Año CXXXVIII Nº 48896
La Ciudad
Política
Información Gral
Opinión
El Mundo
La Región
Policiales
Cartas de lectores



suplementos
Ovación
Escenario
Economía
Señales
Turismo
Mujer


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 02/10
Mujer 02/10
Economía 02/10
Señales 02/10
Educación 01/10

contacto
servicios
Institucional

 domingo, 09 de octubre de 2005  
[Nota de tapa] Jugar con fuego (primera entrega)
Cuando la soja quiere tapar el bosque
Los incendios forestales en la región chaqueña para convertir la floresta en tierras para cultivo no tradicional esterilizan el suelo y lo hacen incapaz de absorber agua, generando efectos como las inundaciones de Santa Fe.

Hernán Lascano / La Capital

Ruta 95, Tres Isletas, centro del Chaco. La superficie de la calzada es negra. Luego de la banquina hay una picada de unos veinte metros hasta el alambrado. Con el comienzo del campo y hasta el horizonte, un suelo azabache como el asfalto del camino. El negro no es el color de la tierra, sino escombro vegetal y ceniza. Los árboles a los que les llevó cien años alzarse están descoyuntados del terreno, con las raíces apuntando al cielo, calcinados. Ahora resta esperar que rebrote la pastura para prender fuego por segunda vez y, entonces sí, despejar todo vestigio de floresta.

El incendio es el primer jalón para convertir el bosque nativo de la región chaqueña en una explotación agropecuaria al estilo de la Pampa Húmeda. En donde imperaba el monte de quebrachos colorados, ahora arrancados con topadoras, no tardará en verdear la soja. Es el atavismo del progreso, de la riqueza que solventa el actual superávit fiscal nacional, la que libera un tránsito incesante de camiones hacia los puertos de Reconquista y los de la zona metropolitana de Rosario.

Es también la implantación del modelo agrario distintivo de la llanura pampeana en la zona de Santiago del Estero, Chaco y Formosa, más porciones de San Luis, Córdoba, Salta y Santa Fe, que produce mutaciones en el ecosistema. Cambia la vegetación original, se extingue el bosque y con el impacto poblaciones campesinas y aborígenes que vivieron durante décadas de un modelo distinto son arrojadas al éxodo. Al elegir la ciudad como destino los migrantes compran un pasaje a la exclusión.

Al ritmo de la deforestación, la implantación de cultivos no tradicionales y la utilización de agrotóxicos, una zona que en Argentina representa 625 mil kilómetros cuadrados queda, según biólogos y agrónomos, en la antesala de la desertización. Esto no sólo augura corta vida al modelo que busca imponerse sino que desata efectos ambientales inquietantes para esta región y las vecinas.

Las zonas más húmedas del Chaco Argentino tienen precipitaciones de hasta 1.200 milímetros anuales. Pese a la sequía actual que raja la tierra, cuando empiezan las lluvias, a partir de octubre, no son raras las inundaciones. El bosque natural predispone al suelo a absorber el agua. Pero al sacar con topadoras la capa fértil del monte, el terreno colapsa y queda tan impermeable como el pavimento de la ruta 95. El agua, entonces, escurre hacia las zonas más bajas. Música conocida: la deforestación y la escasa absorción de agua en la alta cuenca del río Salado contribuyeron en buena medida al anegamiento de Santa Fe en abril de 2003.

"Esto no es la Pampa Húmeda", dice el ingeniero Guillermo Stahringer, presidente de la Red Agroforestal Chaco Argentina (Redaf). "Los árboles nitrogenan el suelo y sus hojas le aportan materia orgánica. Al removerlos, el efecto de esponja que permitía absorber las precipitaciones se destruye, el agua resbala y no se recargan los acuíferos. No sólo colapsa el suelo porque sin árboles desaparece la capa fértil sino porque el monocultivo destruye sus minerales. El desmonte nos deja, en fin, sin suelo y sin agua".


HASTA EN EL IMPENETRABLE
El proceso de avance de las fronteras agrícolas se ve desde el camino. Al este de Pampa del Indio, surge un latifundio de 42 mil hectáreas propiedad de Eduardo Eurnekian. Hacia allí llega el agua del lánguido río Bermejo en tuberías de 10 kilómetros para regar los cultivos que reemplazan al bosque desbaratado. En Laguna Yema, oeste de Formosa, al lado de la ruta 61 avanza la explotación de la empresa australiana Liag Argentina SA. Son 40 mil hectáreas cedidas por el gobierno a esta compañía que viene expandiéndose desde Salta sobre una irreemplazable arboleda desmontada. Cada hectárea fue entregada por el gobierno de Formosa a ocho pesos con 42 centavos. Que sobrepasó además en 16 veces, sin contrapeso de la Justicia, la cesión máxima de tierra fiscal autorizada por la constitución provincial. También hay obras de canalización de la laguna para riego mientras la población dispone de agua dos horas al día.

El nuevo tipo de colonización del suelo obligaría incluso a designar de otro modo al Impenetrable. Este inmenso territorio situado al oeste del Chaco no debe su nombre, al revés de la creencia usual, al espesor de la vegetación sino a la casi inexistencia de cursos de agua. Aunque bajo los ríos muertos las perforaciones descubren agua a poca profundidad, el suelo es más arenoso que en el este, y los bañados y lagunas ceden a la erosión hídrica.

Aun en esas condiciones el cultivo intensivo de soja es ya presente y no promesa. En el camino polvoriento que va de Las Hacheras a Misión Nueva Pompeya hay momentos que entre los cardos, las breas, los quebrachos blancos y colorados surgen planicies alambradas donde no se avista ni una planta nativa. Bajo el cielo diáfano de la sequía cuelga el cartel del emprendimiento inmobiliario Rumbo Norte frente al "campo limpio" que hace de aviso publicitario.

"Este modelo que erradica el bosque, saca el agua y expulsa a la gente que vive aquí también creó su eslogan ideológico", dice Stahringer. "Las empresas inmobiliarias ofrecen «campos limpios» o sea desmontados y entregados para el monocultivo. La otra cara es el campo sucio. Tener sucio el campo es mantener bosque allí". El efecto de remover la fronda tampoco se sustenta a largo plazo. Sin bosque no hay mineralización en un suelo que carece de la capa de humus de la Pampa Húmeda. Obtener soja en estas condiciones, con la exigencia de nutrientes que demanda, es un plan de corta vida. Ya hay casos de campos desforestados y abandonados al volverse estériles. "Los capitales agrícolas arrasan la tierra con producción y tecnología pampeana. Y en no más de cinco años se alzan con el santo y la limosna", dicen en la Redaf.

El desalojo de la vegetación protectora deja a animales y plantas expuestos al calor extremo. Si la soja genera una agricultura sin agricultores, la población campesina criolla debe buscar nuevo rumbo en áreas donde además la caída crónica del precio del algodón y la falta de pasturas para la hacienda corre a la gente.

En el paraje Ismael Sánchez, Formosa, la explotación de una chacra de 50 hectáreas permitió a Eladio Orrábalis criar once hijos y alquilar una casa para que estudiaran el secundario a seis kilómetros, en la ciudad de Ibarreta. Con esa formación, los once consiguieron empleo en Buenos Aires. A dos kilómetros de la casa de Orrábalis está el campo de Argentino Figueredo, un criollo de 46 años. Haciendo las mismas actividades que a los Orrábalis les posibilitaron atender y educar once hijos, Argentino vive hoy al límite de la subsistencia, en un rancho de adobe y paja, sin luz. Debe recorrer mil metros para levantar el agua de un pozo para consumo.

Su hija mayor ya emigró. Romina, de 17 años, interrumpió su educación porque no hay escuela media rural y su padre no puede sostenerla en Ibarreta. El aguanta con su mujer y cinco hijos pequeños en la colonia. Los mayores hacen 10 kilómetros hasta la escuela primaria.

Los pequeños agricultores de Ibarreta viven en vilo por la presión de los productores sojeros y los arrendatarios que buscan quedarse con sus campos.Zulma Ahumada, de 39 años, ya vio irse a dos de sus tres hijos. "El precio del algodón es mínimo y los changos saben que se tienen que ir porque no alcanza. Pero si viene la soja se tienen que ir porque no precisa brazos", dice.


LA BUENA NOTICIA
La Red Agroforestal, que nuclea a 14 entidades civiles de la región Chaqueña, no proclama conservar las cosas como están sino incentivar un modelo alternativo que haga sustentable la vida en el campo para que campesinos que viven en los campos que trabajaron sus padres y abuelos puedan aguantar el embate del monocultivo. Para ello promueven proyectos de podas en el monte para mejorar las pasturas y multiplicar las áreas de cultivo, usar la madera del bosque para emprendimientos apícolas, gestar trabajo de cocina como en Ibarreta donde un grupo de mujeres usa harina de algarroba para elaborar pan, budines y dulces, y aspira a vivir de una panadería comunitaria.

"Los de afuera vienen y siembran pero no dan trabajo", señala Nicolás Quintana, de 41 años, junto a cuatro agricultores del lugar, desanimados por la seca y la subvaluación del algodón. Son oyentes de "La Buena Noticia", la radio de la Iglesia Católica de Ibarreta, donde el padre Ponciano Acosta, tan formoseño como ellos, los invita a resistir la inminente llegada del vendaval pampeano o, al menos, no negociar individualmente sus terrenos si llega el momento.

¿Qué les espera a las familias de campesinos pequeños productores, una categoría muy distinta a la de sus pares de la región pampeana, frente al avance de la frontera agrícola? ¿Qué a los puesteros, criadores de vacas y cabras que viven en la región? Si deben irse por la deforestación el futuro es aciago. "Acá al menos tienen su tierra, sus animales, pueden consumir lo que generan con ello. En ciudades arrasadas por el desempleo no podrían esperar más grandeza que vivir en una villa miseria y aguantar que saquen la basura de un McDonald's para comer", dice la ingeniera agrónoma Marcela Caratozzolo, de la Red Agroforestal.

La expulsión forzosa que provoca el desmantelamiento del bosque tiene un colosal costo económico. "Pero eso no lo absorbe el productor sojero sino el Estado. Pregunten en Rosario. La vivienda pésima que tiene el tipo que va a la ciudad, la escuela a la que llega como migrante, el hospital que colapsa por la cantidad de pacientes, el ocio de los jóvenes urbanos. Ese costo no lo asumen los sojeros que en pocos años se comen la caja de ahorro que la naturaleza hizo durante cientos. Si todo el costo social que genera el monocultivo se le cargara a este nuevo actor seguro que ninguno va a hacer soja", remarca Stahringer.

De vuelta en Tres Isletas, el quebrachal carbonizado es silencioso presagio del fin del bosque, la aridez por venir, la pérdida irreparable de especies animales y vegetales, y el inicio del traslado de personas. Son cuestiones dramáticas pero el fin de esta historia todavía no está escrito.
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo


Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto
Un campo abierto para cultivo donde había bosque en pleno Impenetrable.

Notas Relacionadas
En plena conquista pero en el siglo XXI


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados