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domingo,
29 de
julio de
2007 |
[Carta]
Una presencia necesaria
Reynaldo Sietecase
Querido Negro:
Ahora que escribo la frase me doy cuenta de lo bien que suena el apodo negro cuando se pronuncia acunado por el cariño, el respeto y la admiración.
Negro como Olmedo, como el uruguayo Jorge González, como Clay, como Louis Armstrong...
Esta carta intenta, en un tono que no traicione la irreverencia que vos pregonaste a cada paso, convertirse en un memorándum de agradecimiento.
¿Cómo que por qué?
Es tan sencillo que te lo podría contestar cualquiera del millón y pico de personas que pidió poner su firma en esta nota. Y que, aunque vos ni ellos mismos lo sepan, entre las cosas más destacadas que tienen en común están el río, los sueños de un futuro mejor, y vos. Qué grosso ser la carta de identidad de una ciudad.
Que igual no te convenzo.
Mirá que sos testarudo.
¿Cómo que por qué?
Eso te lo podría contestar Pepe, por ejemplo, el panadero de Las Flores que asegura que son tuyos los únicos libros que leyó en su vida; o Margarita, la maestra del Complejo Alberdi que les permite a sus alumnos jugar con los cuadritos del gaucho Pereyra; o Juan, el mozo del bar La Capilla fanático de Boogie; o Sergio, el canillita de la avenida Pellegrini, leproso de alma, que dice que sos lo único que le envidia a Central.
Hay tantas cosas...
Gracias por las sonrisas y sus hijas más jetonas: la risa y la carcajada, como se decía antes: “a mandíbula batiente”. Esos sonidos del alma que nos arrancaron y todavía nos arrancan Inodoro, Mendieta y los habitantes de tus cuentos, esos amigos posibles y desmesurados tan parecidos a nosotros mismos.
Gracias por los cuentos de fútbol. Ese puente de plata que armaste con ladrillos de humor y literatura. Gracias por presentarnos al viejo Casale, ese hincha que de verdad nunca abandona. Gracias por hacer reír a mi hijo.
Gracias por la sencillez y la modestia.
Gracias por la generosidad y el desinterés.
Gracias por quedarte entre nosotros aunque te hayas ido ayer.
Gracias por sentir orgullo por esta ciudad de tamaño humano, que nos contiene y, a veces, nos expulsa.
Y gracias por decir a cada paso que te gustaba vivir acá y en voz bien alta.
En definitiva, gracias por ser nosotros.
Dios te trazó la figura sin alzar la mano y con un soplo de color te dio una forma amable. Porque no sólo sos un escritor y un humorista querido, para nosotros sos un escritor y un humorista necesario.
Ahora que el Gran Dibujante dejó de imaginarte, vos ya sos imborrable.
Nos elegiste y listo. Dijiste “aquí me quedo”. Sos como Aldo Poy, un jugador que no podía brillar en otro sitio.
Es tan bueno saber que cuando a uno lo apuran las dudas y el agobio cotidiano, puede recurrir a tus palabras, a tus historias, a tus chistes, como si se tratara de una mano invisible que te ayuda a salir del pozo.
—Che, ¿lo viste al Negro?
—No sé, ¿te fijaste en el bar? ¿No lo vas a buscar en la Biblioteca Argentina?
—Buscalo por ahí...debe estar con el Pitufo o con Chiquito.
—Mirá que desde ayer no lo veo.
—Igual me crucé con Inodoro en la peatonal, con la Eulogia en el shopping, también lo vi a Boggie amarrado a una copa de ginebra mirando el río con su cara más hostil.
Pero del Negro nada.
—Quedate tranquilo, debe andar por ahí.
Te fuiste pero estás.
Qué paradoja, la misma que ayer nos hizo llorar y reír al mismo tiempo. Cruzar pena y alegría al evocar cualquiera de tus ideas disparatadas.
Por todo eso gracias.
Ojalá que en el bar que ahora frecuentás, los mozos sean dulces como ángeles, los amigos inteligentes y las mujeres bellas y discretas, que allí nunca te falten una radio a transistores, papeles en blanco y fibrones.
Y que en ese país Central salga campeón todos los años, una y otra vez, hasta que volvamos a encontrarte.
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