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 domingo, 22 de octubre de 2006  
Interiores: destinos

Jorge Besso

La pasión humana por el destino es posible que tenga la misma edad que la humanidad, cifrada en varios miles de años a lo largo de los cuales siempre se ha tratado de disipar el enigma por el porvenir. Los antiguos oráculos y los más modernos horóscopos son consultados para saber anticipadamente el curso de las cosas, del mismo modo que hay videntes que saben anticipar el futuro, o aquellos que leen el destino en las líneas de las manos, como también los que saben lo que los naipes anuncian según cuáles sean los que van saliendo del mazo y en qué orden, además de la tradicional bola de cristal.

Lo cierto es que son todos dispositivos que se utilizan para ver el destino del consultante que hasta es capaz de pagar para eliminar la incertidumbre. Como se sabe el humano no se lleva demasiado bien con la incertidumbre y en cambio clama por certezas, a pesar de que las benditas certezas en definitiva son más bien malditas ya que las únicas certezas "ciertas" radican en la muerte, en primer lugar, y en ciertas formas de la locura en el segundo. En el sentido de que ciertos delirios o alucinaciones tienen tanto o más realidad que las percepciones habituales.

Aun así, muchos de esos artilugios son buenos para tratar de licuar y disolver la incertidumbre, pero quizás el más esplendoroso de todos sea la famosa bola de cristal. Casi todos los demás dispositivos son una interpretación, ya sea del movimiento y la secuencia de los naipes, de la lectura de las líneas de las manos, o del tránsito de los astros que de pronto protegen y representan buenos augurios, o por el contrario presagian lo peor. En cambio con la bola de cristal la cosa es muy distinta ya que no se anda con vueltas interpretativas, sino que la magnífica bola es una super o una hiper percepción con la capacidad de ver lo que va a pasar, que para nada es lo mismo que interpretar las señales de las cosas. Por lo general, las interpretaciones no están exentas de posibles malos entendidos, o del cambio de humor de algún astro, lo que tampoco en última instancia no es imposible.

Lo cierto es que cuando se habla del destino al menos dos sentidos se ponen en juego:

u El final de algo o alguien.

u La dirección que tiene o sigue algo o alguien.

En los accidentes o en las tragedias estos dos sentidos coinciden en la medida en que la dirección que llevaba el avión, el auto, el tren o el autobús no termina en el destino que se había prefijado, sino en el destino final de la muerte. De los dos sentidos mencionados, sin lugar a dudas, el más fuerte y que porta más carga de verdad es el primero que es precisamente el que sentencia que detrás de cada viviente hay un destino que espera agazapado el momento de su realización. Es una idea que aparece como evidente en sí misma, sin necesidad de ninguna demostración, ya que a la vista, especialmente de la fatalidad, emerge la certeza de que dicha fatalidad ya estaba escrita, y por lo tanto lo único que faltaba era su inexorable conclusión.

Sin embargo tanta evidencia acumulada no debiera impedir el cuestionarse de dónde viene tanta seguridad de que hay un destino escrito para cada uno; lo que de ser así, cada paso y cada decisión no hacen más que acercarnos a nuestro destino inevitable. La explicación de tanta seguridad reside probablemente en la certeza instalada en nuestro pensamiento de que a la causa le sucede el correspondiente efecto, de forma tal que causa y efecto conforman un matrimonio de alta estabilidad. Las enfermedades proceden de esta forma, aunque en variadas ocasiones la medicina suprime el efecto aun sin conocer la causa.

En el terreno de la economía la relación causa efecto suele estar impregnada de cierta incertidumbre en tanto y en cuanto interviene el factor humano capaz de alterar cualquier causalidad supuesta de antemano. Sea como sea cuando se va desarrollando el camino de la causación (de lo cual la mayor parte de las veces no estamos advertidos) se trata de un camino que va de la causa al efecto, y en todo caso de efectos que se convierten en causas de otros efectos. Pero hay en esto un problema de punto de vista que, como se sabe, pueden ser muy variados.

Los variados puntos de vista se pueden organizar básicamente en dos:

u El punto de vista del después de que las cosas han sucedido.

u El punto de vista del antes de que las cosas sucedan.

El primero es un análisis cuando el problema ya está, es decir cuando la causa produjo el efecto. Si estamos frente a un caso en el que se conoce dicha causa, la relación causa efecto es inexorable, con lo que profundizando sobre dicha relación podemos alcanzar una comprensión acabada del problema.

En cambio, situados en el segundo punto de vista, el encadenamiento entre causa y efecto puede tener y tomar alternativas distintas en el sentido de que es un camino que no está trazado porque no está escrito. En definitiva, es como cantan Machado y Serrat: El camino se hace al andar, y al andar se hace camino.

Con toda probabilidad la vida nos somete a una doble incertidumbre: nada está escrito de antemano en una dirección determinada ni tampoco existe la bola de cristal para conocerlo con anticipación. Pero aun suponiendo que lo hubiera, y que tal bola mágica cayera en nuestras manos, ¿podría cambiar un destino ya escrito y por tanto determinante de las circunstancias que van a suceder? Seguramente la respuesta es que no, de lo contrario sería un destino poco serio. Lo que tratándose de destinos es más bien grave.

Ciertamente estamos sometidos a múltiples determinaciones, tanto internas como externas, pero nunca está dicha la última palabra. Esa, la última palabra, es nuestro turno, con ella podemos confirmar el sometimiento, o por el contrario trabajar por nuestra libertad.
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