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 domingo, 27 de agosto de 2006  
Por el derecho básico a poder dormir

Ana Marís Margarit (*)

El problema principal por el cual el barrio reclama desde hace tiempo, por lo menos cinco años a esta parte, radica en la instalación de boliches y en la movida nocturna sin control que se intensifica constantemente.

El reclamo es básico: está demostrado que el vecindario no puede dormir mientras estas actividades se desarrollan puesto que las medianeras, los techos y las ventanas no resisten los tremendos decibeles de los equipos de música, las bandas en vivo y la circulación de grandes cantidades de personas en situación de diversión nocturna.

Las respuestas que han dado las gestiones municipales del socialismo a estos clamores ciudadanos han sido, hasta ahora, enervantes: con una cara y un discurso dicen que sí, que van a controlar. Pero con otra cara y otro discurso ponen la firma en nuevas habilitaciones, desarrollan políticas públicas de promoción de locales nocturnos mal disimulados en el proyecto especial Pichincha y condimentan esta trayectoria con eventos de dudosa raigambre cultural como la reciente declaración de la República de Pichincha, invento de utilería, muy fulgurante para las bambalinas turísticas pero no para la construcción de un consenso de convivencia en este vapuleado escenario.

A estos reclamos se suma también la urgente atención que requiere este sector de la ciudad donde en las madrugadas de los días de fin de semana queda el tendal de la estampida nocturna y donde a la Municipalidad, hasta el momento, no se le ha ocurrido mandar un refuerzo, tener un gesto de atención, una mirada comprensiva.

Ya pesa sobre el barrio la sentencia de la cultura oficial: "Nunca será un barrio común", decidieron. Parece que el imperdonable olvido de lo que pasaba con las mujeres en situación de esclavitud y pupilaje en ese pasado de prostitución, rufianes y mafias en Pichincha ha desatado un saludable debate en la ciudad, debate que no sólo rescata el grito rebelde de Raquel Liberman, sino también posa la mirada y se pregunta sobre el vivo presente de algunas prácticas de servicios sexuales.

Todos los resortes legales para una Pichincha y una ciudad más civilizada, sobre todo donde se asegure el derecho básico a dormir, existen y están vigentes. Si tan solo se asegurara el cumplimiento pleno y sin trampas de todas las ordenanzas se podría vivir en un barrio sin agresiones ni mezquindades. Y otro sería el humor de la gente.

(*) Docente de la UNR,

vecina de Pichincha
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