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viernes,
28 de
septiembre de
2007 |
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Charlas en el Café del Bajo
—Hace unos días, una lectora hacía referencia al no cumplimiento del anhelo de la familia de Fontanarrosa de donar, en pesos, lo correspondiente a ofrendas florales al Hospital de Niños.
—Sí, ello en relación con una carta del doctor Imhoff, publicada por este diario en la sección Carta de los Lectores, en el que aclaraba que la institución no había recibido nada.
—Bueno hay otra carta que dice lo siguiente: “Me agrada mucho que las familias, en este caso la de Fontanarrosa, pida que donen el valor de las coronas a determinadas instituciones. No creo que haya mala intención en quienes no han colaborado (todos). Pretender que cada uno vaya expresamente al Hogar del Huérfano, al Hospital de Niños o donde sea, a realizar una donación es cuanto menos un exceso de intención. Todos, quien más quien menos, estamos a las corridas, con obligaciones de todo tipo, cada vez más sumergidos en este tratar de vivir y cumplir con todo, con todos. Creo que debería instrumentarse la donación y en las mismas salas velatorias exista la posibilidad de realizarlas, para que los deudos controlen finalmente las recaudaciones y destinos elegidos previamente. Es una gran oportunidad perdida, en este caso especial, donde llegó gente de todo el país que gustosamente habría colaborado, mas allá de la figuración, es de esperar que se eviten estas situaciones en el futuro. Jesús María Salazar”.
—Bueno el lector, con esta carta, nos introduce en un tema muy interesante, ¿no es verdad, Candi?
—Un tema que nos da para varias charlas. En primer lugar, quiero decir que sin ninguna duda el hecho de no haber enviado las donaciones al hospital, tal como fue el deseo de la familia del Negro, no supone mala intención. Y es cierto lo que dice el lector: “Todos estamos a las corridas, con obligaciones de todo tipo, cada vez más sumergidos en este tratar de vivir y cumplir con todo, con todos”. Quiero salir del tema Fontanarrosa, para no incurrir en el error y el mal gusto de hacer referencia a un caso puntual en donde, es cierto, no puede hablarse de mala intención. Sin embargo, cuando leía la carta de este lector me acordé de las palabras del rabino Daniel Dolinsky en la ceremonia del Iom Kipur del sábado pasado. Decía el rabino, tal vez con otras palabras, pero creo que con el mismo sentido, que el Rosh Hashaná (Nuevo Año) y el Iom Kipur (Día del Perdón) son días en donde se reflexiona no sólo sobre las cosas que se hicieron mal, sino sobre aquellas cosas buenas que pudiéndose haber hecho no se hicieron.
—¡Cuánta verdad! Ahora la idea del lector, de recaudar en las salas, es buena.
—Todos (me incluyo) estamos a las corridas, sumergidos en el cotidiano batallar para sacar nuestras vidas adelante. Y no tenemos malas intenciones, no queremos hacerle mal a nadie y tal vez los más virtuosos no le hagan daño a nadie, pero las exigencias de la vida moderna, la falta de tiempo, muchas veces tampoco nos permite hacer el bien si esa acción nos queda a contramano o compromete las prioridades. Lo que deberíamos preguntarnos, no obstante, es si esas prioridades siempre justifican el “no puedo”.
Candi II
([email protected])
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