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 domingo, 21 de octubre de 2007  
Con el alemán en la sangre

Mariel Vega tiene 39 años. Hace dos se enteró de que era adoptada. “Crecí en un hogar lleno de afecto”, asegura. A los cinco años sus padres tuvieron una hija, su hermanastra, y nunca sospechó, ni por asomo, que ella no era hija natural de ese matrimonio.

   Un día, una anciana del barrio le preguntó a la hermanastra qué haría de su vida. La joven respondió que si de grande no se casaba intentaría adoptar un hijo. “Como hizo tu madre”, respondió la mujer y descubrió un secreto guardado por años.

   “Mi hermana empezó a hacer todas las averiguaciones. Habló con mucha gente y después se enfrentó con la realidad de que tenía que decírmelo”, narra .

   Primero sintió lástima por no ser hija biológica de los padres adoptivos. “Fue un duelo y después nació la intriga y el querer saber de dónde provenía”.

   Supo que había sido dejada en la Casa Cuna de Santa Fe a los cinco meses y medio. Supo que podría ser hija de alemanes y que tal vez su mamá tendría 17 años cuando la parió. Casualmente , Mariel a los 14 comenzó a estudiar alemán por iniciativa personal y hasta tenía un mapa de Alemania en su biblioteca. Ahora es profesora de idiomas y habla cinco lenguas.

   En Casa Cuna comprobó que la dejaron el 26 de junio de 1968 y la adoptaron el 30 de ese mes, fecha en la que celebra su cumpleaños. Según los cálculos, Mariel (su nombre original era María Antonia) habría estado cinco meses y medio con su familia biológica.

   “¿Qué pasó durante esos cinco meses?”, pregunta sin encontrar respuestas.


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