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 domingo, 22 de octubre de 2006  
El 9 de octubre el régimen comunista probó bajo tierra un arma atómica
Seúl vive sin miedo la amenaza del Norte
El nuevo peligro nuclear no alteró la vida de la capital de Corea del Sur, ubicada a sólo 50 km de la frontera

Ramiro Trost (*)

Seúl. - La vida en Corea del Sur sigue como si nada hubiese pasado pocos kilómetros al norte de la frontera, pese a que el pasado 9 de octubre el Norte hizo su primer ensayo nuclear. Los surcoreanos se han acostumbrado a vivir en estado de armisticio, acuerdo con el que culminó el conflicto bélico de tres años que devastó toda la península entre 1950 y 1953.

No cesaron las clases en las escuelas, los comercios no cerraron sus puertas, el tránsito infernal no tuvo ni un segundo de respiro y el consumismo frenético de los coreanos del sur no supo de pausas. Seúl es una gran ciudad con más de 10 millones de habitantes, los que, junto al resto de los 37 millones que vive en otras partes del país, han incorporado a su diario vivir las amenazas y provocaciones del Norte. Sólo pequeños grupos de veteranos de guerra que ya han pasado los 70 años se han congregado para quemar banderas norcoreanas y fotos de Kim Jong Il, el líder norteño.


Pujanza al sur, hambre al norte
Las nuevas generaciones no vivieron la devastación total, el hambre y la muerte que trajo el enfrentamiento fraticida. Hoy, Corea y su gente disfrutan del bienestar y las ventajas de ser una de las diez economías más importantes del mundo. El furor por la educación, un índice de desempleo que apenas llega al 2 por ciento y una sólida base industrial que le permite exportar al mundo entero autos, celulares, computadoras y pantallas planas de televisión, son apenas algunos datos del presente de Corea del Sur. Pero a menos de 50 kilómetros al norte de la pujante Seúl, la hambruna acecha y las armas abundan.

Es difícil comprender la realidad de la península coreana sin remitir al desarrollo que ha tenido el mundo desde el fin de la II Guerra Mundial. Una Corea siguió los designios del capitalismo mientras que varias bases militares estadounidenses se diseminaban por su territorio. Hay más de 30 mil soldados de EEUU listos para entrar en combate. Esto no es trivial, ya que es Estados Unidos quien tiene el control operacional de la situación en caso de un conflicto bélico.

La otra Corea se aferró al comunismo, pero de una manera tan férrea que incluso quedaron atrás las reformas y la apertura que implementaron en los últimos años China y Rusia. Norcorea está detenida en los orígenes de la Guerra Fría y hoy la fortificada frontera intercoreana que establece el paralelo 38 es el último vestigio de esa era de intrigas y de espionaje. Norcorea ha ideado su propia ideología, denominada juche, que significa autosuficiencia, respaldada por un culto a la figura del padre fundador del país, Kim Il Sung, declarado "presidente eterno" (formalmente aún es el primer mandatario, NDR), y luego de la muerte de éste en 1994, a la de su hijo, Kim Jong Il, el "querido líder".

Luego de la prueba nuclear efectuada por el régimen de Pyongyang, las sensaciones más comunes entre los surcoreanos pasaron de la sorpresa al enojo, pero no llegaron en ningún momento al temor o el pánico. La irritación se debe a una sospecha que cada vez parece estar más confirmada: la millonaria ayuda humanitaria que año tras año envían el gobierno y grupos civiles del Sur se desvía invariablemente hacia el ejército y la cúpula gobernante del Norte. Los surcoreanos se sienten, sobre todo, defraudados. Muchos impuestos que pagan van a parar a programas de asistencia a Norcorea, pero como respuesta al gesto sólo ven cañones que apuntan al Sur y se enteran de aventuras con ensayos nucleares de dudosa sofisticación tecnológica.


El drama de los refugiados
Mientras, miles de norcoreanos llegan cada año a Surcorea desde distintos países del nordeste y sudeste asiático en busca de refugio, una mejor asimilación al país debido a la compatibilidad étnica y la esperanza de un futuro mejor. La reinserción en el Sur es muy difícil y traumática, pero es siempre preferible antes que el hambre y el silencio.

Aunque no se mencione en las noticias políticas de cada día que informan sobre el conflicto ni sea tema de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, ése es el gran problema del que nadie habla: los millares de refugiados que deambulan por la inmensa China y tratan de entrar a alguna embajada con la última ilusión de llegar a Surcorea y lograr asilo, representan un factor de gran inestabilidad potencial para el país receptor.

Son refugiados políticos y anónimos que tratan de escapar de la miseria. Tal vez, sean el signo más evidente de lo que podría suceder si colapsara el régimen norcoreano y millones se lanzaran hacia China y Corea del Sur. Pero esa instancia parece estar muy lejos, al menos mientras Norcorea siga ganando pequeñas batallas con sus juegos peligrosos, que le permiten mantenerse desafiantemente a flote.

Porque las armas, a diferencia de Irak, están allí y Estados Unidos lo sabe. Los surcoreanos también lo saben pero prefieren seguir aferrados a la retórica de la hermandad con el Norte y la futura reunificación, que durará mientras ésta no afecte demasiado la comodidad y el bienestar económico que disfrutan hoy.

(*)Periodista de KBS World Radio, Corea, y corresponsal de la BBC en Seúl.
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Veteranos protestan en Seúl contra el dictador Kim Jong Il.

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