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domingo,
22 de
octubre de
2006 |
Editorial
Las heridas ocultas de la crisis
Las consecuencias de la debacle que golpeó a la Argentina en 2001 se extienden mucho más allá de la esfera puramente material. Un especialista que participó del Congreso de Psicología realizado en Rosario señaló con precisión las preocupantes modificaciones registradas en la psiquis de los argentinos. Cuando en diciembre de 2001 el sistema de convertibilidad crujió y se desmoronó, la debacle económica se transformó en desastre social. La caída del gobierno aliancista -con la recordada fuga del presidente De la Rúa en helicóptero como patético corolario- se produjo en medio de un escenario caótico, con la muerte enseñoreándose de las calles y la confianza popular en las dirigencias políticas definitivamente quebrada, sentimiento que se reflejó en la dramática e inolvidable consigna "que se vayan todos".
Pero las huellas del desmoronamiento fueron mucho más allá de lo que reflejaron el crecimiento de los índices de pobreza, indigencia y desempleo hasta un nivel cercano al de las nubes, el recambio de jefes de Estado como si fueran figuritas de un álbum y el incremento de los precios de los productos de la canasta básica imitando el de los peores picos inflacionarios de la historia nacional. Después que las aguas se calmaron en el plano institucional y que las heridas sangrantes de la economía comenzaron a cicatrizar lentamente, los males quedaron enquistados -sigilosos, pero potentes- en la psiquis de los argentinos.
En un reportaje que publicó este diario el pasado jueves, el prestigioso médico y psicoanalista Emiliano Galende -uno de los disertantes del I Congreso Nacional y II Regional de Psicología organizado por la Universidad Nacional de Rosario- emitió un diagnóstico preocupante y que merece seria reflexión: con la crisis "aparecieron nuevos trastornos psíquicos: ansiedad, depresiones, pánico, angustias atípicas, desórdenes de conducta ligados a trastornos de la personalidad". Las definiciones del prestigioso especialista fueron aún más allá cuando narró el ascenso que se registró en los casos de violencia familiar y la consecuencia inmediata que disparó semejante dosis de conflictos: el auge de la venta de psicotrópicos.
El desalentador panorama que describió Galende no es fruto de la casualidad sino de la conjunción de dos factores que, sumados, constituyen un coctel devastador: más exigencia y más soledad, en el marco de una sociedad donde las relaciones interpersonales y los espacios de contacto humano han sido progresivamente lesionados. Las crisis de pareja se posicionan como otro factor de creciente incidencia, vinculado sin dudas a un paisaje donde la inestabilidad y la precariedad se volvieron rutina.
No resulta sencillo sugerir recetas para enfrentar los daños sin caer en la puerilidad o en las recetas banales de la autoayuda. Ante la fragilidad del trabajo, el amor también se tornó frágil y crear lazos sólidos es mucho más difícil. Acaso uno de los secretos, tal cual lo propuso Galende, sea construir vínculos más igualitarios, respetuosos y solidarios. El país logrará escapar definitivamente de las garras del abismo no sólo cuando quienes lo conducen acierten con el rumbo a seguir, sino cuando la gente -desde abajo- señale con lucidez y pasión el camino.
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