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 domingo, 21 de octubre de 2007  
La barra se trenzó cerca del Gigante

Lo que iba a pasar, pasó nomás. La barra brava de Central se dividió y empezó a dirimir el poder con violencia. No bastó que se haya previsto. Es más, todos los indicios apuntan a un encuentro pactado. Coincidieron a una cuadra del Gigante a la misma hora y por el mismo lugar: tres horas antes del partido ante Vélez, en Juan B. Justo y Drago. Y en ese momento, sin policías. Hubo tres autos rotos y una vivienda afectada, pero la violencia la pagaron en mayor medida los violentos, en especial uno de los escindidos del sector de Pillín Bracamonte, Luciano Molina, quien fue herido de arma blanca, su hermano y un ladero al que le amputaron dos dedos. Mientras, a otro de los suyos se le escuchó lanzar una amenaza al salir del hospital Alberdi donde lo atendieron: “Esto recién empieza”.

El interventor canalla Arturo Araujo removió el avispero el jueves y alertó de que podría haber enfrentamiento de barrabravas en el partido de ayer. Se reforzó entonces el operativo policial y hasta se les hizo sacar las zapatillas a todos los hinchas que ingresaban al estadio, en una medida inédita. “Logramos detener a tres personas que ocultaban armas blancas en el calzado”, dijo el encargado del operativo, el comisario inspector Jorge Wollschlejel. También se detuvieron a 73 personas, pero por delitos menores (2 menores por robo, uno de Vélez por resistencia a la autoridad y 70 por infracción a la ley orgánica 10 bis) que nada tuvieron que ver con la refriega que pasó mucho antes.

El martes 9, a la madrugada, balearon la casa de Luciano Molina, un miembro de la barra, entonces monolítica, de Andrés Bracamonte que se había escindido unos días antes. Ese fue el comienzo. El mismo agredido no tuvo empacho en declarar entonces que estaba en desacuerdo con los manejos de Pillín, que la agresión era obra suya y que tenía a disposición un grupo de unos 400 pibes para hacerle frente.

Con semejantes antecedentes y los datos de los días previos, no se evitó que los Pillines y los de Molina se encontraran a una cuadra del acceso por Cordiviola, como si hubiera existido un pacto en una zona liberada. Alrededor de las 15.30, ambos grupos llegaron a la mencionada esquina y voló de todo. Además de cascotazos, relucieron facas. Y el segundo grupo se llevó la peor parte.

Mientras los Pillines volvieron al Gigante y no colgaron sus trapos porque la policía les impidió sacarlos del gimnasio, Molina y su hermano Lucas terminaron en el hospital Alberdi. El primero recibió un puntazo de arma blanca en el abdomen, además de piedrazos en la cabeza. Su hermano Lucas fue atendido en el hombro y cuero cabelludo. Y a Máximo Perrone, de su grupo, le amputaron la tercera y cuarta falange de la mano izquierda en el hospital Centenario.

“Poné que nosotros no fuimos armados sino con la mejor voluntad”, le dijo Molina a Ovacion, “y ellos nos recibieron con facas y a los cascotazos”, se explayó, dejando así entrever que el encuentro fue pactado. “Nosotros queremos a Central y de ninguna manera íbamos con ánimo de pelear. El equipo no está como para que encima lo sancionen con quita de puntos”, opinó, pacifista.

“Estábamos apostados aquí”, argumentó el comisario Wollschlejel, en referencia a la esquina de Juan B. Justo y Cordiviola, “y la refriega pasó a una cuadra. Cuando la advertimos corrimos y se dispersaron rápido por el parque Alem”. Más tarde, el oficial dijo que esperaba que los agredidos dieran precisiones en sus declaraciones para proceder a las detenciones.

Podía pasar y pasó. La prevención fracasó porque la solución del flagelo excede largamente a un operativo que no se anticipó al choque y porque ni siquiera, como mínimo, se aplica derecho de admisión. Y encima, como dijo el barra como premonición: “Esto recién empieza”. No se puede decir que no avisaron.
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