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 domingo, 25 de noviembre de 2007  
Desfiles

Jorge Besso

Hay desfiles de muchas clases, organizados, desorganizados, civiles, militares, de todas las edades, en todo tiempo y lugar y de todos los tamaños. Bien se podría decir que el humano es un ser que desfila por naturaleza, no por su naturaleza biológica sino por su naturaleza social que es por donde se trama su existencia. En cierto modo la cosa es doble ya que en ocasiones somos nosotros los que desfilamos, y en otras, seguramente las más, somos los espectadores obligados del algún desfile.

   Uno de los desfiles que nos rodea es el desfile del tiempo con sus sumas de instantes y de años con una velocidad creciente a medida que cada cual avanza en su paso por este mundo. Una cosa es apercibirse del inexorable paso del tiempo, algo que al humano le ocurre cada tanto observando a sus hijos o a sus padres o a los amigos, o bien lo que suele ser mucho más duro, mirándose al espejo (es muy distinto ver el desfile de los instantes como un tren que pasa sin poder subirse, y así sucesivamente). Quizás sea uno de los peores desfiles que se puedan espectar por ese aire de contundencia que tiene el tiempo en su marcha implacable y que muestra que, si bien a esta vida nos traen (encima sin consultarnos), luego hay que subirse a ella.

   De todos los desfiles posibles, que son más bien difíciles de clasificar en su extensión y variedad, hay dos tipos que se pueden recortar por sobre los demás:



  • El desfile de los sujetos.

  • El desfile de los objetos.

      

     En la vida de cada uno van desfilando variados personajes, algunos durante mucho tiempo, otros durante toda la vida, más los que aparecen y desaparecen ya sea por extinción o por cualquier otra razón, pero que en cualquier caso muestran las afinidades y las diferencias que nos ligan a los demás con los innumerables cambios que se van produciendo con la inevitable sucesión de los años. Todo esto debiera mostrar que siempre se puede vivir de otra manera. O más aún, que en realidad el otro siempre vive de otra manera. Como corresponde a la diversidad humana.

       También el desfile de los objetos es incesante a lo largo de la existencia. Sobre todo en un mundo llamado global en el cual la reproducción y extinción de los objetos aumenta cada vez más su velocidad que de por sí ya era creciente. Tal ritmo de circulación en los mercados y en los hogares va mostrando desde hace ya mucho tiempo que en el mundo de los objetos las novedades son quizás bastante más frecuentes que en el mundo de los sujetos, en tanto y en cuanto la aparición de nuevos modelos hace que las cosas envejezcan con una velocidad que desconcierta. Lo que de una u otra manera lleva a cambios y alteraciones en los hábitos de los sujetos, muchos de los cuales desarrollan su lucha particular, tan vana como legítima, para no seguir el ritmo del desfile de los objetos con sus usos y desusos.

       Un ejemplo de lucha notable en este plano la llevan los “maronitas” (que habitan en el sur de nuestro país), una comunidad religiosa que vive en el mundo tal cual era antes de la electricidad, en un coto cerrado y austero en el que se ahorran el desfile de los objetos y de las tentaciones constituyendo un universo en orden y sin progreso y por lo tanto sin alteraciones. Salvo que se meta Harrinson Ford como en “Testigo en peligro”, aquella película donde lo que se puso en peligro en realidad fue la estabilidad de aquellos humanos estables, habitantes de un coto similar.

       Como se sabe la televisión, sobre todo a partir de la TV cableada, aporta día a día las 24 horas un desfile inabarcable de canales en los que a su vez desfilan personajes, imágenes y noticias en una acumulación tal que la línea divisoria entre la realidad virtual y la realidad real es cada vez más fina, o en ocasiones indiscernible. En cierto sentido, en medio de tantos desfiles no deja de ser un milagro que cada día al despertar recordemos quienes somos, que esa seguridad continúe durante la jornada y que además se renueve la jornada siguiente.

       De todos los desfiles quizás el más importante y muchas veces el más inquietante es el desfile interior. Con él y por él vivimos en medio de una danza de imágenes en la que la razón y la imaginación se disputan el sentido y el equilibrio en la vida. Como sentencia el dicho popular, muchas veces la procesión va por dentro. En ese caso se amplia tanto la distancia entre lo interno y lo externo que hay que cuidarse de que el repliegue interior no sea excesivo al punto de transformarse en una huida hacia adentro como los “maronitas”, con el riesgo constante de que se nos escape la vida mirando el desfile de los instantes.




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