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domingo,
25 de
junio de
2006 |
Interiores: el eclipse de Dios
Un documento del Vaticano es siempre motivo de atención y sobre todo de reflexión. En estos días el último en salir del horno está causando cierto revuelo y polémicas en Italia, lo que con toda probabilidad continuará en España, ante la inminente visita del Papa a Valencia para el Encuentro Mundial de la Familia. Precisamente la salud social, y se supone que la salud espiritual de la familia, es el centro de la preocupación papal ante la tendencia de varios países en aprobar leyes que permiten el casamiento, y por lo tanto la constitución de familias de gays y de lesbianas.
Justamente es la primera vez que la palabra lesbiana aparece en un documento oficial de la Iglesia, lo cual no es demasiado sorprendente, ya que como se sabe las puertas de la Iglesia se abren muy lentamente a la realidad, mucho más cuando se trata de las complejidades y de las diversidades de la sexualidad humana, que en la tierra escapan a los designios del cielo. Lo que resulta muy interesante es la bella metáfora que encontró el escribiente vaticano: "Es el eclipse de Dios la causa de la profunda crisis actual de la verdad".
Como se sabe no es sencillo mirar un eclipse, se recomiendan y se necesitan cristales especiales que permiten durante no demasiado tiempo, observar cómo los astros se interponen entre sí de forma que uno eclipsa al otro. Sin duda que la frase vaticana es una referencia a que estos vendrían a ser tiempos en que la humanidad, al menos una parte, estaría atravesando una suerte de eclipse que le impediría ver a Dios con claridad. La consecuencia inevitable es la oscuridad del alma que se empeña, no sólo en tener, sino además en exhibir y, por si esto fuera poco, en oficializar relaciones contra natura.
Asimilar las relaciones heterosexuales a la normalidad de la naturaleza es un implícito y un explícito que está muy lejos de la verdad. En la naturaleza, en la inmensa mayoría de los casos, los encuentros entre los sexos son con fines reproductivos, lo que no es el caso de los humanos. Donde una estadística imposible daría una cuenta en la que el número de relaciones sexuales del tipo hétero sin fines reproductivos fuera superior a las cópulas destinadas a la prolongación de la especie, de la cual la especie humana no tiene la más mínima conciencia. En el sentido de que tenemos hijos pensando en nosotros, y no en el género humano (si pensáramos tal vez habría menos nacimientos).
La homologación de la naturaleza humana a la naturaleza no es ni científica, ni espiritual, es una asimilación interesada que está en el centro de una ideología que sueña con un humano no sólo regulable, sino regulado por leyes inexorables y no cambiables, por todo lo cual necesariamente han de ser leyes hechas por un único legislador, a todas luces, Dios. El orden natural vendría a ser una parte del orden divino y frente a todo lo que lo contradiga, de lo cual las pruebas son innumerables, conviene hacerse el distraído, remedio al que los humanos son bastante proclives. Es el caso de las clásicas relaciones heterosexuales que están plagadas de vicios, que van más allá de cualquier normalidad supuesta o proclamada.
Uno de los casos de distracción más notable es con relación a la fidelidad, ya que con mucha frecuencia se oyen voces que le cantan como una regla de oro, pero sin dejar constancia de que dicha regla, como toda, para ser tal debe tener su correspondiente excepción. En lo que nos compete se podría formular de esta manera: se puede ser fiel aun siendo infiel. ¿Cómo es posible tan útil milagro? Muy sencillo, la condición indispensable es que la relación extra esté encuadrada en algunas de las variadas formas dentro del expediente caratulado como encuentros insignificantes: relaciones cuerpo a cuerpo en las que las almas se dejan en la casa, o en última instancia se las deposita en la lavandería de almas del templo que corresponda. Pero tal vez, abusando de una confianza que no tenemos con los escribas vaticanos, cabe pensar que el eclipse de Dios permite otra interpretación. Es decir, pensando no tanto en seres terráqueos eclipsados y alejados de los pastores que guían correctamente al rebaño humano, sino en el propio Dios como eclipsado con la consecuencia inevitable del planeta sin su mirada.
En tal caso estaríamos frente a un Dios perdiendo el control y él mismo haciéndose el distraído frente a una humanidad desbrujulada. La segunda parte de la frase vaticana se completa con que el mencionado eclipse de Dios es la causa de la profunda crisis actual de la verdad. Es inevitable preguntarse a cuál verdad se refiere el documento de marras, pero en principio se debe referir a la religiosa, dado que las religiones tienen por vocación detentar una verdad única, en consecuencia se alteran considerablemente cuando aparecen otras versiones de la verdad, como sería el caso de gente que tiene vocación matrimonial y familiar, pero con base homo y no hétero.
Por más que podamos observar en la naturaleza familias de leones, lobos marinos y demás comunidades biológicas del tipo que sean, lo cierto es que la cultura no imita a la naturaleza. A tal punto no la imita, que mientras en la naturaleza hay procreación y un orden rutinario, en la cultura hay creación y productividad, dando de esta forma sus mejores (y sus peores) logros, con orden y con desorden, en cualquier caso inestables.
A veces la cultura cuida a la naturaleza, otras la destroza, ya sea en el cielo o en la tierra como lo prueban las perforaciones de la atmósfera, las selvas taladas o las aguas envenenadas. Además de descuidar o aplastar a tantos otros humanos que sin duda no importan demasiado por ser, precisamente, otros. Si hemos logrado el extraño milagro de eclipsar a Dios, tengamos la firme esperanza de que siga habiendo luces en la tierra que muestren tantas instituciones humanas deshumanizadas.
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