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 viernes, 25 de junio de 2004

Graves fallas en la planificación de la posguerra

Washington. - Luego de 14 meses de ocupación estadounidense en Irak, marcados por preparativos insuficientes, el balance es amargo para un ejército que ha ganado una guerra relámpago pero no ha logrado pacificar al país. Los responsables estadounidenses que se aprestan a devolver la soberanía a los iraquíes afirman que el 30 de junio marca el inicio de una nueva era en ese país del golfo Pérsico, liberado del dictador Saddam Hussein. Pero incluso los más ardientes defensores de la invasión reconocen que la ocupación está lejos de haber aportado los resultados deseados.

La administración de George W. Bush insiste en los avances realizados desde la primavera de 2003, citando la formación de un nuevo gobierno, la adopción de una Constitución provisional y la activación de un nuevo ambiente financiero, jurídico y de seguridad.

Pero los 15 meses de ocupación estuvieron marcados por una letanía de fracasos y revisiones a la baja de los objetivos iniciales, con el fondo de atentados constantes y ataques contra las sociedades extranjeras. Así, solo se reclutó un quinto de los 35.000 efectivos previsto para constituir el nuevo ejército y más de dos tercios de los 90.000 policías carecen de formación, reconoce el Pentágono.

En el plano financiero, apenas el 20% del presupuesto de 18.600 millones de dólares aprobado por el Congreso para la reconstrucción fue entregado. La producción de electricidad es todavía inferior a un tercio del objetivo de 6.000 megavatios.

Los signos de las fallas en la planificación de la posguerra aparecieron incluso antes de la caída de Bagdad, en abril de 2003. Encargado de la reconstrucción, el Pentágono no tuvo en cuenta las evaluaciones del Departamento de Estado ni las advertencias severas contra el escaso número de soldados desplegados en Irak.

Para muchos, la decisión tomada en mayo de 2003 por el administrador civil Paul Bremer de disolver el ejército de Saddam Hussein fue un error colosal, que obligó a los soldados humillados y desempleados a unirse a las filas de la resistencia. Varios expertos consideran que la administración del nuevo Irak ha sido confiada a civiles estadounidenses poco experimentados, ignorantes de las complejidades de la sociedad iraquí y de las relaciones entre shiítas, sunitas y kurdos.

De hecho, aunque varios iraquíes aplaudieron la caída de Saddam, su entusiasmo quedó en nada, convirtiéndose luego en rabia con el paso de los meses, marcados por la persistencia de la violencia y la lentitud en la mejora de sus condiciones de vida.

Un año después, los sondeos muestran que nueve iraquíes de diez ven a los estadounidenses como "ocupantes" no como "liberadores". (AFP)

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