Julio López”, dijo Ana Testa a La Capital frente al Tribunal Oral Federal Nº 5 luego de declarar como testigo en la causa que se le sigue al ex represor Héctor Febres.

   Exactamente el día en que se cumplían 28 años de su secuestro, el martes 13 de noviembre, Ana, oriunda de San Jorge, le contó al tribunal lo que sabía del ex prefecto acusado de numerosos casos de privación ilegal de la libertad y tormentos, por lo que la querella solicitó 25 años de prisión.

   “No creo demasiado en la Justicia. Pero aunque tenga 150 millones de años, seguiré declarando para que se sepa la verdad de lo que ocurrió con mis compañeros”, fue lo primero que le dijo al tribunal.

   Luego les explicó a la fiscalía y a los defensores que “él (Febres) tiene un privilegio tan maravilloso del que no gozaron los miles de compañeros que pasaron por los centros clandestinos de detención y no pudieron sobrevivir. Nadie los está agrediendo. Se cumple con la ley aunque tuvimos que esperar 28 años”.

   “Ese día estaba con una dosis de incredulidad —contó después— porque tuve que esperar tantos años para poder aportar algo para que se haga justicia con un tipo que conocí, vi permanentemente durante mi cautiverio y observé cómo actuaba; que sabe lo que pasó con mis compañeros y recién lo juzgan ahora”.

   Aunque sorprende la serenidad del relato, en el rostro de esta mujer de 53 años se dibujan las marcas del pasado, aquellas que la obligan a poner blanco sobre negro para contrastar las realidades de una sociedad que aún no procesó su historia más reciente. “Tienen el privilegio de decir que están protegidos por un artículo de la Constitución que indica que no pueden obligarlos a declarar en su contra y están detenidos entre sus pares en celdas Vip, con todas las comodidades y en su lugar de trabajo”, protestó.

   “Lo meritorio es lo nuestro —destacó—; ellos se van muriendo, no hablan y dificultan la posibilidad de armar esta historia. También niegan la oportunidad de devolver la identidad a los chicos que nacieron allí y aún desconocen su origen. Al menos tendrían que tener un mínimo de condición humana y, en el ocaso de sus vidas, decir lo que saben”.

   Luego reflexionó: “Sólo se juzgó a (Adolfo) Scilingo, en España, y en Argentina a (Miguel) Etchecolatz, un cana, y después a un cura (Christian von Wernich). Todavía no tocamos a ninguno de los que planificaron el exterminio masivo y el terrorismo de Estado, o los creadores ideológicos y los que lo llevaron a la práctica”.

   Ana es testigo en las causas de Adolfo Miguel Donda (su torturador), Oscar Rubén Lanzón (quien fue conocido en la Esma como Horacio Guratti), Ricardo Cavallo, Juan Antonio Azic y Antonio Pernías.

   Con indignación, consideró que “en la legislación argentina hay cosas raras, como el hecho de que da lo mismo un tipo que mató a cinco mil que otro que mató a uno solo, y que cuando llega a los 70 años sale, se va a vivir a su casa tranquilo con patio, jardín; hace sus cosas y cría pajaritos. Eso es injusto, me parece que cuando le dan perpetua se tienen que morir en la cárcel”.

   “Con la inseguridad que existe estamos muy angustiados —prosiguió—, pero cuando debíamos juzgar a estos genocidas y cortar desde la raíz, los seguimos dejando que hicieran escuela, que formaran a otros durante 30 años”.

Sobre esto, precisó: “Todos se dedicaron a negocios turbios: Donda laburaba con Yabrán, Cavallo, Redice y una lista muy extensa de represores desarrollaron negocios oscuros entramados con sectores de poder y de gobierno durante todos estos años”.



La maternidad. “Los del 79-80 sabemos cosas de Febres por lo que nos contaban los más viejos. Ellos hablaban de La Maternidad. Era el lugar de privilegio para las embarazadas, incluso las de otros centros de detención. Se decía que él fue el encargado de esa organización. Secuestraban a muchas mujeres embarazadas, y ese era su destino”, memoró.

   Ana trazó un perfil de Febres: “Era un tipo de características desagradables; tenía aspecto de persona sucia. Estuvo desde el inicio. Por lo que hablé con los demás que estuvimos en la Esma, sé que estos comenzaron sus actividades en ese lugar en el 76 y permanecieron hasta el 81. La dedicación era de tiempo completo”.

   También mencionó que la imagen que reflejaba Febres era la de un personaje siniestro. “Por el lugar en el que estaba lo tenía que ver sí o sí. Tenía asistencia perfecta, lo veía todos los días y era muy desagradable. Una persona que debió tener muchos complejos con su propia identidad porque permanentemente disfrutaba al maltratar y hostigar a quienes desarrollábamos trabajos en condición de esclavos”.

   Ana compartió su estadía en la Esma con Josefina Villaflor y su esposo, José Hazán; Elsa Martínez, Enrique Ardetti, Sara Ponti, Jorge Pared, Juan Carlos Chiaravalle, Fernando Brodsky, Pablo Lepíscopo, Ida Adad, Graciela Alberti y su esposo Ricardo el Negro Soria, Nora Wolfson y Juan Anzorena, entre otros.

   “Hay 16 compañeros con quienes compartí cinco meses, que tenían la misma posibilidad de haber salido con vida. Yo salí y ellos no. Por ellos, por mi marido, mi cuñado, mis compañeros de otros momentos de mi vida militante, hoy desaparecidos, y más allá de mi historia personal, voy a contar lo que sucedió durante toda mi vida”, sostuvo con emoción.
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“Seguiré declarando para que se sepa la verdad de lo que ocurrió con mis compañeros”, dijo Ana.

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