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domingo,
28 de
octubre de
2007 |
Lo que nadie quita
"La poesía es un rincón luminoso donde nadie puede hallarnos" es la frase que identifica al grupo del taller "Historial de Soledades"
Al ingresar al aula, allí se encuentran ellos, “los chicos”, los alumnos del taller literario de la cárcel de Rosario. Están todos, un puñado de rostros casi invisibles que empiezan a hacerse visibles a través de la poesía. “Son como una población fantasma, como desaparecidos de la sociedad, parte de la condena es desaparecerlos. Desde aquí queremos demostrar que aún en los lugares menos pensados, los poemas florecen”, dice Susana Valenti, la coordinadora del taller, a modo de presentación.
“Este es un lugar en el que cada uno aporta sus ideas, donde todos nos escuchamos. Cada clase es inolvidable y aprendemos siempre. Somos eternos aprendices. Una vez que vos aprendés a expresarte y a escribir, sos libre”, advierte Mauricio, un integrante del taller.
Sin dudas, acceder al taller representa mucho más que el hecho en sí mismo. “Una palabra es siempre un disparador, un inicio. Aquí descubrí muchas cosas que quizá de no haber pasado por este lugar nunca las hubiese descubierto. Encontramos mucho apoyo humano. Descubrí la capacidad que uno tiene para progresar y descubrir todo lo que está guardado dentro de uno. Mientras exista un lápiz y un papel nunca sufrirá mi libertad”, dice Néstor.
Y José, otro integrante del taller, agrega: “Llegar a una prisión es encontrarnos en un cuarto a oscuras y la poesía es lo que ilumina. Mientras haya un lápiz y un papel y nos podemos comunicar siempre habrá poesía”.
La posibilidad creativa y de imaginar mundos son herramientas de construcción que los asistentes al taller esgrimen al explicar la importancia de la propuesta. “A pesar de este contexto de encierro, cuando uno se siente libre para imaginar, podés llegar a volar, a crear y a escribir cosas hermosas, y eso no te lo puede quitar nadie”, se anima Roberto.
“Aunque parezca paradójico este es hoy nuestro lugar —señala Raúl— y aquí también podemos encontrar belleza. La experiencia de este taller la estamos viviendo intensamente y la disfrutamos mucho. Aquí vamos aprendiendo ese camino de poder escuchar al otro, a mi compañero, y descubrirnos en él”.
Susana inicia la clase leyendo una poesía de Borges: "Historia de la noche". El lugar es pequeño, con poca luz. De hecho la ventana por la que deberían entrar los, al menos escasos, rayos de sol está tapiada. El perímetro de la habitación no respeta las medidas convencionales. Se asemeja más a un pequeño triángulo. Un puñado de pupitres y un pequeño pizarrón la completan.
Allí, sobre ese fondo tan negro como los rincones del penal, se puede leer prolijamente escrita una frase que sintetiza ese espacio: "La poesía es un rincón luminoso donde nadie puede hallarnos".
"Cuando Susana nos pidió que definiéramos lo que para nosotros representa la poesía, a mí se me ocurrió esa frase. Nos define como grupo", cuenta Leonardo.
Así es como cada martes, en ese lugar tan oscuro y con esa ventana tapiada, ellos se permiten un momento de escritura, de reflexión. Un verdadero vuelo de libertad.
Las voces son muchas y sin embargo se convierten en una sola que trata de alcanzar lo que está afuera, lo que incompatibiliza con el muro, concebido como un tiempo que se cumple, como un espacio circular o como una recta en la que queda intacto el abandono y que se vuelve legible señalando el extravío del encierro.
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