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 domingo, 25 de marzo de 2007  
La herencia pendiente2222222222222
La carta abierta a la junta militar, un primer testimonio sobre la dictadura

Osvaldo Aguirre / La Capital

En el final de la “Carta abierta a la Junta Militar”, Rodolfo Walsh explicó que había escrito ese texto “sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”. Podría decirse que ese compromiso se planteó cuando empezó a investigar los fusilamientos de José León Suárez,

en 1957, y sobre todo cuando empezó a escribir el relato de esos hechos y tuvo conciencia, a la vez, del hecho del relato.

“«Operación Masacre» cambió mi vida —dijo, en uno de sus textos más conocidos— Haciéndola comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un

amenazante mundo exterior”. La idea de testimonio que se desprende de la “Carta” tiene un matiz que parece distinguirlo de los otros textos llamados testimoniales de Walsh. La “Carta” es testimonial, en principio, en

el sentido común del término: denuncia los crímenes de la dictadura,

sus imposturas, expone su plan económico, etcétera. En el reportaje que le hizo Ricardo Piglia en marzo de 1970, Walsh introdujo otra idea de testimonio:

el testimonio como un género, opuesto tanto a la novela burguesa como a la denuncia escrita, decía, “al correr de la máquina”. El hecho de que la

novela burguesa, ineficaz en términos de acción política, fuera la forma artística prestigiosa y el testimonio careciera de estatus podía revertirse, conjeturaba, en el futuro, cuando “lo que realmente se aprecie en cuanto arte

sea la elaboración del testimonio o del documento, que, como todo el mundo sabe, admite cualquier grado de perfección”. Y agregaba: “en el montaje, la

compaginación, la selección, en el trabajo de investigación, se

abren inmensas posibilidades artísticas”. Walsh, por otra parte, no utilizó entonces la expresión non fiction, con la que después se designó a sus relatos testimoniales. La única filiación explícita que reconoce es con “Biografía

de un cimarrón”, de Miguel Barnet, quien precisamente presentaba sus textos como “novelas testimonio”. Non fiction no equivale a relato testimonial, en

el sentido en que Walsh entendía estos términos: pertenece a la literatura canonizada, al juego de los escritores que se pelean, como decía, por ver quién hace mejor el dibujito.

En junio de 1989 la revista Babel publicó un artículo de Christian Ferrer llamado “Rodolfo Walsh: una herencia imposible”. Ferrer planteaba la extrañeza

de la obra de Walsh tanto respecto de la literatura como del periodismo que le sucedieron: Walsh, dictaminaba, no tuvo herederos, no hizo escuela, no

dejó discípulos. Las inmensas posibilidades artísticas que él entreveía en el testimonio no se abrieron. Pero mucho antes de que ese artículo fuera escrito se había acuñado una nueva definición de testimonio: a partir de fines de la última dictadura, cuando empezaron a conocerse los relatos de las víctimas, cuando emergió de la sombra, a través de esos relatos y sólo a través

de esos relatos, la existencia del poder desaparecedor, el testimonio

perdió aquel sentido de un género ajustado en el montaje y la absorción de mecanismos y materiales discursivos de diverso origen para pasar a inscribirse en la reconstitución del pasado y la creación de una memoria.

Pero precisamente en este punto en el que parece desaparecer es cuando Walsh vuelve a hacerse presente. La “Carta abierta a la Junta Militar” puede

ser leída, también, como el primer testimonio sobre el régimen de la dictadura. Es un texto que dice mucho más que la denuncia obvia, aunque ese sentido resulta menos evidente que la información y las cifras concretas y

abrumadoras. Walsh propone aquí, una vez más, una lectura del discurso oficial. En su obra, el relato de los hechos se construye como lectura de otro relato, una lectura que significa un desmontaje, la exposición del hecho

del relato. Walsh es un lector y un escritor lento. Lo ha dicho él mismo: “He tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto”. Hace

el tipo de lectura de un corrector, el que lee lo que falta y lo que excede

un texto. El relato que abre su obra se llama “Las aventuras de las pruebas de imprenta” y en él un lector que es un detective aficionado resuelve un enigma

por la aplicación de una lectura.

Lo que el relato de Walsh descubre, se ha dicho, es lo que el discurso oficial oculta: “Uno puede fijarse en los diarios —dice en el prólogo de «Operación Masacre »— y esta historia no existió ni existe”. La “Carta abierta...”

suena como el relato de la verdad, el desenmascaramiento de un engaño tramado en el lenguaje. Pero en lo sucesivo, después de ese texto de Walsh, los vínculos del testimonio y la verdad se vuelven problemáticos. Cuando sobre el fin de la dictadura aparecen los primeros relatos sobre la represión el testimonio ya no supone el relato de la verdad; por el contrario, provoca dudas. Los sobrevivientes resultan sospechosos y sus testimonios, mientras el discurso de la negación se muestra cerrado y sin fisuras, son discursos escandidos por blancos, interrogantes, fallas de la memoria.

La extensión y la brutalidad de los crímenes, por su misma naturaleza, exigían pruebas y esas pruebas fueron los testimonios de las víctimas. Sin embargo

el relato de lo que ocurrió no se ha cerrado; por el contrario es susceptible de ser reabierto desde muchos ángulos. Por ejemplo, desde la literatura, si

es que la literatura puede hacerse cargo de aquella herencia de Walsh y volverla posible.


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