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domingo,
17 de
junio de
2007 |
Los medios, el público y las pasiones
Sandra Valdettaro (*)
La relación entre sistema mediático y sistema jurídico es muy compleja. Hay una tensión previa, constitutiva, que tiene que ver con las peculiaridades formales de cada sistema. El propósito de la Justicia es discriminar, en base a un fundado y detenido examen de pruebas, lo que es justo de lo que es injusto. El sistema de medios opera, en cambio, según un par que está lejos de cualquier ideología de “objetividad”.
Dado el carácter “constructivo” del hacer de los medios, la “objetividad” es simplemente una “ideología” profesional que sin embargo actúa, en las prácticas periodísticas concretas, como un horizonte de expectativas. Ese horizonte se dirime entre lo novedoso y lo no novedoso. Es decir que la lógica del quehacer de los medios reside más en una constante producción de “sorpresas” que en la búsqueda de una verdad objetiva.
Tiempos diversos
Uno de los aspectos conflictivos en este caso es el de la temporalidad. El tempo que en los medios requiere una constante producción de sorpresas se impone en tiempo real y en directo. Tal lógica choca con los tempos de la Justicia que, al contrario, para poder dictar sentencia justa, necesita, justamente, “detenerse” en el “tiempo”.
Es por ello que los efectos producidos por los medios, a través de la publicidad de los casos judiciales, aparecen tan fuertemente distorsivos: asignación de culpabilidad atentando contra los derechos privadísimos de las personas; puestas en discurso de distintos mecanismos para decretar “perfiles criminales”; testimonios de fuentes “anónimas” de todo tipo, etcétera.
Dichas condenas “en caliente” producen, sin dudas, graves efectos de estigmatización social en las “víctimas” ocasionales, cuya reparación es, para las mismas, prácticamente imposible. Sin embargo, todo ello se articula con una “complicidad” de las audiencias que produce una escalada en la producción de la condena social.
En el caso Dalmasso es posible reconstruir una genealogía de la “complicidad” entre medios y públicos. Tanto en el efecto de vana “erotización” social producido al relato mediático de la “fiesta negra”, con todas sus fantasías asociadas. Como en la divulgación de innumerables detalles, tanto técnicos como escabrosos, del incesto. Allí toda una fantasmática de lo social se devela.
Los medios, en tal caso, operan más como “máquinas deseantes” que como “aparatos ideológicos”. Pueden verse, si se quiere, como “síntomas” sociales. Principalmente la televisión, por su gramática, se devela, en tales casos, como índice del síntoma social: el sistema de pasiones que ella convoca promueve una especial producción de creencias.
Los dilemas éticos a debatir no conciernen, por lo tanto, sólo a los medios. También a los públicos. No es posible suponer, en relación con cada uno de estos ámbitos (medios-sociedad civil) ni siquiera la más mínima de las ingenuidades.
(*) Doctora en Comunicación.
Investigadora UNR
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