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 sábado, 11 de marzo de 2006  
candi
Charlas en el Café del Bajo
-Desafortunadamente, el mundo asiste, a veces perplejo, a veces resignado, las más de las veces profundamente apenado, a actos de violencia de toda clase. Algunos, como el terrorismo, ponen en serio riesgo el destino de la humanidad; otros, que suelen pasar casi inadvertidos a fuerza de ser cotidianos, son también provocadores de aflicción. En el mundo, una ola de ira y enojo campea por las calles y con frecuencia se introduce como furtivo y sigiloso ladrón en los hogares. En este escenario, el amor parece esclavo, sometido, avasallado. En este escenario, algunos pensadores se preguntan si el amor, en rigor de verdad, no fue crucificado. Me permitirá, usted, Inocencio, usted amigo lector, que con estas palabras haya iniciado la columna de hoy para referirme a dos actos que el jueves por la noche se realizaron en la Kehilá de Rosario, esto es en el corazón mismo de la colectividad judía. Uno de ellos organizado por la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas, filial Rosario (Daia) y la Asociación Israelita de Beneficencia y el otro...

-Perdón. ¿No está usted equivocado? Allí hubo un solo homenaje, emotivo y trascendente, que el judaísmo le tributó a monseñor doctor Eduardo Mirás.

-El otro acto, mi querido amigo, y por favor pido que no se tergiverse ni trasatroque el verdadero sentido de mis palabras, estuvo organizado por Dios, por el único Dios y fue un tributo a la paz, a la justicia, al amor. Fue un bello ejemplo, un hermoso aviso de que ni el amor está esclavo en Egipto ni ha sido crucificado en el Gólgota. El amor late en el corazón de ciertos hombres y muchas comunidades, y es una luz, a veces una pequeña luz, es cierto, pero que se advierte en medio de las sombras. Voy a referirme, primero, al acto de homenaje a monseñor Mirás que le ofreció la comunidad judía. Creo que hasta los propios organizadores que compartieron la cabecera de la mesa con Mirás, Rubén Bercovich y el señor Glocer, se asombraron por la cantidad de personas que llegaron. Todas las autoridades de las diversas instituciones judías de Rosario, rabinos y dirigentes de culto, se dieron cita en el salón de calle Paraguay al 1100 para despedir al prelado católico. El salón resultó chico y las sillas faltaron y, si no me equivoco, en un determinado momento Bercovich le dijo a Mirás: "Usted ha logrado esto".

-Quisiera decirle, Candi, que Mirás merecía un acto de esta naturaleza y la sociedad, entiéndanse mis palabras por favor, merecía que el acto fuera organizado por una institución no católica y en este caso judía.

-El acto de homenaje a Mirás ha sido debidamente informado ayer por La Capital y a mí me parece que huelgan las palabras. Fue un acto por momentos conmovedor. En todo caso, como creyente, como pobre buscador de la verdad, me permito decir que me conforta saber que existen religiosos como Mirás y gente que da testimonio del amor como esta colectividad judía rosarina.

-Sí, tiene usted razón, monseñor Mirás se merecía esta despedida y toda la sociedad, especialmente aquella sociedad ávida de amor, debe sentirse complacida porque la ceremonia, impecable desde todo punto de vista, haya sido organizada por la comunidad israelita. Un Mirás, recordémoslo, que en los momentos de zozobra social no dudó en salir a las calles rosarinas para decirle "no" a la violencia; un Mirás que como arzobispo y presidente de la Comisión Episcopal Argentina no se olvidó de los pobres del país y un Mirás que un buen día visitó la sinagoga rosarina, se mezcló con los rollos de la Torá y habló "a los hermanos judíos". Pero usted habló de dos actos: uno organizado por la colectividad judía, otro por Dios. ¿Podrá abundar en ello?

-Tendrá que ser mañana, pero me despido hoy con una breve introducción al respecto: como decíamos al principio, en medio de tantas dificultades, de tanta violencia, de tanta pena, de tanta, incluso, desesperanza, a través de algunas acciones de los hombres la divinidad enciende una luz. Allí, en el mismo instante en el que todo parece irremediable de pronto se produce el milagro, como aquella vez cuando Judas, el Macabeo, recuperó el templo de Jerusalén. Este acto ha sido, en cierto modo, una pequeña luz encendida entre tanta tiniebla. Mañana seguimos.

Candi II

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