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 domingo, 29 de enero de 2006  
Cómo vive la chiquita que llevó un corazón artificial
Berenice se adapta a su nueva vida y sigue su tratamiento
La niña de 18 meses sigue al pie de la letra una complicada grilla de medicamentos

Rodolfo Montes / La Capital

La pequeña Berenice se incorpora y se escapa de las manos de su madre. Se para sobre el asiento trasero del auto de La Capital apenas tomada con sus pequeñísimas manos de la ventanilla lateral semiabierta. Las calles de Buenos Aires rugen, vehículos, gente, todo en movimiento. Berenice parece encantada con lo que ve y siente. En un charco que dejó la lluvia, en plena vereda, se remojan unos gorriones. La niña de 18 meses descubre la escena, fija su atención, la celebra y, a su modo, avisa y comparte el momento.

"A ella le encanta jugar en el agua, por eso le conseguimos la pequeña bañera", reafirma su papá, David, preocupado desde un primer momento por esa cuestión puntual.

La chiquita de Villa Gobernador Gálvez transcurre su cuarto día en la nueva casa y busca adaptarse tanto como sus papás y Milagros, su hermana de cinco años. Conseguir que coma bien y a horario, asegurar la ingesta de una muy complicada grilla de medicamentos durante todo el día, no agitarse demasiado y conciliar el sueño por las noches, no son tareas sencillas para Berenice Molina y su familia.

Más aún, el jueves último se sumó un poco de catarro en el pecho de Bere, lo que obligó a nuevos cuidados especiales. Entre ellos, una nebulización antes de irse a dormir, acompañada de una sesión de kinesiología, todo en el hospital Pedro Elizalde, ahora situado a unas 30 cuadras del nuevo hogar.

La pequeña, primer paciente en Sudamérica operado con un corazón artificial, traído desde Alemania, continúa con las marcas en el pecho por una intervención quirúrgica de enormes dimensiones: desde la base de su cuello hasta el comienzo del abdomen se extienden las secuelas del tajo que tuvo que soportar. Y se juega a suerte y verdad para recomponer el funcionamiento normal de su propio corazón, el mismo que estuvo en un momento muy afectado y no le garantizaba la vida.

La lucha de los padres y del cuerpo médico por sacar adelante a la niña no tiene cuartel. Sin embargo, toda la movida que implicó la externación, el traslado al nuevo hogar, la adaptación, y quedar a merced de los casi exclusivos cuidados paternos sin el soporte permanente del servicio de cardiología infantil (donde se convirtió en una nena amada y famosa) provocaron una pequeña pérdida de peso: bajó 200 gramos.

El médico, atento al detalle, pidió ayer a los padres mayor rigor en el control de los movimientos de la chiquita. "Me piden que haga reposo, pero ¿cómo hago para que la nena no se mueva?", se pregunta Andrea, con toda lógica, ante este diario.

Es que cualquier camino que pueda conducir a una crisis de broncoespasmo debe cortarse, preventivamente. El corazón de Berenice no está para andar pasando sobresaltos, necesita tiempo para seguir encaminando su recuperación.

Ahora, en su casa porteña, Bere abre los ojos negros, grandes. Luce una delicada vincha que se hunde entre sus rulitos mientras el termómetro marca los 32 grados de un sábado de enero. Andrea la mece en los brazos y le da a tomar otra sesión de medicamentos. Bere los recibe con infinita paciencia y valentía. Si hasta pareció comprender que son imprescindibles para su vida. Después vuelve a jugar con su lápiz preferido, con su hoja de papel. Dibuja unas rayas y las ofrece a quien quiera verlas. En esas rayas plenas y coloridas, tal vez, esté cifrado su futuro.

En la despedida, la chiquita de 18 meses saluda con su mano derecha en alto y dice chau, mientras dispara sutiles besos. Todo un estilo. Y sigue ahí, decidida a construir todos los días, de a poco, una vida de milagros.
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Berenice recibe el cuidado de su familia.


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