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 domingo, 01 de agosto de 2004

Anticipo
Del consultorio a la calle
La historia del travestismo en Argentina es el tema de una pormenorizada investigación que recorre las prácticas sexuales y médicas a lo largo del siglo XX

Josefina Fernández

A diferencia de sus contemporáneas alemanas e inglesas, quienes no sólo estaban organizadas para la acción política sino que también contaban con publicaciones propias, las travestis de Argentina de principios de siglo, sin organización y sin medios de información a través de los cuales hacerse escuchar, dejaron documentada su práctica en los informes de los mismos médicos y criminólogos que trataron de hacer desaparecer su cultura. Un ejemplo ilustrativo de ello es la "Autobiografía" escrita por Luis D., autodenominada "La Bella Otero", publicada por Francisco de Veyga en el año 1903 bajo el título "La inversión sexual adquirida - Tipo profesional: un invertido comerciante". La "Autobiografía" da cuenta de la cultura travesti de principios del siglo XX, de las prácticas sexuales de sus integrantes, de los espacios y lugares que frecuentaban, y expresa, además, a través de la parodia, la relación entre una cultura travesti que empezaba a ser vista y escuchada y aquella otra, hegemónica, que patologizaba a la primera y la conducía al encierro en nombre de su eventual regeneración.

Tal como nos muestra Salessi, a lo largo del relato de Luis D., la Bella Otero cambia el atuendo de madre católica, que viste al comienzo de su autobiografía, para llevar luego el correspondiente a un invertido sexual y concluir con el de una diva de café concert. De alguna manera, la auto presentación de la Bella Otero como una travesti que prefiere el rol pasivo -el más perseguido por los médicos criminólogos y, por tanto, el más estigmatizado en la sociedad- parecía desafiar el discurso médico. Al abrazar completamente el estigma, la Bella Otero lo vuelve risible al tiempo que resignifica las valoraciones que los médicos criminólogos de la época atribuían a sus prácticas.

No obstante las notables diferencias existentes en el tratamiento que de los desvíos sexuales se hizo en algunos países de Europa occidental y de América Latina, es posible señalar que al tiempo que las clasificaciones de la criminología, medicina, sexología y psiquiatría, asociaban homosexualidad, travestismo y transexualidad al terreno de las patologías y/o del delito, las mismas proporcionaban simultáneamente el marco propicio para la reivindicación de una identidad propia, alejada de las definiciones médicas o en franca resistencia a ellas.

Si bien voces como la de la Bella Otero no se plantearon explícitamente propósitos tales como la descriminalización de la práctica travesti en Argentina, ellas dan cuenta de una cultura que no recibe pasivamente el discurso dominante sino que establece un diálogo con éste mediante una mueca de resistencia que, valiéndose del remedo, deja constancia de sí misma y de su empeño por encontrar un lugar en la sociedad.

Desde aquellos testimonios registrados en los Archivos de Psiquiatría de fines del siglo XIX y principios del XX a la actualidad, poco se conoce sobre el posterior devenir del travestismo en Argentina. La memoria de las mismas protagonistas, mayores de setenta años, me permitió acceder a algunos retazos de información sobre este vacío histórico de datos.

A juicio de ellas, el primer período del gobierno peronista es el que más claramente inició la persecución de gays y travestis, ejercieran o no la prostitución callejera. Las maneras de caminar, el vestido y la apariencia en general serán motivo de una condena de la que hasta entonces estaban excluidas.

De manera contraria, los años setenta son caracterizados como de "destape travesti artístico" y el mismo se inicia con la llegada al país de una travesti brasilera que actúa por primera vez en un conocido teatro porteño. Su actuación constituye la "llave" que abrirá la puerta a posteriores representaciones de travestis locales. Poco después, por iniciativa de un productor llamado Pepe Parada, arriba a Buenos Aires una travesti de origen francés, que debuta en el Teatro Nacional. La reacción de la Iglesia, más precisamente la Acción Católica, y algunos sectores políticamente de derecha llevan a esta travesti a la cárcel de Devoto con un arresto de treinta días. Gracias a la intervención de la Embajada de Francia, la travesti es devuelta a su país, de donde regresará a Buenos Aires luego de un tiempo, ahora convertida en transexual y habilitada para actuar en el teatro Maipo junto a reconocidas vedettes del medio local. Para entonces, los escenarios aptos para la actuación travesti serán Teatrón en el barrio norte de la ciudad y Oráculo en la Boca, entre otros pocos más. Según las travestis que refieren estos sucesos, la dictadura de Lanusse no constituyó un problema para ellas: él tenía otra preocupación: "La lucha contra las organizaciones políticas armadas que comenzaban su accionar".

Parecería entonces que, desde la perspectiva de las travestis, en el transcurso del primer gobierno peronista, la persecución y condena a gays y travestis se extendía bajo diferentes formas, muchas de ellas arbitrarias en tanto no era necesario para ser detenida y condenada el ejercicio de la prostitución. Entretanto, durante los años setenta la restricción que recuerdan haber tenido las mismas travestis, proviene fundamentalmente de la presión ejercida por la Iglesia católica y la represión queda limitada a la visibilidad pública y artística del colectivo.

Lo cierto es que la oferta y demanda de sexo, que afectó tanto a mujeres como travestis en situación de prostitución, fue discutida en el país por moralizadores, políticos y clérigos desde mediados del siglo XIX. Las primeras normas datan de 1875, cuando el entonces Consejo Deliberante porteño votó una ordenanza donde las prostitutas eran definidas como "mujeres que venden favores sexuales a más de un hombre". La ley alejaba a los rufianes de los burdeles y a las prostitutas de los edificios públicos, iglesias y vía pública. Con la expectativa de erradicar definitivamente las redes de rufianes y regentas, en 1936 son derogadas las reglamentaciones sobre prostitución y se sanciona la Ley 12.331, conocida como Ley de Profilaxis Social. Esta normativa, de carácter abolicionista, prohíbe la explotación ajena sin penalizar el ejercicio independiente. La interpretación de esta ley divide las aguas. A un lado, expertos legales sostenían que todos los actos de prostitución constituían una violación a la norma que había clausurado los burdeles. Al otro lado, había quienes insistían en que dicha ley no penalizaba la prostitución sino sólo los burdeles. Gradualmente, se produce un desplazamiento de estos sitios de comercio sexual a los cabarets y similares espacios nocturnos y a las calles de la ciudad.

Según relata Donna Guy (1994), la consecuencia más destacada atribuida a la Ley de Profilaxis Social fue un supuesto aumento de la homosexualidad. Hasta los años treinta el comportamiento homoerótico entre varones adultos no constituía un problema de importancia. Solamente aquellos varones que vestían prendas femeninas o que seducían a jóvenes y menores eran arrestados. Sin embargo, poco a poco esto comenzó a cambiar y el hipotético incremento de la homosexualidad fue asociado a fallas propias de la Ley de Profilaxis. En el marco de las discusiones sobre ésta, durante las décadas de 1930 y 1940 las autoridades militares argentinas decidieron abrir burdeles próximos a los cuarteles y despenalizar la prostitución femenina. En el año 1944, durante el gobierno militar del presidente Edelmiro Farrell, se firma el decreto 10.638, dos de cuyos artículos constituyen enmiendas a la Ley de Profilaxis. Uno de ellos permitirá el funcionamiento de algunas casas de prostitución con la condición de que las mujeres fueran sometidas a exámenes médicos. (...)

Los edictos policiales o Códigos de Faltas acompañan este largo proceso asumiendo modalidades diferentes. Aunque comienzan a regir en el año 1870, será recién a principios del siglo XX cuando se delega a la policía la represión, control y regulación de la vida cotidiana. Durante el gobierno de facto de Aramburu se establece una nueva Ley Orgánica de la Policía Federal, vigente hasta el año 1998, a través de la cual se faculta a esta fuerza no sólo a emitir los edictos sino también a aplicarlos. El Congreso Nacional los convierte en ley durante el gobierno de Frondizi y en el año 1985, cuando Fernando de la Rúa se desempeñaba como intendente de la Ciudad de Buenos Aires, se otorga a la policía competencia para juzgar. Ebriedad, vagancia, mendicidad, desórdenes y prostitución podrán, en adelante, ser castigados con treinta días de arresto. El escándalo incluirá una figura que afecta directamente a las travestis: serán reprimidos, entre otros, "los que se exhibieren en la vía pública con ropas del sexo contrario" (Artículo 2º F) y "las personas de uno u otro sexo que públicamente incitaren o se ofrecieren al acto carnal" (Artículo 2º H).

Distanciándose gradualmente del consultorio médico, pero no de la cárcel, el travestismo en Argentina hará su entrada en el dominio público en los años noventa y dará lugar no sólo a movimientos sociales y agrupamientos cuyas voces se instalan en el espacio social, sino también a un debate que ya se mueve con referencias teóricas plurales.

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En los 90 el travestismo se organizó.

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