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 domingo, 29 de enero de 2006  
Perspectivas. El genocidio argentino según un largometraje documental
Rubén Plataneo: "Hay que reescribir la historia"
"Muertes indebidas" retrata la represión desde una perspectiva inusual y con la convicción de tratar un problema de rigurosa actualidad

Osvaldo Aguirre / La Capital

Es difícil interrumpir a Rubén Plataneo cuando empieza a hablar sobre "Muertes indebidas", su largometraje documental. Y su apasionamiento y entusiasmo se explican por varias razones. Una de ellas es la soledad y la incertidumbre en que rodó gran parte de la película, hasta que formó un equipo y tras ganar dos concursos obtuvo el financiamiento que le permitió concluir el proyecto. Y otra el sostenido reconocimiento que ha recibido desde el estreno, en octubre de 2004: después de ser exhibida en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires y en encuentros de La Habana y San Francisco, en Estados Unidos, acaba de ser premiada como mejor película de derechos humanos y mejor fotografía en el Certamen Latinoamericano de Cine que se realizó en la ciudad de Santa Fe.

"Muertes indebidas" relata las historias de tres familias de desaparecidos, a través de las voces de mujeres: Rosario Taganone (esposa de Carlos Fernández, secuestrado en Teodelina y desaparecido en Paraná), Laura Repetti (esposa de Rubén Flores, desaparecido en el centro clandestino de La Calamita) y Elena Belmont (madre de Carlos Belmont, desaparecido), integrante de las Madres de Plaza 25 de Mayo y una de las figuras más queridas en la lucha por los derechos humanos en Rosario. La película se propone como un conjuro, porque "los fantasmas del genocidio están en el presente" y se impone como un documental atípico, ajeno a los lugares comunes sobre el tema que toca y a cualquier consigna. Plataneo ha realizado cortos en cine y video, fue docente en talleres de realización cinematográfica e integra la productora autogestionaria Calanda Producciones.

-¿Cómo comenzó el trabajo con la película?

-En el 2000 comencé a hacer borradores. Habían empezado los juicios por la verdad histórica y se habían replanteado un montón de casos, incluso algunos nunca denunciados. Empecé a investigar, me conecté con un grupo de abogados que trabajaba en los juicios y tuve la oportunidad de vincularme a la familia de Carlos Fernández. Yo presencié las primeras exhumaciones que se hicieron en busca de los restos de Carlos Fernández, en el cementerio de Paraná. Con dos cámaras de fotos y una video fui a registrar y a experimentar la relación con los familiares y ese proceso tan particular, ese ritual invertido que son las exhumaciones. Esa situación me impresionó y sobre todo la relación con la familia, fundamentalmente con Chari (Rosario Taganone), la esposa del desaparecido, que estaba con sus dos hijas, embarazadas. Al tercer día de las exhumaciones fallidas, porque no se pudieron encontrar los restos y los datos eran confusos, Chari me llamó aparte. Caía la tarde, había una cosa fantasmal en el cementerio, con decenas de tumbas abiertas. Apenas nos conocíamos, ella me agarró de la camisa, y comenzó a gritar y a llorar, desesperada. "¿Por qué me metí en esto, por qué traje a mis hijas a esto?", se preguntaba, a los gritos. Y ahí empezó la película.

-¿Cuál fue la propuesta original?

-Yo venía con la idea de hacer un trabajo sobre el genocidio argentino y en particular sobre el método represivo de las desapariciones. Los nazis filmaron los campos de concentración, pero de la dictadura argentina no hay imágenes. En la película yo pongo una sola declaración, que es de Videla, donde él reconoce que los militares tenían claro que iban a eliminar a miles de personas y que iban a borrar las pruebas. Para que no pudiera haber culpables, y por otro lado para crear eso que era la idea que a mí me movía para hacer la película y que después desarrollé: ese sistema tan depurado de represión, que llevaba a que nunca se pudiera concluir el duelo por la muerte de un familiar, fue la forma de mantener en el tiempo una amenaza disciplinaria hacia el resto de la sociedad. Para mí el problema del genocidio argentino es totalmente actual, no es revisar un problema de la historia. Pero yo no quería hacer una revisión histórica ni sociológica, ni un panfleto político, porque todo panfleto o todo intento de cerrar este tema con una fórmula o una consigna es mentiroso, negativo. ¿Cómo cerrar algo que es tan inabarcable y que se está reabriendo continuamente? Sería hacerle el juego al método represivo. A 30 años del golpe hay que replantear el tema y reabrirlo con toda honestidad y crudeza.

-¿Cómo relacionás la actualidad del tema con los debates sobre la memoria?

-Para mí el problema no es el olvido sino cómo recordamos. Eso es lo que condiciona el presente: la forma en que recordamos un proceso que nos afectó socialmente a todos, lo hayamos vivido o no directamente. El sostenimiento de esas condiciones de represión, que los llamados gobiernos democráticos mantuvieron con la obediencia debida, el punto final y el indulto, con la libertad de los represores y el ocultamiento de lo que ocurrió, fue una forma de mantener en el tiempo los efectos del genocidio. Eso fue decantando en que mucha gente quedó en el rol de víctima y otra gente en el rol de distraída o confundida sobre lo que ocurrió. Y tenemos que sacudirnos ese corsé para poder tratar el tema, reabrirlo, redescubrir las historias que no se han contado. Para mí lo importante es reescribir la historia desde otro punto de vista, el de la libertad artística. Mi obsesión, al principio, era un grabado de la Guerra de los Cien Años donde se mostraba que, cuando un pueblo era derrotado, los cadáveres se colgaban en el árbol más grande. Como una manera de que la gente entendiera que nunca más se tenía que rebelar. Para mí el método de las desapariciones era esa imagen, como si los desaparecidos aún estuvieran de rehenes ante toda la sociedad.

-¿Cómo elegiste las historias de la película?

-Yo investigué y grabé seis historias. Cinco quedaron en la primera versión de la película, de dos horas y media. A cada uno de los entrevistados le pedí libertad total para rodar y para editar y después les mostré a cada uno su episodio y les dije que si estaban de acuerdo iba a quedar en el película. Y así fue. Después trabajé en la versión definitiva, que es de 97 minutos y me quedé con tres historias. Me pareció que tenían que ser historias muy diferentes entre sí, aunque todas estaban estigmatizadas por tener un desaparecido, y eran grupos familiares particulares. Uno de los fenómenos que creó la desaparición de personas fue que sus familiares formaron núcleos no convencionales, por ejemplo suegras con nueras. Hubo rupturas y reordenamientos familiares a partir de la represión: era la forma en que se podían cubrir afectivamente, nuevos lazos de supervivencia que se creaban. Entonces terminé eligiendo las historias que me parecieron más ricas. Eran personajes que no estaban encasillados en un rol y estaban dispuestos a abrir su vida, su discurso. La historia de Laura y su hija Mariana, únicas sobrevivientes de La Calamita, tenía que ver con que era un caso que sintetiza esta idea de que hay que profundizar, ser consciente, seguir exigiendo que estén en la cárcel los genocidas que hoy siguen libres.

-¿Cuál es tu concepción del género documental?

-Yo no estoy de acuerdo con las categorías rígidas. Si me dedico al cine es porque creo y defiendo la libertad de expresión más absoluta. Y uno de esos intentos de categorizar rígidamente es dividir entre documental y ficción. Como dice Godard, no hay mejor documental que una buena película de ficción y no hay mejor ficción que un buen documental. Siempre hay un punto de vista, una selección de cómo se registran los hechos, que son elecciones artísticas.

-En ese sentido en "Muertes indebidas" se destaca la división de la pantalla como un procedimiento narrativo.

-Ese es un recurso del cine de ficción. Después me di cuenta que tiene que ver con que hay una fragmentación de cuerpos y de historias que buscan reconstituirse. Tenía claro que era una película que iba a venir de la oscuridad, porque todas sus imágenes vienen desde las sombras, hay muchos personajes en contraluz. En un país con 30 mil desaparecidos y con genocidas sueltos entre nosotros, vivimos entre fantasmas. Por eso hablo de conjurar un "daño", como decían nuestros abuelos, retratar el tema con la mayor libertad posible para sentir que podemos reescribirlo y reposicionarnos asumiendo lo que nos pasó, dejar de hacer esta dieta de engaño que se viene haciendo desde hace 30 años, donde cada gobierno promete justicia y no la hace.
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Un momento de "Muertes indebidas", en el cementerio de Paraná.

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