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 domingo, 27 de agosto de 2006  
El espíritu prostibulario sigue en pie en la Pichincha del siglo XXI
Aunque el lugar no es el de antaño, los vecinos dicen que en algunas partes hay "hasta tres privados" por cuadra

Pablo R. Procopio / La Capital

La imagen prostibularia que la Municipalidad reeditó el último fin de semana como ícono de Pichincha no quedó anclada en el pasado. Sigue tan vigente como en los años de la Chicago Argentina. Y no sólo eso, los vecinos de la zona creen que, aunque aggiornadas, hoy hay muchas más casas de citas que antes. Las típicas viviendas chorizo del barrio albergan muebles modernos con chicas muy jóvenes (e instruidas) que ofrecen sexo promocionado básicamente en avisos clasificados e internet. Otro dato posiciona claramente a este sector como el rincón de los lupanares vernáculos. De los cerca de 10 negocios habilitados legalmente como cabarets y whiskerías que hay en Rosario, cinco eligieron Pichincha.

Para retratar un vieja postal, la Municipalidad apeló el domingo pasado a la historia rosarina de los albores del siglo XX, y se encendió la polémica. "Pero hoy sucede lo mismo", dijo a este diario uno de los vecinos de la zona, Eugenio Pereyra.

A los residentes del barrio, tampoco se les escapa que posiblemente la explotación de mujeres también tenga hoy su correlato. Aunque, a juzgar por la demanda de chicas para trabajar en los llamados "privados" y las suculentas propuestas económicas, ellas acceden de motu proprio (ver página 4).

La simbólica refundación de Pichincha como República cosechó críticas por el modo en que la Municipalidad recreó la tradición prostibularia y artística. Mientras algunos vecinos coincidieron en decir que no se puede mostrar solamente la cuestión degradante de la opresión a la que fueron sometidas las mujeres, otros remarcaron que no hay que negar el pasado del barrio. Y desde la Secretaría de Cultura municipal rescataron el "alto nivel histórico" de las escenas, pero reconocieron que, dado el debate, se contemplaría incorporar un cierre artístico que refleje el movimiento de liberación de las prostitutas.

Para lanzar el nuevo perfil que se intenta dar a Pichincha, la Intendencia había organizado visitas guiadas por los ex prostíbulos y milongas, y proyectado filmes. Hubo actores con trajes de época recordando a los inmigrantes, autos antiguos y hasta vendedores de empanadas que coparon las calles en una suerte de túnel del tiempo. No faltaron policías, bataclanas y rufianes y, en la puerta del mítico burdel Madame Safó, su dueña hasta invitó a conocerlo.

En este contexto, durante las últimas semanas, los habitantes de Pichincha volvieron al ruedo al enfatizar sus críticas al municipio por el cariz (según ellos, molesto) que le pretende imprimir al barrio: un sector donde convivan bares, boliches bailables, restaurantes y cabarets; una mezcla que les crispa los ánimos.

Durante la década del 90 cuando sonó con vehemenia la frase: "Ramal que para, ramal que cierra", el barrio entró en una debacle. Los negocios cerraron sus puertas al compás de la desaparición del movimiento en la estación ferroviaria Rosario Norte. La crisis sumergió al barrio generando desocupación, terrenos baldíos y galpones en desuso.

Recién, con los años y con una incipiente prosperidad económica, la Municipalidad comenzó a ocuparse de impulsar un desarrollo urbanístico del lugar.

Las devaluadas whiskerías que quedaban como resabios del pasado prostibulario empezaron a resurgir y otros negocios del rubro se afincaron en la zona.

Así, bares y confiterías bailables eligieron esa lugar de radicación que la Intendencia promovió como zona prioritaria.

"Desde hace unos años, por lo menos seis, la gestión municipal señaló arbitrariamente a este barrio como el lugar de la joda rosarina y lo materializó con habilitaciones salvajes y absoluto descontrol", dijo una vecina.

Los referentes barriales confiesan que deben soportar el aluvión de unas diez mil almas en busca de diversión. Por las noches, de jueves a sábado, el corazón histórico del barrio se convulsiona. Música, gritos, autos, alcohol y peleas, sin contar los desechos biológicos esparcidos en umbrales y veredas.

"Y como si esto fuera poco contamos con muy poco control policial, de la Guardia Urbana Municipal (GUM) e inspectores municipales. Los vecinos queremos tranquilidad, calidad de vida, que no habiliten más boliches, y a los que están que se les hagan cumplir todas las normas de habilitación vigentes, y si no que los cierren", se quejó Ana María del Río en una carta enviada a este medio.

Sin embargo, la actividad emparentada con la música y el baile va en crecimiento. En la actualidad, la zona comprendida por bulevar Oroño, San Nicolás, Tucumán y el río contiene dos cabarets y whiskerías, habilitadas por la Intendencia, en Callao 76 bis (El Escondite) y Salta 3519 (Fosse). Aunque, se iniciaron los trámites correspondientes para otros dos locales del rubro en Callao 125 bis (allí funcionó El Monito y en pocas semanas abrirá La Rosa), y San Nicolás y Salta, según se informó la Municipalidad desde donde no se hizo mención a la whiskería Búho (Salta esquina Cafferata) que se encuentra en plena actividad. Al menos eso confirmaron los vecinos.

La zona alberga también a 16 bares con amenización musical, el 27 por ciento de los instalados en toda la ciudad donde hay unos 60.

Pero además Pichincha cuenta con 4 confiterías bailables, mientras que desde el sitio de espectáculos musicales Willie Dixon (Suipacha y Güemes) ya se solicitó convertirlo en un boliche.

Por otro lado, el barrio tiene dos cantinas; espacios donde se puede cenar, bailar y ver shows.

Con tanto esparcimiento, este rincón geográfico rosarino ha ganado fama a nivel nacional. Así como el público de Buenos Aires se tomaba el tren a Rosario Norte para visitar los burdeles del siglo pasado, la moda de algunos jóvenes porteños pasa hoy por venir los fines de semana a Pichincha, con la misma intención que sus antepasados.
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En Pichincha se estremezclan whiskerías y bares con casas de citas o "privados".

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