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 domingo, 11 de noviembre de 2007  
Proponen un “impuesto a la belleza”
El escritor Gonzalo Otálora describe con humor sus desventuras en su libro “Feo”

La Real Academia Española es implacable. Feo o fea, significa lisa y llanamente “desprovisto de hermosura y de belleza”, en su primera acepción y en la segunda, “que causa desagrado y de aspecto malo”. Por lo tanto, si cualquier humano lo toma al pie de la letra y se instala bajo ese adjetivo el devenir diario no será seguramente sencillo. “Encontré en el humor la forma de salir del sufrimiento”, asegura Gonzalo Otálora, autor del libro “Feo”, donde relata sus tortuosas y horrendas experiencias escolares, sexuales y de convivencia hasta que pudo quererse y sentirse lindo o normal. Es decir hasta que consiguió dejar de transitar desde lo opuesto, pero no fueron pocos los años que le consumió este camino del que ahora disfruta con su libro bajo el brazo.

   La tarea no fue fácil y mientras tanto su infancia y adolescencia se parecieron más al infierno que al sitio mágico donde viven los niños y púberes. “Cuando empecé a ir al colegio, ahí sentí que era el estúpido de la clase, cualquier cosa que decía era motivo de broma, y de cargadas permanentes. Imaginate, con anteojos culo de botella, ortodoncia y lleno de granitos, era el objeto de la las gastadas”, confía el escritor y periodista, de paso por Rosario. El pibe, claro, se enojaba y arremetía a las piñas con todo el mundo. Pero con malos resultados ya que ni siquiera ganaba una pelea.

   La etapa del secundario agudizó las cosas, y el centro de la angustia giraba alrededor “de las minas”. “A mí me dejaron plantado en todas las esquinas de Buenos Aires, era imposible, siempre me daban un teléfono falso y no había celulares”, confiesa sin medias tintas. Entonces su debut sexual fue con una prostituta. “Todos los feos estamos tan desesperados que a veces elegimos el peor camino. Para colmo las prostitutas cuando se acuestan con un feo no se mueven y leen el diario”, recuerda sin ironía y con gusto amargo.

   Cuatro años le llevó poder encontrar una cama amigable, y acercarse a los placeres sexuales sin horarios ni aranceles. “En ese período comencé a darme cuente de muchas cosas y a quererme de a poco. No hay cirugía, ni gimnasio, ni dieta, ni nada, solamente hay que quererse mucho y levantar la autoestima, que en mi caso durante años la tuve por el piso”, aconseja.

   Ahora, con la publicación del libro cuyo prólogo está escrito por un paladín de la belleza, Gastón Pauls, llegó el tiempo de revancha. Ahora el hombre se siente “un chico normal”, se terminaron las búsquedas incesantes y desesperadas de los teléfonos del sexo opuesto. Ahora, puede discutir qué es ser bello o no, problemática que abordaron varios filósofos del planeta. Sin embargo, en su blog y en su libro pregona a cuatro vientos: “Las bromas hirientes que atormentaron toda la mi infancia me enseñaron a despreciarme frente al espejo, considerándome un inservible y creyendo que mi aspecto era un obstáculo para ser feliz hasta que un día dije basta”.

   Más aún, viene el tiempo de la venganza. Gonzalo Otálora pide al gobierno un impuesto a la belleza para subsidiar a los feos, porque, según argumenta el escritor, “ser lindo es una ventaja natural”. Pero más allá este disparador que da pie a la polémica, el joven admite que tanto la hermosura como la fealdad son construcciones sociales de las cuales también es posible apartarse.


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