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 domingo, 09 de octubre de 2005  
Un enemigo en la línea. El dueño de un comercio de La Florida ya recibió 15 sentencias de muerte por teléfono
El calvario de vivir amenazado por golpear al ladrón que quiso robarle
Es un comerciante asaltado en julio pasado. El delincuente le disparó dos veces pero las balas no salieron. El respondió con un bate de béisbol y lo dejó grogui. Del maleante no se supo el destino. El vive atemorizado

Leo Graciarena / La Capital

El azar llevó a Ariel, un comerciante del barrio La Florida, a ser protagonista de un hecho que el común de los vecinos que padecen inseguridad dice añorar: con un bate de béisbol le rompió la cabeza al ladrón que quiso asaltarlo. Aunque el delincuente le disparó con un revólver y la bala no salió, en la mirada de Ariel no hay satisfacción ni orgullo por lo que le tocó hacer. Desde que todo ocurrió, hace dos meses y medio, recibió por lo menos 15 llamadas telefónicas de los familiares del ladrón herido que lo amenazan de muerte: "Vas a pagar como pagó mi hermano", le dice una voz en el auricular. "Lo que más te da por las bolas es que te cambian la vida en un segundo. Eso te da una impotencia bárbara. Pero además, estoy más preocupado por el palazo que le pegué al ladrón que por el tiro que me pudo haber dado", explicó Ariel, involuntario protagonista de la historia.

Ariel tiene 37 años, una familia con hijos y un comercio en jurisdicción de la seccional 10ª que atiende desde hace cinco años. Cuenta lo que le pasó pidiendo como recaudo no dar a conocer sus datos filiatorios. La historia que le tocó vivir la semana del Día del Amigo le cambió definitivamente la vida.

Fue el jueves 21 de julio. Habían pasado pocos minutos de las 20, cuando Ariel comenzó el ritual del cierre de su local. Entonces comenzó todo. "Entró el mencho este y mostró que en la cintura tenía un arma. La miré para ver si era de juguete o una réplica. Sacó el arma y me dijo: «Dame la plata». Le pedí que se quedara tranquilo y caminé hasta la caja", rememoró Ariel contando la radiografía de un robo más en la ciudad. Con una diferencia: "Cuando abrí la caja, el pibe me disparó un tiro automáticamente", explicó.

El local donde Ariel tiene su comercio es un cuadrado acotado por una línea de exhibidores dispuestos en "L". Desde donde estaba parado Ariel caminó menos de dos metros hasta la caja y así quedó frente a frente con el joven ladrón, que "estaba drogado", según recuerda. "Gatilló una sola vez y cuando escuché el sonido del percutor tuve la sensación de que me había agujereado. Pero fue sólo la sensación", recuerda.

A partir de ese instante transcurrieron cinco segundos, tal vez los más intensos en la vida de Ariel. "Cuando el ladrón miró el arma (para ver qué había pasado), le pegué en la cabeza con un bate de béisbol que tenía colgado al costado de la caja. Se lo partí en la cabeza. Le pegué a la altura de la sien izquierda y en el momento pensé: «Lo maté»", cuenta Ariel.

Fue tal la fuerza que empleó el comerciante en ese golpe que el bate se partió en dos. "Al pibe se le pusieron los ojos en blanco. Fue retrocediendo y se llevó todo por delante. Mientras trastabillaba alcanzó a disparar el arma otra vez, pero la bala tampoco salió. Se fue gateando del local y así cruzó bulevar Rondeau. No lo agarró un auto de milagro. En la mano de enfrente lo estaba esperando otro mencho en una moto. Primero se lo llevó a la rastra y después, supongo, que lo habrá cargado (para llevarlo)", explicó.

Además de comerciante, Ariel es profesor de full contact. "No le temo a las armas, pero creo que lo que me salvó en ese momento fue la frialdad", reflexiona. Antes de buscar respuestas en lo milagroso, prefiere explorar la realidad. "La bala no salió porque los ladrones andan con balas húmedas o viejas. Conozco de armas y te digo que prefiero que me tiren con una 9 milímetros que con un 22. Al margen de que no tiene la fuerza para salir del cuerpo, cuando entra te hace un agujero y por dentro te hace siete. La bala es muy liviana", contó.


"Vas a pagar como mi hermano"
Los vecinos vieron los movimientos extraños en el local como una película muda y llamaron al Comando Radioeléctrico. "Al rato me fui a la seccional 10ª para hacer la denuncia y me explicaron que yo quedaba imputado por lesiones graves, eso es lo que dice la ley", cuenta. Ahí comenzó un calvario para Ariel y su familia. "Me agarró una psicosis y me preguntaba permanentemente ¿qué había pasado con el ladrón? Fui a los hospitales para ver si alguien había entrado con la cabeza partida. ¿Sabés por qué? Porque los menchos están acostumbrados a boletear y matar gente. Y un tipo común, no. Esos tipos que dicen «matalo (al ladrón), metelo en un bolsa y tiralo»... No es así", reflexiona.

Fue así que Ariel se sumergió en una película dominada por la angustia, mientras al joven delincuente parecía habérselo tragado la tierra. Después del incidente el comerciante cerró su comercio durante cuatro días. Cuando tomó confianza atendió sólo dos horas. Pero todavía no había pasado lo peor. Diez días después del altercado, sonó el teléfono en su negocio y una voz le advirtió: "Mi hermano está agonizando y vos vas a ser boleta". Ariel no tuvo tiempo de explicar que en realidad se había defendido. "Me llamaron y me reputearon en todos los idiomas, bien a lo mencho. Primero fue una voz de hombre, después de mujer como con ataque de nervios, llorando y reputeándome. Ultimamente es la de un hombre más grande: «Vos vas a pagar como pagó mi hermano. Te estamos vigilando y te vamos a hacer boleta»", recuerda. Hoy ya son 15 las amenazas telefónicas: "Para ellos es algo juzgado", contó. La última llamada fue hace una semana y todo le da a entender que el ladrón habría fallecido.

Pero más allá del destino del delincuente, la suerte de ese joven que no fue ingresado en ningún centro asistencial público, denota la presencia de una red de asistencia paralela a la estatal a manera de verdaderos hospitales de campaña barriales.

Al ritual de la angustia por no saber que le pasó al ladrón, Ariel tuvo que sumar el de hacer la denuncia por cada amenaza sufrida. "En la 10ª me atendieron de primera. El comisario Walter Miranda me atendió y me dijo que me iban a dar todo el apoyo que necesitara. Pero viste cómo es. Ellos (por la policía) te dicen lo que deben. Te hablan con tanta naturalidad de algo que para vos es extraordinario", rememora el comerciante.

"Todo esto para mí no es una situación normal", comenta Ariel. "No sé cómo voy a reaccionar si me dicen que se murió. No sé cómo me voy a bancar el haber matado a un ser humano por más choro que sea. Y eso va más allá de que me haya querido matar. La idea me da vueltas y lo equilibro pensando que si la bala salía por ahí yo no la contaba", analiza.

La película de terror continuó y parece no tener fin. "No sé qué voy a hacer. Pensé en cerrar el comercio. Hablé con mis viejos y con mis suegros y me apoyaron en todo. Estoy viendo. Vamos a ver qué pasa este verano. Además, en este país y en esta ciudad, con dos dedos de frente, siempre se puede hacer algo", dice todavía con optimismo.
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