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 sábado, 14 de julio de 2007  
El Instituto Rosarino de Investigaciones en Ciencias de la Educación (Irice) sale al rescate de las producciones didácticas de las aulas santafesinas
“Hay una enorme cantidad de conocimientos científicos, la gente no se los apropia”
El nuevo director del Irice, Raúl Gagliardi, asegura que los problemas de la educación son los mismos en todo el mundo. Trabajó en más de 30 naciones

Marcela Isaías / La Capital

Raúl Gagliardi es un lujo para Rosario y la educación argentina. Es biólogo, especialista en didáctica de las ciencias y en desarrollo social, doctor en biología y doctor en educación por la Universidad de Ginebra. Nació en Buenos Aires, en 1977 emigró a Suiza, donde vivió por 30 años. Trabajó como investigador y para la Unesco, y viajó por más de 30 países, entre ellos 12 africanos, estuvo un año en China, trabajó en Indonesia, conoce al dedillo Europa y, por supuesto, Latinoamérica. Hace dos meses, y luego de ganar el cargo por concurso, asumió como director del Instituto Rosarino de Investigaciones en Ciencias de la Educación (Irice), organismo que depende del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).

—¿Por qué vuelve a la Argentina ?

—Porque es mi país. Es donde me siento más cómodo, donde los problemas se viven más agudamente. Es una decisión que tomé, un compromiso con el país y con la gente.

—¿Qué recoge de todo ese recorrido por los distintos países cuando se habla de educación?

—Que la educación es muy parecida en todo el mundo, salvo excepciones. Los programas y currículas se copian unos a otros, y en realidad los problemas que tiene la educación son comunes.

—Y de esos problemas ¿el común a todos?

—Se podría resumir en que existe una enorme cantidad de conocimientos científicos, pero la gente no se apropia de ellos. No conozco el país donde su población utilice los conocimientos científicos en la vida cotidiana. Y ese es un verdadero problema, porque cuando se trata de un sector o país desarrollado, la gente tiene medios para vivir, no hay inconvenientes, pero en situaciones de extrema pobreza, o donde la vida es más difícil, los conocimientos científicos podrían ser muy útiles y significar la diferencia entre la vida y la muerte.

—¿Qué pasa con la escuela entonces?

—Pasa que no se reconoce esa importancia y las escuelas no lo transmiten. Los alumnos que están en la escuela no conocen que estos conocimientos pueden mejorar su calidad de vida. Y esto que digo pasa tanto en países europeos como africanos y latinoamericanos por igual.

—Usted está marcando un claro déficit en la enseñanza mundial. ¿En qué fallan los docentes: en la formación que reciben en los profesorados, en la forma de transmisión, en la didáctica?

—No quiero echarles la culpa a los docentes. Hago esta aclaración porque muchas veces se los culpa a ellos, y en realidad si los docentes fallan es porque todo el sistema no funciona o funciona mal. Por otro lado, el docente es un elemento fundamental en toda la educación. Ocurre que deberían recibir mucho más los contenidos de la producción científica y adaptarlas a la enseñanza; sin embargo, subsisten los problemas de programa, de metodologías y de medios: si tiene 40 chicos en un aula, o 200 como pasa en algunos países, evidentemente la función del docente no puede ser la misma que cuando tiene 20. Lo mismo pasa cuando debe destinar tiempo a la comida. Por otra parte, los programas de estudio pretenden que la escuela transmita una cantidad muy grande de información, y no se le da tiempo al alumno para que la integre a sus otros conocimientos. Es como si se pretendiera tanto que al final se logra muy poco o nada.

—¿Se proponen objetivos muy ambiciosos desde la escuela?

—Muy ambiciosos y además muy dispersos. Se supone que el alumno que aprendió algo hoy automáticamente lo va a integrar mañana con algo nuevo. Y eso no es cierto. Hemos hecho investigaciones en muchos países, y por ejemplo vemos que los alumnos aprenden que la energía en física no es la misma que en biología o que en geografía. Se trata del mismo concepto pero no se integra en el pensamiento del alumno, por lo tanto luego se pierde.

—¿Cómo se supera esa falla?

—Entiendo que un modelo posible, sobre el que he trabajado, es el de reducir la información que se tiene que transmitir y concentrar la actividad en pocos conceptos, aquellos que cuando el alumno los construye transforman su pensamiento, aprende y le permiten seguir aprendiendo. Llamo a esas ideas, “conceptos estructurantes”. También se trata de analizar las representaciones que los alumnos llevan a la escuela y partir desde allí con la enseñanza; otro elemento es trabajar las dificultades de aprendizaje: por qué el alumno no aprende.

—¿Cuál sería un ejemplo del valor de esos conceptos estructurantes y que pueden mejorar la calidad de vida?

—Un ejemplo es el que surge de una investigación que realizamos sobre la idea que tienen los alumnos y muchos adultos sobre el concepto de digestión. Vimos que al pedirles que describieran el recorrido del agua por el organismo lo hacen de manera lineal (boca, órganos y salida por la orina). Es un error frecuente desconocer la circulación del agua por el organismo y esto es grave. En un programa básico de Unicef que se desarrolla en Bolivia para evitar la diarrea infantil, vimos que al tener las madres esa idea de que cuanta más agua toma el niño, más diarrea tiene, dejaban de darle de beber, el resultado es que muchos niños mueren deshidratados. Entonces, es necesario trabajar con la construcción de conceptos básicos. Así el niño puede utilizar mejor la información, seguir aprendiendo y evitar problemas donde a veces el límite es la misma muerte.
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Raúl Gagliardi dice que los buenos aprendizajes pueden significar la diferencia entre la vida y la muerte.

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