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 sábado, 24 de noviembre de 2007  
candi
Charlas en el Café del Bajo
­—Y hablando de vida y de médicos: en el consultorio de uno de los más notables cardiólogos que tiene la ciudad de Rosario, y seguramente el país, el doctor Guido Reitich, hay un texto muy hermoso que este profesional escribió alguna vez y fue publicado por este diario. En uno de estos días, Inocencio, voy a reproducir parte de ese texto, porque es importante que tanto médicos como pacientes reflexionen sobre él. Pero resumiendo, le diré que el trasfondo, el espíritu de esas palabras, nos hablan de que el médico, más allá de ser un profesional que ordena estudios y receta medicamentos, debe ser un gran ser humano con vocación de servir al paciente que en este caso adquiere la calidad de prójimo. Este servicio no puede hacerse sino con amor. Por eso el médico, insisto, más allá de ser tal, está llamado a ser una persona con entrañable afecto por la humanidad y por la vida.

   —¿Es un homenaje a los médicos?

   —Sí, en cierta forma. Hace algunos años, otro gran profesional rosarino, horas antes de una lejana Nochebuena, ante mi ansiedad y preocupación, dejó todo y en la soledad de los consultorios de un sanatorio me realizó unos estudios para por fin decirme: “No tiene nada, esta noche puede brindar tranquilo”. Este mismo profesional, hace pocos días, me comentó que estaba preocupado pues algunos colegas sostenían que en general los médicos no solían tener un trato apropiado con sus pacientes. Yo no estoy de acuerdo con quienes sustentan esto. A lo largo de mi vida me he encontrado con profesionales del arte de curar que fueron y son seres humanos excepcionales. Y antes de mencionar a algunos de ellos, como homenaje a tantos médicos que más allá de curar y diagnosticar hacen de la profesión un acto de profundo amor, quiero contar lo que me sucedió hace unos días como consecuencia de un episodio de características cardiológicas: un médico muy joven del ICR, el doctor Alejandro Meiriño, tuvo para conmigo (y seguro para con todos los pacientes) un trato que no sólo se limitó a la estricta y fría consulta que en ocasiones suele darse. No puedo menos, por eso, que destacar y agradecer a este joven médico su conducta.

   —¿Nombres de médicos que para usted cumplen con aquello sostenido por Reitich?

   —Sólo por citar a algunos y en ellos a tantos otros que no conozco, pero que existen: por supuesto el doctor Guido Reitich, el doctor José Pigliacampo, el urólogo Pablo Weiss, una médica obstetra hospitalaria excepcional, como la doctora Beatriz Arregui, la doctora Claudia Vieder, el ginecólogo y gran ser humano, Rubén Bercovich. Cómo no mencionar a profesionales como: Benitez Gil, Litmanovich, Bottero, Lardone, Slullitel, el oftalmólogo Gabriel Bercovich. Y no podría dejar de mencionar al doctor Jorge Barragán sin cometer una injusticia y muy, pero muy especialmente a su padre, el recordado “doctor Barragán” en quien resumo al médico que además de curar el cuerpo apaciguó el espíritu. Una persona excepcional. Cada lector conocerá a muchos hombres y mujeres, médicos, que han hecho de su profesión el poema más hermoso que se haya podido escribir jamás, estampado en el cielo, sobre la vida.

Candi II

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