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 domingo, 15 de octubre de 2006  
Catamarca: pueblitos de barro y paja
De Tinogasta a Fiambalá se encuentran monumentos históricos y pequeñas capillas hechas con adobe

La Ruta del Adobe, en Catamarca, abarca 50 kilómetros entre las localidades de Tinogasta y Fiambalá, y en ella se encuentran monumentos históricos y pequeñas capillas hechas con adobe, la mezcla de barro, paja y estiércol.

Tinogasta, en quechua "reunión de pueblos", es el último departamento catamarqueño antes de llegar a la frontera con Chile, y allí está Casagrande, centenaria casona que perteneció al vicecónsul chileno Rodolfo Orella, y donde ahora su bisnieta Bárbara instaló un complejo turístico que brinda hospedaje y que tiene un restaurante y un negocio de artesanías.

A fines del siglo XIX en esa casona funcionó el Batallón Cazadores de los Andes, destinado a dirimir un conflicto limítrofe con el país trasandino que finalmente no prosperó.

La Ruta del Adobe comienza en Casagrande, un predio que tiene dos mil metros cuadrados de superficie y que fue el centro de una finca más grande, que se construyó en 1808. Esta construcción de adobe tiene techos de seis metros de alto y muros de entre 50 y 70 centímetros de ancho.

Casagrande está en una esquina, en lo que aún se conoce como el "barrio Orella", y sus amplias y frescas habitaciones -cuyo mobiliario es del siglo XIX- son ideales para que los turistas pasen allí la noche, y luego sigan camino hacia Fiambalá.

Y ya en la ruta turística, a poco de andar se llega a El Puesto, un pueblo rodeado de viñedos y olivos donde está el oratorio de Los Orquera, una de las joyas de esta ruta que la tradicional familia construyó en 1747.

Las imágenes, entre ellas una de Nuestra Señora del Rosario y otra de un Cristo crucificado, como también un cuadro de la Virgen María amamantado al Niño, fueron traídas desde Chuquisaca, en Perú, por las hermanas Martina y Mariana Asiaris, que antes habían pasado por Calama y San Pedro de Atacama, en Chile.

Desde allí la Ruta del Adobe continúa hacia Anillaco, vieja población de Catamarca que fue baluarte del proceso colonizador de la región y la que le dio su nombre a la Anillaco de La Rioja.

Por allí caminó en 1536 Diego de Almagro, el primer español que fatigó las tierras del noroeste, donde los conquistadores encontraron una resistencia que no esperaban y que fue el origen de las cruentas guerras Calchaquíes.

Los vecinos lograron que la iglesia de Anillaco fuera declarada Monumento Histórico Provincial en 1993, y años después, en 2002, cuando la Ruta del Adobe dejó de ser un proyecto para convertirse en una realidad, llegaron los recursos económicos para recuperar ese lugar santo y casi tres veces centenario.

Y ya en la boca de la quebrada de La Troya se yergue Watungasta, o Batungasta, asentamiento aborigen cuyas ruinas fueron reconocidas por arqueólogos argentinos como Alberto Rex González y Rodolfo Raffino, quienes determinaron que fue un importante centro poblacional en el corazón del Valle de Abaucan.

Otros estudios arrojaron que Batungasta, vocablo que significa "pueblo de los grandes hechiceros", fue un asentamiento anterior a la llegada de los Incas, en 1470, y uno de los 10 sitios sobresalientes entre las 138 instalaciones que este pueblo dejó en el noroeste argentino. Tal teoría se apoya en su diseño, que tiene dos plazas, igual que la ciudadela de Cuzco.

Y finalmente la Ruta del Adobe llega a Fumable y a la Iglesia de San Pedro, una construcción de adobe que levantó el capitán Domingo Carrizo en 1770, donde entronizó una talla de origen cuzqueño hecha de madera y óleos, traída desde Bolivia.

La iglesia forma parte del antiguo Mayorazgo de Fumable, y de La Comandancia, y frente a ella se yergue un algarrobo de 200 años, testigo privilegiado de todo lo que ocurrió en la antigua morada de los cacaos de panilla

Para la gente de Fumable, San Pedro es "el santo caminador", Patrono de los Viñedos, que se muestra sentado en el centro del altar. Y no son pocos los que dicen haberlo visto caminando entre las viñas y regresar al altar con espinas en sus zapatos.

En la sacristía de la iglesia hay un enorme arcón de madera donde se guardan pared de zapatos de todos los colores, que el santo caminador recibe de sus devotos en agradecimiento a ruegos complacidos.
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Recorrer la Ruta del Adobe es como transportarse en la máquina del tiempo.



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