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 sábado, 01 de julio de 2006  
Paro general. El día en que la ciudad se paralizó para ver a la selección
Durante dos horas seguidas, Rosario contuvo el aliento frente a las pantallas
Grupos de amigos o de trabajo se juntaron para mirar el partido repitiendo ritos y cábalas. Los bares, a full

Silvia Carafa / La Capital

Menos mal que ayer estaban los bares abiertos porque después de las doce el centro de la ciudad perdió su fisonomía. Una deserción colectiva vació calles, ómnibus y comercios. Las avenidas solitarias recordaban un ejercicio de perspectiva en clase de dibujo, por las vidrieras se veía a los empleados organizados para ver el partido de Argentina contra Alemania. Algún taxi, algún auto, eso sí, espaciados, tanto como para confirmar la regla de las excepciones. Y durante dos horas seguidas, Rosario contuvo el aliento frente a los televisores, pasó de la euforia a los nervios y finalmente a la tristeza.

A quienes circulaban fuera de sus casas o de los bares alguna especulación los movía, porque a los ojos de la mayoría no había justificación alguna para perderse el choque de la selección contra los germanos. Por ejemplo, no faltaron los comercios que ofrecían rebajas durante el partido. Tampoco estuvo ausente el que encaró algún trámite atrasado porque ni siquiera tendría que sacar número (ver página 7).

Eso sí, hubo quienes se hicieron presentes en la escena sin haber especulado, fueron Ezequiel y Ludmila los bebés que nacieron en la Martin en el mismo momento en que el gol del "Ratón" Ayala habilitaba las esperanzas argentinas que comenzaron a fluir como agua de las fuentes (ver página 8).

Muchos comercios anunciaron con un cartelito que la actividad estaba interrumpida durante el partido. Claro que no todos pudieron abstraerse de sus obligaciones, como los colectiveros que en cada semáforo miraban de reojo algún televisor a mano. Eso no faltó, la imagen. Hubo pantallas gigantes, con pretensiones o con la sencillez de las 21 pulgadas, todo dependía del lugar y de las posibilidades.

Nadie se privó de una TV, hasta un kiosco de plaza Sarmiento instaló una pantalla que congregó a unas treinta personas a las que el Mundial las encontró lejos de su casa. Otras actividades que requirieron cierta destreza para no perderse el juego ni la responsabilidad, por ejemplo, los servicios de urgencia que tuvieron que atender llamados sobre todo en el entretiempo.

Pero hubo una imagen de soledad que nada pudo remontar, la de los vendedores ambulantes que en las calles desiertas no podían dejar sus puestos durante el partido. Banderas, vinchas, bocinas, camisetas y remeras acomodados con esmero seguro esperaban un destino de gloria. No pudo ser y cuando caía la tarde, todavía estaban en pie a pesar de los pesares, como los papelitos que sembraron las veredas, como los rectángulos celestes y blancos de los balcones, como los que lloraron, los que explicaron, los que insistieron con estrategias y los que destilaban bronca.

"Argentina, igual te queremos", dijo emocionado Jorge Varela, que llegó desde Firmat con un ingenioso muñeco con la camiseta número 10, sobre su auto que hacia gambetas con una pelota mientras sonaba una música alentadora. "Todos saludan y hacen señas de alegría a pesar de la derrota", explicó.


Para sufrir, nada como estar juntos
De acuerdo con sus perfiles y clientes, ayer cada bar activó su mística. Con pantallas a discreción y hasta ofertas gastronómicas, no había una mesa libre para los desprevenidos. En el bar de Sarmiento y San Lorenzo una mayoría masculina daba cuenta de una concentración de entendidos con poca escenografía mundialista. En el local de avenida Pellegrini y Presidente Roca la pasión corrió por cuenta de los más jóvenes. "Vinieron en grupos de amigos o de trabajo", confirmó la encargada mientras los clientes, obedientes, salían a fumar a la vereda para contrarrestar la ansiedad después del empate.

En El Cairo las reservas se habían agotado cuatro días antes. La gente quería ocupar el mismo lugar y cumplir los mismos ritos de cuando vieron juntos Argentina-México. "Vinimos por cábala pero también porque es una fiesta popular, para disfrutar del hecho colectivo, recuperar la memoria de la reciprocidad, estamos compartiendo la bebida y la comida y eso ya es una fiesta", explicó la antropóloga Marta Abonizio.

"El fútbol es una pasión y cuando está la celeste y blanca nos metemos todos, porque nos vemos representados por esos 23 chicos; hoy paran todos, hasta el más indiferente", dijo a su lado el portavoz deportivo de la mesa que se asumió integrada por amigos del ocio: Lelio, Chuby, Alcira, Alba, Inés, Rody, Roby y Gustavo.

Para Raúl, el partido le agregó emoción al mediodía: "Hace 40 años que vengo a comer acá, cuando era joven venía a bailar a Jezabel en el subsuelo del bar", contó, asegurando su rol de parroquiano. Ocupando sillones, un grupo de amigas del trabajo, encabezadas por la propia jefa, almorzaba mientras miraban el partido: "Lo estamos viviendo con mucha emoción, con muchos nervios". Unos nervios que duraron 120 minutos, hasta el final que nadie quería. Otra vez será.


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Pasado el mediodía, Pellegrini era un desierto.

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