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domingo,
17 de
junio de
2007 |
[nota de tapa] - el campo de la mirada
La revelación de un paisaje personal
Hace más de veinte años que Gustavo Frittegotto expone sus fotografías en el país y el mundo. los pasos de una formación y una obra de intensidad muy poco común
Osvaldo Aguirre / La Capital
Gustavo Frittegotto (Arequito, 1960) es uno de los fotógrafos argentinos contemporáneos con más recorridos por el mundo. Ha expuesto sus trabajos en distintos museos y centros culturales de Estados Unidos, México, Venezuela, Colombia, Brasil, Chile, Finlandia y España. Y en distintas ciudades del país. Esta semana inauguró una muestra en Río de Janeiro, donde presenta “Estilos pampeanos”, fotografías en las que vuelve a enfocar su tema central: la llanura, el paisaje que siente como propio.
“A mí me gustan los fotógrafos que trabajan con su propia historia, con sus raíces”, dice. Y él lo viene haciendo desde hace más de veinte años, cuando empezó a investigar, a través de la fotografía, el éxodo de la población rural. Posteriormente realizó, entre otras obras, “La pampa es como un cielo al revés”, título que remite a una cita de Atahualpa Yupanqui, una de sus referencias insoslayables, junto a los ensayos de Ezequiel Martínez Estrada, en la reflexión que sostiene su mirada. A partir de 1999, comenzó a trabajar sobre el archivo del estudio fotográfico que su padre tuvo en Arequito. Frittegotto vive actualmente entre Casilda y Rosario, donde tiene su taller y trabaja como docente.
—¿Qué lugar elegiste para hacer “Estilos pampeanos”?
—Las imágenes son especies de planos puestos en la misma imagen, con la misma cámara, en el mismo lugar, donde hay como una fijación de la mirada sobre el horizonte. El trabajo surge a partir de que Panasonic nos da a algunos fotógrafos cámaras digitales para hacer obra. Yo siempre digo que la fotografía es una, cuando me preguntan si hago fotografía analógica o digital. Sí hay instrumentos que te permiten hacer cosas diferentes. En la fotografía digital la imagen parece como un chicle, la podés estirar, alargar, trabajar de otra forma. Hice el trabajo en una zona en Casilda donde el llano es un perfecto billar, algo sublime. Saliendo por la colectora que va a Carcarañá y toma por la autopista. Lo considero uno de los paisajes más exóticos. Es muy complejo y difícil de comprender, y nos afecta en nuestro ser. Es casi un paisaje primitivo, sin montañas ni ríos.
—Por eso se dice que en la pampa no hay nada para ver.
—No, hay mucho para ver. Es un gran vacío, pero un vacío grosso, el vacío como una escultura. Se necesita un esfuerzo del pensamiento para comprenderlo. También es cierto que es un paisaje que genera una negación del hombre. Se puede ver urbanísticamente. Todos los pueblos están en contra del llano. También Rosario le da la espalda al llano, a pesar de que cuando caminás por la ciudad estás en el llano. Parece que estamos mirando hacia afuera, extrañando la tierra de nuestros abuelos. Siempre hemos construido dándole la espalda a nuestro paisaje. Hacer una casa con techo a dos aguas para la nieve en medio de esta llanura, por ejemplo, es como andar con botas de esquí por el centro de Rosario. No nos hemos apropiado del paisaje. Creo que seguimos siendo extranjeros en un paisaje donde no sabemos qué carajo hacemos.
—¿La fotografía es un modo de apropiarse del paisaje?
—La fotografía te permite ver desde otro ángulo. Yo nunca estoy mirando qué hacen afuera ni trato de copiar a otros. Más bien hago al revés, creo que aprendo más hablando con el chacarero de a la vuelta de casa que mirando cosas en Internet.
—¿Qué aprendés así?
—A mí me parece casi ridículo estar haciendo lo que se hace en el Primer Mundo. A Yupanqui le preguntaban cómo hacía para hacerse entender en Japón, donde era muy popular. Y él decía que cuando se canta lo de uno, y eso es verdadero, puede ser entendido en todo el mundo. El ejemplo opuesto puede ser cuando escuchás a un japonés cantando tangos. Eso es tan ridículo como que nos pongamos a imitar el arte o la fotografía de los países centrales.
—¿El trabajo con el paisaje rural comenzó para vos con la investigación sobre el éxodo rural?
—Ahí fue cuando empecé, pero no por idea mía. Tuve la suerte de contar con gente muy lúcida que me abrió la mirada. Tampoco es hacer cosas pintorescas, la cuestión es revelar el lugar donde a uno le toca vivir. Y entenderlo. El ejercicio de estar analizando y viendo continuamente tu entorno es muy difícil cuando estás cotidianamente en ese mismo lugar. El “Éxodo” fue un trabajo improvisado en un montón de cosas. Toda esa primera parte de mi fotografía me sirvió para entender cosas que pasaban en mi región, que después se repitieron y se volvieron a repetir. Ese y otro trabajo que hice sobre la erosión de la pampa húmeda, cuando salía a hacer fotos con ingenieros agrónomos y empecé a entender desde un lado diferente, técnico, ciertas cosas que terminaron en el monocultivo, la drogadependencia sojera y la pérdida de un montón de costumbres que se habían arraigado en esta zona.
—También tenés mucha fotografía de caminos, de huellas.╠
—Sí. La fotografía es una huella. Desde el trabajo sobre el éxodo camino entre los restos que deja la gente. Me gusta andar por ese lado. No me siento artista, ni tampoco creo que lo que hago sea un arte. Son fotografías. Cosas que mi ojo ve y a mí me interesan.
—¿El episodio decisivo de tu formación fue tener un estudio de fotografía en tu propia casa?
—No sé si yo elegí la fotografía. Era lo que tenía en casa. Terminé la escuela secundaria en el pueblo, seguir estudiando no me interesaba mucho y estaba el negocio de fotografía de mi viejo. La historia es que mi papá le compra el negocio a un señor que le había puesto el nombre Foto Ibis, que mi papá mantuvo. Mi papá fue fotógrafo en el pueblo durante casi cincuenta años. Le decían Benuto Frittegotto, se llamaba Bienvenido Pascual, porque fue el primer hijo nacido en Argentina; mi tía, la mayor, había nacido en Italia. Mi papá no tenía experiencia de fotografía. Por otro lado, mi mamá era sobrina del cura del pueblo, monseñor Domenico Pugliesi, que era aficionado a la fotografía. Fue el primero que empezó a hacer fotografía en Arequito, y él se revelaba sus propias fotos. Yo tengo el archivo de él y el archivo de mi papá. Las fotos del cura son de fines del siglo XIX, principios del siglo XX; ahí aparece la parte fundacional del pueblo, la construcción de la iglesia, el teatro Rossini, un teatro fantástico. Mi papá agarra el auge, la década del 60, cuando había un festival de folclore muy importante, la actividad cooperativista del pueblo, la actividad de los clubes, la fiesta agro industrial. Y a mí me toca la debacle, la extensión de la soja, la gente que se va del campo al pueblo, la erosión del suelo, la ruina de las cooperativas.
—Tu aprendizaje fue sobre la práctica misma.
—Sí, a mi papá no le interesó. Al contrario, para él hacer fotos para una exposición era tirar la plata. Yo había hecho unas fotos de taperas y a través de amigos me contacto con un fotógrafo de Buenos Aires, Juan José Guttero. Y al poco tiempo lo conozco a Horacio Coppola. Lo visité durante doce, trece años. En ese intercambio lo conozco a Norberto Puzzolo, empiezo a venir a Rosario. Hago las series del “Éxodo”, “Desequilibrio y erosión de la pampa húmeda”, que mostramos en escuelas rurales y escuelas técnicas de campo, incluso en una de las primeras Expochacra. También hice trabajos, que nunca mostré, sobre una familia de campo, los Peruzzi, que eran cinco hermanos solterones que vivían cerca del pueblo. Todo eso para mí fue una especie de studium para después empezar a producir: diez, doce años de hacer mucha fotografía pero como una curiosidad. Se iban haciendo exposiciones, pero no las considero como algo relevante. Quería buscar mi camino, y el camino era lento. Muchas veces encaraba para un lado y no funcionaba. Con el tiempo ese trabajo me sirvió. De 1995 para adelante empecé a ver las cosas más claras, hice una muestra en el Parque España que para mí fue muy importante.
—¿Cómo surgió el trabajo con los negativos de tu papá?
—En 1999, 2000 empecé a verlos. “Algo tengo que hacer con esto”, me decía. Y después hice un intento de una muestra que se hizo en Arte por Arte en Buenos Aires y lo empecé a cerrar. Este año se presentaron en la muestra “Con otros ojos”, que curó Fernando Castro, en el Centro Cultural Recoleta. Hay algunos cosas que quiero seguir tomando.
—No hay photoshop en tu elaboración sobre esas imágenes.
—Nada. En realidad lo que traté fue encontrar si había algún punto de unión con mi viejo. Él estaba vivo y vio algo, sabía que yo trabajaba con eso. Lo que me llamó la atención fue el retoque, la intervención que él hacía sobre la placa, una especie de photoshop manual que se hacía para que los personajes retratados aparecieran con la cara como una porcelana. Fue bastante engorroso sacar a luz ese grafito, al principio eran fotos sueltas, después empecé a armar ensambles de fotos relacionadas.
—Era como mostrar el trabajo de tu papá.
—Ponele que sí, pero también rescatar cosas que estaban ocultas. Y ponerlas en valor, como valor expresivo. Trabajar con algo que está atrás, pasarlo adelante, ver lo que no se ve. En ese momento yo estaba trabajando en analógico, me pareció importante mantener ese soporte fotográfico. Pero tenía un montón de problemas técnicos porque los retoques eran muy chiquititos, había que trabajar con cámaras de gran capacidad de acercamiento, iluminar meticulosamente y después llevarlo a la copia, o hacer foto sobre esa foto. Ese trabajo me gustó mucho, fue una forma de acercarme a mi viejo y entender más las cosas. La fotografía me funciona como una posibilidad de entendimiento de quién soy, de dónde vengo y qué es lo que hago. No en un sentido anecdótico, sino de decir “éste es mi paisaje, y no lo cambio”.
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Autorretrato. "No nos hemos apropiado de nuestro paisaje. Somos como extranjeros", dice Frittegotto.
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