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domingo,
02 de
julio de
2006 |
Reedición- "Siberia Blues" vuelve a las librerías
El narrador solitario
Néstor Sánchez fue uno de los artífices de la renovación de la novela argentina. Su obra, olvidada durante muchos años, es hoy de relectura necesaria
Lautaro Ortíz
"Siberia Blues", editada por primera vez en 1967 en la colección "El espejo" de la vieja Sudamericana, es uno de los puntos más altos de la narrativa de Néstor Sánchez (1935-2003) y, al mismo tiempo, la marca final de toda una experiencia de vida en Buenos Aires. Un camino signado por la lectura de Cesare Pavese, las amistades de poetas (Edgar Bayley, Enrique Molina, Gianni Siccardi, Francisco Madariaga), la fascinación por el tango (fue bailarín junto a Juan Carlos Copes en el Club Atlanta), las carreras de caballos y el escolaso, el cine, las mujeres, las tardes de vino, billar y baraja en los bares de Villa Urquiza, y la progresiva maduración de una escritura que mostró, a fines de los 60, las posibilidades de una prosa sustentada fundamentalmente en las riquezas eufónicas de la lengua.
Reeditada recientemente por Paradiso, Siberia Blues es la novela que puso a Sánchez en un punto alto de la narrativa argentina, con adhesiones como las de Julio Cortázar o Emir Rodríguez Monegal y detractores ambiguos como Juan Carlos Onetti. Es que su literatura estaba llamada a despertar controversias, desde que la obra de Sánchez era la cara opuesta de la novelística tradicional. Allí donde el género se somete al dictado de una historia, Sánchez (reelaborando las experiencias de escritura de la Generación Beat, de "Rayuela" y, sobre todo del "Ulises" de James Joyce) la negaba como propósito narrativo determinante ("Siberia" tiene cuatro finales posibles) y ponía en primer plano una prosa poemática que respiraba al ritmo del jazz, que se dejaba construir a partir del tempo de una improvisación, que llevaba una cita de Charlie Parker como acápite. Es decir, la propuesta sancheana ponía su mirada crítica en la médula de la escritura, alentando la exploración transformadora del género novelístico al que -según el propio Sánchez- sus contemporáneos trataban como "el pariente pobre de la literatura": una bolsa donde metían tanto el propósito ensayístico como la especulación social o la reflexión filosófica.
Por los márgenes
Así, "Siberia Blues" apareció en el horizonte de la literatura nacional como la culminación de un trabajo que reconocía dos antecedentes inmediatos: el libro de cuentos "Escuchando a tu hijo" (Ed. Nueva Expresión, 1963, del que luego el autor renegará) y su primera novela, "Nosotros dos", editada por Sudamericana en 1964. Por aquellos años, su nombre y su fotografía aparecían en varias publicaciones culturales como la segunda época del diario El Mundo o la revista Primera Plana, donde Sánchez se daba el gusto de escribir, por ejemplo, una serie de manifiestos reveladores de su preceptiva como "El lenguaje jazzístico", "Anti-novela. Apuntes en favor de un género algo inexistente" y "¿Una poética del cambio?", textos que catalizaron a jóvenes poetas como los reunidos en torno a la revista Opium (Ruy Rodríguez, Mariani, Victoria Rabín, etc.) publicada en pleno fervor sesentista.
Pero ya en 1967, Sánchez había decidido tomar otro camino y "abrir el espectro". La publicación de "Siberia Blues" inaugura también una etapa de negación y rechazo a la literatura dedicada al "buen negocio de la facilidad y los lugares comunes" y le permite -en absoluta soledad- lanzar sus dardos contra el famoso boom latinoamericano de los años 60. Mientras buscaba nuevas "fuentes culturales", en Lima toma la decisión de vincularse a las experiencias de grupos integrados a la enseñanza de Gurdjieff.
Ese golpe de timón lo impulsará por largos momentos a la renuncia de la escritura y a la multiplicación de viajes por distintas ciudades: Caracas, Barcelona, París (donde Gallimard traducirá parte de su obra), Roma y Nueva York. Su épica reconocerá más tarde su lectura de Carlos Castaneda y la profundización de su desventura psicológica. De esa larga etapa de negación y creación son sus restantes libros: "El amhor, los orsinis y la muerte" (1969, escrita en Buenos Aires, pero editada cuando Sánchez ya había abandonado el país hacia Iowa, USA), "Cómico de la Lengua" (publicada en España por Seix Barral en 1973 e inédita en el país) y su libro final, "La condición efímera" (Sudamericana, 1986), donde sobresale el Diario en el que Sánchez da cuenta de su experiencia como clochard en las calles de Manhattan.
"Siempre escribí en relación conmigo mismo, en relación con un estado de sinceridad irremediable (...) nunca en mis libros inventé una historia. Todo ha sido en base a mi vida presente o pasada", dijo el propio Sánchez muchos años después ya de regreso en Buenos Aires (fueron en total 18 años de ausencia) y cuando su nombre había quedado en el recuerdo vivo de unos pocos lectores incondicionales.
La "sinceridad irremediable" como condición ética de todo acto de escritura hace de "Siberia Blues" un texto de intensa pulsión poética que se alimenta en lo autobiográfico y, por consiguiente, un testimonio de su vida porteña en Villa Urquiza, narrada a través de una barra de muchachos marginales llamada Tomasol, que viven en constante "algarabía de los sentidos", lejos del "resto de la ciudad marmota, inminente, sacudida por el hollín y los despertadores". Por su novela aparecen sus amigos (Rodolfo Privitera como "El Obispo", Gianni Siccardi retratado como el pintor Ernesto, obsesionado por la construcción de martingalas para hacer saltar la banca en el casino) y lugares como "El bar Trece" (donde se reúnen los Tomasol) que no era más que una borrachería de barrio al que el pintor Alberto Cedrón recuerda como "un lugar oscuro y pobre, lleno de malandras por las tardes, gente pesada como el famoso levantador de juego clandestino (Vicente) Cacho Otero y, entre ellos, muchos de nosotros leyendo a Cesare Pavese, poetas surrealistas y de la Generación Beat, una mezcla única de hombres y lenguajes, que Sánchez tomó como base para su experiencia de escritura".
Que la obra de Sánchez vuelva a estar en las librerías (en el 2004 fue el turno de "Nosotros dos" por el sello Alción) no sólo se festeja por el rescate, sino porque su relectura implica aceptar que el camino elegido por Sánchez -único e irrepetible- pone en conflicto hoy, como a finales de la década del 60, cualquier intento de leer la literatura argentina en los límites de un canon sólo cifrado en la obra de Borges, de Arlt o de Julio Cortázar.
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