Año CXXXVII Nº 48262
La Ciudad
Política
Economía
Información Gral
El Mundo
Opinión
La Región
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Educación
Campo
Escenario


suplementos
ediciones anteriores
Salud 07/01
Autos 07/01
Turismo 04/01
Mujer 04/01
Señales 04/01


contacto

servicios

Institucional

 sábado, 10 de enero de 2004

Un pase de factura de la biología a la economía

Alfredo R. Ghione Pelayo (*)

Una vaca. Un solo animal enloquecido por tener "espuma" y agujeros en su cerebro. El país mas poderoso del mundo es declarado paria y el resto de los humanos rechaza comer lo que allí se come.

Tremendo descalabro económico. Alarma. Y un resto del mundo que calcula los eventuales dividendos que le pueda dar esa desgracia.

El mal de la vaca loca. No es nuevo. La intención de este artículo es informar de qué se trata, qué se sabe y tratar que la sensatez prime sobre la alarma. La ignorancia es un mal alimento. La ambición desmedida es una de las fuentes de la locura. Y la ambición ignorante es nefasta. A saber.

Ya a mediados de los 90 hubo en Europa un brote de la enfermedad. Se observó en bovinos (Inglaterra) pero no tomó relevancia hasta que aparecieron casos humanos en todo el continente. Cundió la alarma cuando se constató que era posible adquirir la enfermedad por haber comido animales enfermos entre 12 y 23 años antes. Hasta ahora suma casi doscientas muertes, la mayoría en adultos jóvenes (ninguna en Sudamérica).

Daisy, una vaca lechera inglesa muy parecida a nuestras Holando Argentino, fue en 1987 la primera y famosa víctima. Aún hoy pasan por TV los dramáticos videos que le tomaron con su incapacidad para mover las patas, tratando de frotar desesperada su cabeza con las pezuñas. Al principio se minimizó el caso, por lo que se reaccionó tardíamente para frenar su propagación. Esto tuvo luego un alto costo político y llevó a sacrificar gran parte del rodeo británico.


Pocas certezas
No se sabe demasiado aún sobre esta enfermedad, la Encefalopatía Espongiforme Bovina. Hay mucha vaguedad sobre el tema. En el cerebro y a lo largo del sistema nervioso central enfermos se encuentran vacuolas similares a burbujas que brindan el aspecto de una esponja, y unas partículas proteicas llamadas priones. Estos, a diferencia de virus y otros gérmenes no contienen ADN ni ARN.

No los destruye el calor -ni aún el fuego-, tampoco los desinfectantes y son necesarios líquidos extremadamente corrosivos y durante largo tiempo para inactivarlos. Se les atribuye ser la causa de la enfermedad: Inyectados a roedores de laboratorio, reproducen la encefalopatía y además les generan obesidad. Según el tipo de prión inyectado también se alteran hipófisis, glándulas suprarrenales e islotes pancreáticos productores de insulina. No todos los tipos de priones son capaces de desarrollar enfermedad. Se han desarrollado análisis para detectar la proteína específica (PrP) para el diagnóstico.

Se sabe que en la vaca tiene un período de incubación de treinta meses a ocho años, y se atribuye la enfermedad al agregado de carne, harina de carne o médula ósea (caracú) a la alimentación del ganado. Esta práctica era muy común en el viejo continente y fue recién prohibida luego de la epidemia europea.

Pero están bajo sospecha procedimientos mediante los que la industria alimentaria extrae y procesa el producto de la faena, por ejemplo, la extracción de grasas.

Hay varias afecciones similares. El scrapie es la más antiguamente conocida. Su nombre deriva de que las ovejas y cabras enfermas se rascan (scrape, en inglés) contra vallas y tranqueras. Lo describió claramente un veterinario alemán llamado Leopold en 1759. También en 1811 en Francia, luego en Hungría e Islandia. Hay alguna pista de que existía en Inglaterra en 1732. Ya entonces se recomendaba que no se permitiera al ganado ovino comer la placenta luego de la parición.

El Kuru fue una enfermedad humana similar, descripta en 1957 entre los caníbales que vivían en las tierras altas del este de Papua/Nueva Guinea, enfermedad que desapareció al extinguirse el canibalismo. Otros casos se encontraron en tribus africanas que practicaban también el canibalismo como rito (por ejemplo, en las ceremonias funerarias comiendo parte del difunto), práctica que se cree hoy extinguida.

Algo similar, la enfermedad de Creutzkfeldt Jakob, obligó en los años 80 a la industria farmacéutica a un cambio revolucionario. Los niños que nacen sin suficiente hormona del crecimiento serán enanos. No sirve ninguna hormona de origen animal, y se los trataba con extractos de hipófisis de autopsias humanas. Muy lentamente, al paso de los años, varios de los niños tratados desarrollaron esta enfermedad semejante al scrapie y al mal de la vaca loca.

Esto obligó a dejar de aplicar extractos cadavéricos y a desarrollar la biotecnología que produjo la hormona recombinante humana desde cultivos bacterianos y celulares, eliminando el problema. Esta técnica es la base de infinidad de medicamentos que hoy son de uso cotidiano. Un laboratorio argentino es líder mundial en esto.

Pero remarquemos la idea de "canibalismo": sea comiendo semejantes, como aquellos caníbales, sea inyectando a los niños extractos de semejantes, sea dando a comer a las vacas harina de carne, hueso molido y caracú de vaca.

En aquellas regiones del mundo donde el ganado come su alimento natural -las pasturas- no se han descripto este tipo de enfermedades. La avidez de acelerar las ganancias agregando proteínas cárnicas al ganado naturalmente herbívoro para acelerar su crianza; la ignorancia de la historia pecuaria; la poca prudencia en incorporar tecnologías y esa absurda creencia de que "eso le pasa a otros" llevan a que, más tarde o más temprano, la biología le pase su factura a la economía.

(*) Médico endocrinólogo

enviar nota por e-mail

contacto
buscador

  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados