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domingo,
29 de
julio de
2007 |
[Testimonio]
Recuerdos del Negro
El escritor Juan Martini fue amigo de Fontanarrosa desde fines de los años 60. Aquí evoca algunos momentos de esa historia
Osvaldo Aguirre / La Capital
Nos conocimos en Boom, cuando la revista empezaba a salir. El Negro dibujaba humor, hasta ese momento había estado por el lado del cómic no humorístico. En Boom tuvo la última página para hacer humor y durante bastante tiempo dibujó las tapas. Y yo empezaba a hacer periodismo. Teníamos 24, 25 años, y nos hicimos muy amigos. Armamos un grupo con el Negro Ielpi y con Carlos Saldi. Cuando terminábamos el trabajo en la revista íbamos a comer al Dory, al viejo Dory, en la calle Santa Fe.
Después estuvimos en Zoom, una revista que dirigía Arturo Uranga y apareció cuando dejó de salir Boom. Salieron pocos números, e hicimos juntos una nota sobre historieta. Yo tenía una librería, Signos, que estaba frente a la Bolsa de Comercio. El Negro pasaba todos los días, antes de ir a El Cairo, cuando todavía no existía la mesa de los galanes. Pasaba por los enclaves donde tenía amigos. Empezaba por Signos porque estaba en la otra punta de la peatonal. Me acuerdo que vi al primer Inodoro Pereyra dibujado en un fichero de la librería.
Otro día yo volvía de Buenos Aires de muy mal humor. Me había encontrado con Ricardo Piglia y le había llevado para leer mi primera novela. “Cómo —me dice Piglia—, esta novela se llama como la que yo estoy escribiendo, «Respiración artificial»”. Entonces fue como que le dejé el título a Piglia. El Negro era uno de los pocos que había leído el original. “Pasó esto —le comento—, y no se me ocurre nada para el título”. A los dos o tres días aparece por la librería y me dice: “El agua en los pulmones”. O sea que le debo el título de mi primera novela. Y otro día pasa y me trae un montón de papeles. Resulta que le sobraba tiempo entre lo mucho que dibujaba y para no aburrirse se había puesto a escribir cuentos.
Entre el 71 y el 75 tuve una pequeña editorial. Se llamaba Encuadre. Publiqué un libro sobre economía en América latina de Horacio Ciafardini, un teórico que estuvo cerca del PCR, me parece. Otro de Franco Basaglia, una continuación a “La institución negada”, un título famoso de la antipsiquiatría en los 70. También me di el gusto de publicar recopilaciones de artículos del Che Guevara, y otras cosas. Como el primer libro de cuentos de Fontanarrosa, que salió con el título “Fontanarrosa se la cuenta”.
Pero él no pensaba que esos cuentos eran para publicar. “Mirá —me dijo—, tengo esto, leélo y decime qué te parece”. Yo lo leí... y el Negro era el Negro ya en sus primeros cuentos. “Lo publicamos —le dije—, si querés lo podés corregir un poco”. Y él: “No, yo no corrijo nada, si querés hacelo vos”. Lo publicamos y fue un éxito editorial. Con los años lo reeditó Calicanto, como “Los trenes matan a los autos”, el título de uno de los cuentos, y hace relativamente poco salió en De la Flor. De ahí en adelante tuvimos una relación de amistad del alma, donde se combinaban estas cosas: hablar de libros, de lo que escribíamos, de películas, de mujeres, de fútbol.
Aquella primera época llegó hasta fines de 1975, cuando me fui a Barcelona. Volví en 1984. El Negro, de todas maneras, viajó dos veces a Barcelona en aquellos años. Decía que en Europa iba a las ciudades donde tenía amigos. Ese era el Negro. Uno de esos viajes coincidió con el Mundial 82. Nos escribimos a lo largo de diez años. Escribía cartas muy largas, a máquina, y contaba todo lo que pasaba en Rosario.
No voy a decir que leí toda su obra. ¿Viste cuando uno se guarda algo para más adelante? Me falta “El rey de la milonga” y algún libro más, pero he leído mucho del Negro. Me da un poco de pena recordar esto ahora, en virtud de que el Negro no está. Pero hace veinte años presenté cuentos suyos que se hacían en televisión. Recuerdo una presentación de “Sueño de barrio”, que se hizo en Canal 7. O la presentación de algún libro suyo en el Instituto de Cooperación Iberoamericana, con Elvio Gandolfo. Los cuentos de Fontanarrosa ocupaban ya entonces un lugar que aunque no se quisiese ver desde la literatura y la crítica culta era insoslayable. Había ya media docena de cuentos que formaban parte de la mejor literatura argentina. Era un escritor caótico, desprolijo, pero con una potencia que te hacía olvidar todo eso.
El Negro ha sido siempre un tipo de enorme perseverancia. Y muy reconocido y leal en las relaciones personales. Yo sé perfectamente que hubo libros míos que no le gustaron. En el 2002 cuando salió una novela mía, “Puerto apache”, que hablaba de la crisis, el Negro me llama y me dice: “Juan, me parece que estás cagado con esta novela, porque a mí me gustó mucho”.
Nuestros hijos, Franco y Lía, nacieron el mismo año, en 1983. Y se hicieron amigos siendo chiquitos. Pasamos juntos más de un verano en Brasil. Y nos seguimos viendo hasta el último tiempo. Viajé a Rosario casi sólo para verlo a él, desde que la enfermedad, después de estar estancada, se desató en 2005.
En Nueva York y en Manhattan sería Woody Allen. En un país como el nuestro la obra del Negro ha sido ignorada bajo motes o sospechas de populismo. Es una negación necia de realidades artísticas y culturales, las mismas que se le pueden aplicar a Osvaldo Soriano o que en su época se aplicaron a Roberto Arlt. Hoy la crítica culta reivindica a Arlt e ignora a Soriano y Fontanarrosa. No he visto a un solo crítico culto en estos días reivindicando algo de Fontanarrosa. No tienen nada que decir.
Toca un tiempo donde vamos a tener Fontanarrosa por todos lados. Es el reconocimiento ante un fenómeno popular. Después se calmará, pero la obra del Negro trasciende su figura y el dolor de este momento. Va a ser una obra permanentemente viva. Son muchos años laburando, y muchos años de reconocimiento de la gente. En el 73, 74, ya era un personaje de la ciudad. La gente lo saludaba por la calle. Y en Buenos Aires también lo conocían. Hace treinta años el Negro ya era el Negro.
Entrevista: O. A.
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Fotos
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Con Crist. En 1994, cuando Fontanarrosa festejó sus cincuenta años.
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