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domingo,
28 de
enero de
2007 |
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Charlas en el Café del Bajo
-Continúo con otra parte del escrito de Gastón, el lector de 26 años que nos escribió: "Siempre pienso en el deber que tenemos todos de corregirnos, de ser mejores, pero eso lleva tiempo y es duro el camino, es mucho más fácil dejarnos llevar por la necedad, la comodidad, hipocresía, por todas las características de la mayoría. Y sí, es la mayoría. Mirando con atención a los demás, si somos inteligentes, podemos corregir nuestros errores, como sumar "virtudes". Porque hay personas bondadosas, virtuosas, están por ahí, no son tantas como sus contrarias, pero existen".
-Yo diría, que hay una mayoría "anestesiada", inmovilizada, encandilada por las falsas luces. Lo que en efecto comparto con Gastón es que el camino del cambio es algo duro. ¿Y por qué iba a ser de otro modo? No podría serlo, porque precisamente la virtud se alcanza mediante cierta pena. Pero hablaré de lo que ayer quedó inconcluso. Todo cambio en la vida, cambio de cualquier tipo (sea que uno quiera elevarse espiritualmente, mejorar su situación personal en diversos aspectos, o alcanzar determinadas metas) implica un esfuerzo. Casi siempre este esfuerzo está determinado por dos impulsos: físico y mental. Y el empleo del vigor físico o mental para conseguir algo o vencer dificultades no es placentero. Desde el mismo inicio de la vida del ser humano Dios le dice a éste: "Hasta para comer tendrás que sudar". Muchos teólogos han visto en esto un castigo divino por el primer pecado. Prefiero verlo como una gracia concedida para la ascensión. No hay mejora, por tanto, sin esfuerzo y sin relativa pérdida de placer. Pero esta pérdida de placer no es absoluta ni permanente, porque el placer del "mientras tanto", está dado por la esperanza, por la visualización en el horizonte del resultado que se quiere lograr y el placer definitivo se produce en el instante de alcanzar el propósito. Esto por un lado.
-¿Por otro?
-Por otro está lo que decíamos ayer. La virtud que se quiere alcanzar, a la que alude el joven que nos escribió, o el problema a subsanar en la vida de una persona, son metas que a veces no son fáciles de conseguir, pero es un primer paso importante conocer el problema, la magnitud del mismo o la meta deseada. En el plano espiritual y mental se aligera la carga cuando se la conoce y se la reconoce. Yo soy un pecador, el reconocerme pecador por sí mismo no me salva, pero predispone mi espíritu para la salvación y se aligera mi carga. En el plano psicológico sucede lo mismo: al fin se cual es mi trauma, en que consiste mi problema. Eso no me cura, pero predispone al "yo" para la curación, para saber como se debe dominar, manejar, a ese sujeto llamado trauma hasta que el "yo" se libere definitivamente de él. Conocer el destino facilita el viaje. Termino diciendo que creo en el advenimiento del Mesías, pero también creo en ese Mesías que a cada rato, incansablemente, golpea en la puerta de los corazones. Algunas se abren, otras se entreabren y una voz pregunta: ¿quién es?. Otras jamás se abrirán. En la vida (¡y porque se puede!) cada uno elige la meta y el camino a seguir.
Candi II
-Continúo con otra parte del escrito de Gastón, el lector de 26 años que nos escribió: "Siempre pienso en el deber que tenemos todos de corregirnos, de ser mejores, pero eso lleva tiempo y es duro el camino, es mucho más fácil dejarnos llevar por la necedad, la comodidad, hipocresía, por todas las características de la mayoría. Y sí, es la mayoría. Mirando con atención a los demás, si somos inteligentes, podemos corregir nuestros errores, como sumar "virtudes". Porque hay personas bondadosas, virtuosas, están por ahí, no son tantas como sus contrarias, pero existen".
-Yo diría, que hay una mayoría "anestesiada", inmovilizada, encandilada por las falsas luces. Lo que en efecto comparto con Gastón es que el camino del cambio es algo duro. ¿Y por qué iba a ser de otro modo? No podría serlo, porque precisamente la virtud se alcanza mediante cierta pena. Pero hablaré de lo que ayer quedó inconcluso. Todo cambio en la vida, cambio de cualquier tipo (sea que uno quiera elevarse espiritualmente, mejorar su situación personal en diversos aspectos, o alcanzar determinadas metas) implica un esfuerzo. Casi siempre este esfuerzo está determinado por dos impulsos: físico y mental. Y el empleo del vigor físico o mental para conseguir algo o vencer dificultades no es placentero. Desde el mismo inicio de la vida del ser humano Dios le dice a éste: "Hasta para comer tendrás que sudar". Muchos teólogos han visto en esto un castigo divino por el primer pecado. Prefiero verlo como una gracia concedida para la ascensión. No hay mejora, por tanto, sin esfuerzo y sin relativa pérdida de placer. Pero esta pérdida de placer no es absoluta ni permanente, porque el placer del "mientras tanto", está dado por la esperanza, por la visualización en el horizonte del resultado que se quiere lograr y el placer definitivo se produce en el instante de alcanzar el propósito. Esto por un lado.
-¿Por otro?
-Por otro está lo que decíamos ayer. La virtud que se quiere alcanzar, a la que alude el joven que nos escribió, o el problema a subsanar en la vida de una persona, son metas que a veces no son fáciles de conseguir, pero es un primer paso importante conocer el problema, la magnitud del mismo o la meta deseada. En el plano espiritual y mental se aligera la carga cuando se la conoce y se la reconoce. Yo soy un pecador, el reconocerme pecador por sí mismo no me salva, pero predispone mi espíritu para la salvación y se aligera mi carga. En el plano psicológico sucede lo mismo: al fin se cual es mi trauma, en que consiste mi problema. Eso no me cura, pero predispone al "yo" para la curación, para saber como se debe dominar, manejar, a ese sujeto llamado trauma hasta que el "yo" se libere definitivamente de él. Conocer el destino facilita el viaje. Termino diciendo que creo en el advenimiento del Mesías, pero también creo en ese Mesías que a cada rato, incansablemente, golpea en la puerta de los corazones. Algunas se abren, otras se entreabren y una voz pregunta: ¿quién es?. Otras jamás se abrirán. En la vida (¡y porque se puede!) cada uno elige la meta y el camino a seguir.
Candi II |
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