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 domingo, 01 de agosto de 2004

Panorama político
La transversalidad quedó en el freezer

Mauricio Maronna / La Capital

"Para trabajar con (Néstor) Kirchner tenés que estar dispuesto a comerte una cuota de humillación diaria", le dijo a La Capital uno de los más encumbrados funcionarios del gabinete nacional. La revelación fue publicada en dos oportunidades en esta columna (la última, el domingo 16 de mayo de 2004). Gustavo Beliz, hace exactamente siete días, pronunció las mismas palabras y el país reabrió un debate sobre la casquivana personalidad del presidente.

Ahora que los analistas nacionales más influyentes, los grandes titulares de los diarios y el ciudadano interesado mínimamente en la actualidad política repiquetean sobre la nueva catarsis del sinuoso ex ministro de Seguridad, es el momento de repasar aquellas palabras del calificado ministro, que lucía casi hastiado por la relación con la Casa Rosada.

"Hay una mesa chica integrada por el presidente, el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, y Carlos Zanini (secretario Legal y Técnico) que definen las cuestiones y luego se las transmiten a Alberto Fernández. Kirchner aborrece las reuniones de gabinete para que no se les filtre información a ustedes (por los periodistas), y muchas veces quedás pagando. Te mandan a defender una ley al Congreso, vas, ponés la cara, y después, porque (Horacio) Verbitsky te escribe una columna demoledora, el presidente manda todo para atrás y quedás como un boludo. ¿Si me pasó? Claro que sí. Es una orga...", amplió la altísima fuente.

El funcionario sigue en su lugar, digiriendo "la cuota de humillación diaria", pero Beliz, echado por teléfono, se fue hundiendo las naves como Hernán Cortés. Las gravísimas denuncias de Zapatitos Blancos, en una remake de su abrupta salida del gobierno de Carlos Menem, cuando dijo haber estado sentado en un "nido de víboras", pegaron en la flor y nata del kirchnerismo como una patada en el hígado.

Las referencias al desvío de fondos hacia la Side, la divulgación de la fotografía del agente Jaime Stiusso, la mención a la descalificación que Kirchner hace de Verbitsky ("es un enfermo que se quedó en el 70") y, fundamentalmente, las encuestas que le dieron asidero a las palabras de Beliz parecen marcar un quiebre en la estrategia del jefe del Estado.

La catarsis del ex ministro menemista, ex compañero de ruta de Cavallo (y siguen los ex) muestra por qué el peronismo (a diferencia de otros partidos despedazados por sus luchas intestinas) sobrevive a todas las amenazas de fractura. Hasta el menemismo de paladar negro salió a castigar a su otrora bambino de oro y se puso del lado del santacruceño, en un hecho inédito desde que Kirchner se calzó la banda y el bastón.

"Parece que el Lupín ahora se va a acordar de nosotros; es más, hasta hay un 80% de posibilidades de que sea el jefe del PJ. La mano viene mal: el FMI se puso durísimo para aprobar la tercera revisión del acuerdo, los gobernadores quieren más participación en las decisiones para que se apruebe la ley de responsabilidad fiscal y (Juan Carlos) Blumberg anda con ganas de convocar otra vez a una marcha. Un presidente peronista no solamente no puede gobernar contra el peronismo, sino que tiene que gobernar con el peronismo", se descargó el asesor de un legislador nacional por Santa Fe, de asiduo contacto con todas las vertientes del PJ.

El acto del viernes en el Aeropuerto Islas Malvinas de Rosario dejó como dato diferenciado de las anteriores visitas del jefe del Estado la ausencia casi absoluta de transversales.

En efecto, la transversalidad está hoy tan lejos del gobierno como el penal de Gabriel Heinze del arco de Brasil.

Sin embargo, Kirchner tiene en claro un razonamiento que hizo Bill Clinton apenas comenzó a gobernar en Estados Unidos: "La clave es darse cuenta de la amenaza que el propio partido le plantea a la carrera personal del presidente. Su apoyo y su abrazo (el del partido) pueden recordarnos más el de un carcelero que el de su amante".

Si bien es cierto que Kirchner bajó en las encuestas y que ese declive incidió en su cambio de estrategia hacia los partidos políticos (¿alguien se lo hubiera imaginado hasta hace pocos días posando con Leopoldo Moreau, elogiando a Ricardo Balbín y dorándole la píldora a la desvencijada UCR?), una buena porción de la sociedad sigue creyendo en la figura presidencial.

En este marco, parece contradecirse la líder del ARI, Elisa Carrió: se cansó de fustigar el aislamiento del gobierno y el poco diálogo con la fuerzas de la oposición y, ahora, denuncia un nuevo Pacto de Olivos entre el poder central y el radicalismo.

Aunque el microclima mediático porteño sature con los caricaturescos Raúl y Nina Castells, y ciertas "plumas" (Kirchner dixit) aturdan a la gente con diagnósticos apocalípticos sobre "climas prerrevolucionarios" o la víspera de otra "Semana Trágica", el gran enemigo de la gobernabilidad es la inseguridad pública. Cualquier desenlace trágico de los secuestros -que volvieron a crecer como hongos después de la lluvia- en el difuso límite entre Capital Federal y provincia de Buenos Aires podría derivar en la reedición del efecto Blumberg que, en abril pasado, logró movilizar a 300 mil personas en los alrededores del Congreso de la Nación.

En Santa Fe, la ley de lemas una sombra ya pronto será, pero el futuro sistema electoral asoma en el horizonte como el nuevo intríngulis a resolver.

El gobernador Jorge Obeid, aun a costa de la bronca de algunos sectores del PJ, logrará imponer la derogación de la fórmula mágica que le permitió al peronismo conservar el invicto electoral.

El titular de la Casa Gris recuperó la agenda, que lucía extraviada en sus primeros meses de gestión, y le quitó a Hermes Binner la hegemonía sobre la demonización de la ley de lemas.

El gran desafío para Obeid será el alumbramiento de un sistema electoral que aleje el tufillo de las cooperativas y permita la participación de todos los sectores que tengan algo que aportar a la política santafesina.

Más allá del reconocimiento al salto cualitativo de su gestión, el mandatario provincial debería comprender que para transmitir siempre buenas noticias existe la Secretaría de Información Pública. Las críticas (cuando son intelectualmente honestas) se aceptan o se rebaten mediante el diálogo con el cronista que, simplemente, describe el estado de las cosas.

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