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 domingo, 21 de octubre de 2007  
Buscó e hizo detener al asesino de su hijo
Mauricio Kulczak fue baleado ante testigos. Su padre rastreó cinco meses al agrersor y lo encontró. Le dieron 16 años de prisión

En cinco meses José Kulczak conoció todas las formas de la agitación y el infortunio. En ese lapso mataron a su hijo de un tiro a quemarropa, vivió en desesperación la pérdida del joven con quien trabajaba todos los días, en medio de su duelo buscó al ejecutor en esta y otras provincias, le indicó a la policía dónde estaba exactamente cuando lo encontró y lo hizo detener. Ahora al hombre que acribilló a su hijo en la esquina de su casa le dieron 16 años de prisión.

   A pocos días de la muerte de su hijo Mauricio, que tenía 19 años, lo echaron de la empresa donde trabajaba. Fue por un cruel malentendido. Ocurrió que la policía, al reportar el incidente, señaló que su hijo era un ex convicto de Coronda. Fue un error involuntario: quien había salido de la cárcel siete meses antes era el agresor y no el agredido. Pero la confusión fue publicada en diarios locales y nacionales. José adujo que fue un fallido e imploró por su continuidad. “Lo sentimos. Tantos medios no pueden equivocarse”, le replicaron. Desde entonces no tiene trabajo (ver aparte).

A sangre fría. El 8 de julio de 2004 a las 21.30, en la zona de Paraná al 300, en Villa Gobernador Gálvez, varios jóvenes en la calle hacían las preliminares de la salida del sábado. Una amiga de Mauricio oyó una explosión que le hizo acordar al ruido que hace un aerosol arrojado al fuego. Enseguida lo vio venir tambaleándose con la mano en el abdomen. “Me disparó Macoco”, sollozó. “No era para hacerme esto”.

   Minutos antes Mauricio había llegado con su ciclomotor Zanella 70 a lo de un amigo. Eran cinco en total y tomaban una cerveza en la puerta de la casa de uno de ellos. Hasta allí llegó Hugo Vivas, quien sacó una pistola 9 milímetros oscura y, a dos brazos de distancia, le disparó sin abrir la boca. “Viste cómo te encuentro”, le oyeron decir cuando Mauricio ya doblaba las piernas. Hugo Vivas, al que conocen como Macoco, miró al resto del grupo. “No se mueve nadie”, les ordenó. Montó en la Zanella del herido y desapareció.

   Las causas de su brutal desquite se explicitaron poco. Aunque en la causa judicial consta que, por los dichos de un amigo, Mauricio se había visto varias veces con una chica que había sido novia de Macoco antes de caer en Coronda. Una locura por celos que desató otra mayor.

Advertencias. Mauricio murió en el Heca dos horas después del ataque. Demasiada gente había visto esa ejecución frontal, a un metro de distancia y sin preámbulos. También el posterior robo de la motito. Ser los testigos del proceso judicial les significó todo tipo de amenazas que están descriptas en el expediente del caso.

   “Nos conocíamos todos. Esto fue una desgracia entre gente del barrio”, cuenta José Kulzcak, el padre de Mauricio. José se puso a investigar dónde había parado la Zanella 70 de su hijo. Los vecinos le dijeron que se la habían llevado en la pick up de una firma rectificadora de motores. Supo por datos de boca en boca que esa chata había llegado hasta una hormigonera de Ayacucho y Centeno. Preguntó si conocían a Macoco Vivas. Le dijeron que había trabajado ahí y que se había ido a José C. Paz, en el conurbano bonaerense. Hasta allí fue. Supo luego que había ido a San Luis. Pero a menudo retornaba y en uno de esos vaivenes alguien le avisó que estaba en el barrio caminando por calle San Juan.

   Hasta allí fue José con uno de sus hijos, lo distinguió y lo acorraló en un terreno baldío. Ahí dio por concluida la que sintió su obligación. Llamó al Comando Radioeléctrico y los miembros de una patrulla lo detuvieron. Era, en efecto, Macoco Vivas. Al ciclomotor de Mauricio lo hallaron luego en una casa de Pueblo Esther.

La condena. Nunca se encontró el arma, pero la multitud y la contundencia de los testigos no dejaron dudas de quién había disparado.

   Para la jueza de sentencia Carina Lurati, Hugo Vivas buscó a Mauricio, abrió fuego contra él como corolario de una acción homicida planificada y luego hurtó su ciclomotor. Le impuso por ello una condena a 16 años de prisión.

   “No quería venganza personal contra este muchacho que me quitó a mi compañero. Justicia nomás buscaba yo. Por eso se lo entregué al Comando”, dice José Kulczak en la puerta de su casa, con un soplido filtrado de la robustez ucraniana de sus antepasados, muy cerca del lugar donde le arrebataron a su hijo.
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José y su esposa Irma, en su casa de Villa G. Gálvez.

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