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 miércoles, 17 de marzo de 2004

Cerebro en cortocircuito

A los 14 años, Carolina comenzó a experimentar breves episodios epilépticos. Durante las crisis, su mirada se mostraba perdida, la gesticulación se volvía extraña, emitía chasquidos y dejaba caer saliva. Su cabeza giraba hacia el lado derecho con sacudidas rítmicas frenéticas hacia un costado de la cara. Luego de 3 ó 5 minutos lograba recuperarse. Como si no supiera lo que acababa de pasar preguntaba "¿qué hice?", "¿me ven bien?" "¡miren que yo no tomé nada, eh!". Con gran vergüenza y un fuerte sentimiento de invalidez se retiraba del lugar. Se aislaba durante días. Ella era consciente de que algo anormal sucedía. Ante las miradas inquisidoras de sus amigos se sentía discriminada. Esto la deprimía Disminuida su autoestima y con. sensación de no poder controlar el fenómeno, concurrió a una consulta con sus padres a los 15 años.

Había sufrido algunas convulsiones febriles alrededor del año de vida. Este dato la derivó a un neurólogo, quien mediante pruebas específicas dio el diagnóstico acertado: Carolina padecía epilepsia. Luego fue convenientemente medicada. Hoy tiene 19 años y su vida volvió a ser satisfactoria. Ahora asiste a reuniones, conduce vehículos y lleva una existencia normal, con controles médicos periódicos. Tanto el grupo de autoayuda como el tratamiento psicoterapéutico le brindan asistencia para sobrellevar la carga emocional de su enfermedad. El médico informó a Carolina que estará bien y que en poco tiempo podrá abandonar gradualmente el medicamento. Además la alentó explicándole sus buenas perspectivas para formar una familia y ser mamá.

Esta es una de las tantas historias que transitan quienes padecen epilepsia, una enfermedad que se confunde con situaciones ajenas como la ingesta de drogas, locura o anormalidad mental.


Una de cada 200
Si bien la más común de las consultas neurológicas es la cefalea, en Argentina 1 de cada 200 personas padece epilepsia. La mitad son mujeres, según datos del Fundepi (Centro de Epilepsia del Hospital Ramos Mejía de Buenos Aires). Se trata de un trastorno provocado por el aumento de la actividad eléctrica de las neuronas (células nerviosas) en alguna zona del cerebro.

El cerebro está hecho de billones de células nerviosas llamadas neuronas, que envían impulsos eléctricos de neurona a neurona, con la ayuda de mensajeros químicos (neurotransmisores). Cuando un impulso eléctrico alcanza el final de una célula o neurona, una sustancia química se libera para desencadenar una reacción en el área receptora. Se produce una sinapsis con la próxima célula. De este modo, el impulso nervioso es transmitido a través de innumerables cadenas de neuronas en el cerebro. Por ejemplo, los impulsos transmitidos desde el área del lenguaje posibilitan el habla.


Estallido
"Una excesiva transmisión de impulsos cerebrales puede causar una crisis epiléptica. Las crisis suelen ser no sólo repetitivas sino también estereotipadas", explicó a La Capital el neurólogo Miguel Carignani. Estos impulsos no ocurren normalmente. Son causados por una sincronización o descarga simultánea y rítmica de un sector del cerebro. "Es como si un ejército debe cruzar a pie un puente precario. Si todos mantienen el paso rítmico, hay mayores posibilidades de que el puente ceda, de modo que lo correcto es que el grupo rompa filas para no sincronizar la potencia de sus pasos", ejemplificó el especialista.

La crisis compromete a un grupo pequeño o grande de células cerebrales, y a veces al cerebro entero. La localización determina los síntomas que produce. El cerebro es distinto a diferentes edades, por lo tanto, a cada edad suele haber determinado tipo de crisis.

Muchas crisis epilépticas pueden causar daño cerebral, sobre todo si son sucesivas o prolongadas (de 20 a 30 minutos de duración). Cuando se desata el corazón late más rápido, ocasionalmente de modo irregular, y la presión arterial se eleva. Estas condiciones favorecen el daño por pequeñas hemorragias.

Las crisis pueden suscitar trastornos del aprendizaje y del comportamiento. A esto debe sumarse el efecto de las drogas antiepilépticas, que disminuyen el rendimiento cerebral. El resultado puede traducirse en cansancio excesivo, mala concentración, pobreza en la memoria y lentitud.

En la actualidad se cuenta con recursos que permiten anticipar la crisis y tratarla. El tratamiento convencional consiste en el suministro de drogas antiepilépticas, durante un tiempo determinado. "También se realizan cirugías en el caso de lesiones en el cerebro. En otros casos existe la posibilidad de colocar en la carótida un aparato que frena la corriente eléctrica, denominado estimulador vagal", concluyó el especialista.

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La descarga excesiva de las células nerviosas desata la crisis epiléptica.

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