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 sábado, 21 de octubre de 2006  
“El saber académico debe articularse con el social”
La socióloga Alcira Argumedo quiere redefinir los estudios académicos

El contexto de revisión de las políticas públicas aplicadas en el país en la década del 90 es una oportunidad propicia, según expresa la socióloga Alcira Argumedo, para la redefinición de los esquemas educativos que impactaron en la enseñanza, tanto en la escuela como en la universidad.

Docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA), e investigadora del Conicet, Argumedo disertó el martes pasado en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNR, en el marco de una serie de debates "para un nuevo proyecto de universidad” organizados por la agrupación Martín Fierro de esa facultad.

—En momentos donde se discuten las leyes educativas de los 90, ¿qué aspectos deberían debatirse sobre el futuro de la universidad?

—Yo creo que en general los grandes lineamientos de un modelo de universidad dependen, no de manera esquemática, de cuáles son los ejes de un modelo de sociedad. No por casualidad, no se puede concebir la reforma universitaria si no es en el marco del proceso de democratización de la década del 10 y la elección de Yrigoyen. Y así, en las distintas etapas donde se pueden ver grandes cambios en un modelo de sociedad, se pretende que la universidad también los acompañe. Yo creo que realmente en este modelo neoliberal, con sus niveles de exclusión, era evidente que la universidad masiva era anacrónica. Por decirlo simple, si hay 4 millones de familias con déficit de vivienda, y el modelo de sociedad quiere cubrirlo, se necesitan muchos arquitectos, sobre todo si se van a hacer buenas casas de bajo costo, y no esos barrios catastróficos racistas que se hacen. Ahora, si sólo se van a construir countries, shoppings y viviendas de lujo, sobra el 80 por ciento de los arquitectos. Y lo mismo pasa con las otras disciplinas.

—¿Cómo se instaló esa visión en el ámbito de las universidades?

—El tema es que el modelo neoliberal, para evitar grandes conflictos, originados por los recortes presupuestarios como el que intentó hacer López Murphy, promovió lo que yo llamo la política de la rana. Si se quiere hervir una rana viva, no se la puede tirar directo al agua caliente, porque esta salta instintivamente. En cambio, si se la pone en agua fría con un fuego lento, cuando se quiso acordar, la rana ya está cocinada a punto. Y yo creo que esto fue lo que pasó en la universidad, que se la fue lentamente degradando y deteriorando, recortando su presupuesto, degradando su infraestructura, y promoviendo una política distractiva, que se vio bien patente en el campo de las ciencias humanas y sociales. Política distractiva que daba cuenta que la hegemonía del neoliberalismo no era sólo económica, sino que incluía una filosofía del mundo.

—Con lo cual el discurso que penetró en otros estamentos públicos también llegó allí...

—Claro, porque de alguna manera la presencia del Banco Mundial presionó, a través de incentivos, una fragmentación de las ciencias, de manera tal de crear expertos, que saben mucho de un tema pero sin capacidad de desarrollar un pensamiento crítico. Por lo tanto, la idea era la segmentación, la “hiperespecialización de los especialistas”, y esto acompañado de sucesivas modas intelectuales, que habían roto con la idea de los sujetos colectivos y la posibilidad de un cambio. Entonces venían los posmodernos hablando del fin de los grandes relatos, y los posmarxistas que planteaban situaciones similares, como que “el poder no estaba en ningún lado”. Fueron una serie de aspectos en los cuales las universidades no tuvieron ninguna participación. Y que estuvieron distraídas en este tipo de debates correspondientes a distintos matices de esta hegemonía liberal, desde lo económico y lo filosófico, mientras se estaba desintregrando el objeto de estudio que era la sociedad.

—¿Cuándo muestran esta debilidad los estudios sociales?

—Esto comenzó a hacer agua en los últimos años del siglo XX, y los inicios del XXI, cuando se vieron las falencias y la poca consistencia de estos conceptos, y la universidad empezó a entrar en crisis porque se quedó sin respuestas. Por la desintegración y por la emergencia de fenómenos para los cuales esta categorías no daban cuenta ni por casualidad. Y ni hablar del surgimiento de nuevos movimientos en Latinoamérica, que actualizan en sus discursos a Martí, San Martín, Bolívar y Simón Rodríguez...

—¿Se puede avanzar en este debate, que implica una línea de pensamiento, sin alterar la autonomía?

—Acá hay un debate que se debe la universidad acerca de hacia qué país se va, y entonces vas a tener dos proyectos cuanto mucho. Porque no son inocentes estas decisiones. La universidad puede ser autónoma, y en uso de ella tomar la decisión de destinar un núcleo importante de su masa crítica a determinados proyectos sociales. Cosa que no solamente es una ventaja para los sectores sociales, sino un aprendizaje para los universitarios mismos. Porque cuando hablamos de conocimiento, el conocimiento académico solamente adquiere su potencial cuando se articula con los saberes sociales y culturales, en una jerarquía equivalente.

—¿Qué decisiones deberían tomarse para profundizar esto?

—Creo que, de manera urgente, hay que superar la segmentación de las ciencias sociales, y tener un conocimiento en qué mundo estamos parados, porque no puede ser que en Argentina haya un desconocimiento tan altamente preocupante de la realidad latinoamericana. Si se toma a un alumno de los últimos años de cualquier carrera de las ciencias sociales, y se le pregunta qué pensaba San Martín o Belgrano, no saben qué responder. Por eso es necesaria una formación integral en historia para todas las carreras, sea cual fuere su disciplina. Debe ser como saber la tabla de multiplicar, básico. Y segundo, entender que cambió el tipo de conocimiento fragmentado, que ya no sirve más. Estamos generando cabezas obsoletas, porque como los cambios son de carácter integral, se requieren miradas integrales, que después se especialicen.

—¿En qué tema concreto se debe trabajar desde la universidad?

—Yo creo que la clave está en la integración, en donde las universidades cumplen en este aspecto un rol fundamental. Porque ningún país latinoamericano aisladamente tiene los recursos técnicos y humanos para salir adelante, pero el conjunto de la región sí lo tiene. Pero si la universidad no discute seriamente estos elementos, y la viabilidad de nuevos modelos sociales, van a seguir siendo como la rana que se sigue hirviendo a fuego lento.
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