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 domingo, 01 de agosto de 2004

Rosario desconocida: Celebración de la casa grande

José Mario Bonacci (*)

Consultamos un viejo diccionario que heredamos de nuestro padre y que atesoramos entre nuestras cosas más queridas y la obra nos da el primer indicio de lo que podríamos hacer por la ciudad, pues aprendemos que "celebrar", significa alabar, reverenciar, venerar solemnemente con culto público. Magnífica plataforma para iniciar una verdadera celebración urbana de la ciudad con invitados destacados como lo son la historia, su memoria construida, costumbres y formas de ser de los ciudadanos, la historia popular anónima, personajes de carne y hueso y todo lo que anima y conforma "el alma de la ciudad".

Desarrollamos el drama y la pasión de la vida como ciudadanos movilizados en medio de fabulosas escenografías urbanas, espacios que brindan el marco para nuestras acciones, lugares donde transcurre la existencia y sus estados de ánimo, puntos de encuentro y desencuentro, aglutinando la propia condición humana que se manifiesta en escenarios múltiples, variados y casi inasibles.

La ciudad cobija y recepciona a todos por igual, pero sólo cada uno de nosotros es capaz de armar una ciudad propia a la medida de sus sueños. Están los espacios, el ambiente y el clima que los conforma, las circunstancias que ponen en marcha la representación, y los ciudadanos, actores responsables de movilizar las escenas.


El mundo como un teatro
Fue Shakespeare quien metafóricamente afirmó que el mundo era un gran teatro y la humanidad movilizaba la actuación. Para los antiguos griegos y romanos sentirse "ciudadanos" representaba un verdadero orgullo no sólo remitido al aspecto político. El valor del sentimiento estaba también dado por la ciudad que atestiguaba el nacimiento del ciudadano, sirviéndole de marco de referencia y relación respecto de sus congéneres. Entonces el nombre de la ciudad pasaba a formar parte de su propio nombre: Pericles de Atenas, Pablo de Tarso, y tantos otros que así lo atestiguan.

Una de las maneras que el ciudadano tiene de sentirse parte de la ciudad en que vive es cuando desarrolla un orgullo por ello y lo manifiesta en sus actos cotidianos, explicitando, exaltando, conociendo y celebrando a su ciudad.

Tradicionalmente a Rosario se la denomina como "hija de su propio esfuerzo" lo que es fácilmente comprobable a través de la historia, pero es bueno no perder la visión que también arrastra en su memoria el ser resultado de su propia cuota de desidia en los aspectos urbanos, especialmente en los que se relacionan con su celebración como ciudad por parte de sus celebrantes, o quienes deberían serlo, que son los ciudadanos.

También es justo reconocer que desde hace un tiempo auspicioso esta relación comenzó a variar. Detenerse un momento en la indagación del pasado urbano nos pone frente a pérdidas irrecuperables que nos sitúan frente a duras conclusiones: lo que no pudo ser; lo que quisimos que fuera, pero no logramos que fuera; lo que era y dejó de ser; lo que podríamos haber logrado que fuera pero por causas nunca lo demasiado claras y precisas, finalmente se perdió para siempre.

La historia de la ciudad lleva en su memoria muchos de estos casos irremediables, no sólo relacionados con edificios que cobijaron la vida entre sus muros, sino aquellos que refieren a quienes generan esa vida, a la gente toda. No sólo deberemos ocuparnos de lo que no pudo ser. Hay mucho bueno e importante factible de rescatar aún de entre lo que hecha sombra sobre el suelo, tarea a la que deberían sumarse emotivamente todos los ciudadanos en un incansable trabajo de búsqueda y puesta en valor.

Una verdadera exaltación de lo ciudadano en todas sus facetas, hará que la ciudad sume sin importar la dimensión a sus cosas esenciales, logrando una identidad totalizadora y mirándose hacia sus adentros.

La ciudad, antes que un hecho administrativo cuya importancia no se cuestiona, es un hecho vivencial inserto en nuestra condición de ciudadanos que se alimenta en el orgullo de vivir en ella y de participar en su realidad día por día.


Construcción colectiva
Es en apoyo de nuestra propia existencia que debemos conocer a quien nos cobija, descubriéndola todos los días e insertarnos en el devenir de los tiempos. No deberemos ser excluyentes, porque nuestro presente es nuestro pasado y nuestro futuro es nuestro presente. Habremos de sumergirnos en este mundo de descubrimientos y puestas en valor que la ciudad genera, para afirmarnos en la condición de verdaderos ciudadanos.

En ningún momento hemos nombrado a la ciudad como un hecho técnico, no la hemos referido en cifras, ni encolumnada en estadísticas. Antes que eso, y para crecer en salud avisorando el porvenir, la ciudad deberá concebirse como una idea, como un profundo pensamiento, como algo cobijado muy adentro, tan adentro como sea posible generarse en el sentimiento de sus hijos.

Por eso hoy hemos dejado de lado las habituales reflexiones y citas propias de esta columna para adentrarnos en el lugar del pensamiento colectivo y ciudadano para alimentar un latir comunitario que celebre a la ciudad como ella lo merece.

(*)Arquitecto

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La mejor cara: el río y los edificios céntricos.

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