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 miércoles, 18 de octubre de 2006  
Batalla campal. El justicialismo mostró su peor rostro ante la sociedad
Los restos de Juan Domingo Perón, en un viaje bizarro y con final patético
La caravana que salió de la CGT fue acompañada por miles de personas que nunca imaginaron el mal desenlace

Rodolfo Montes / La Capital

Sólo Juan Domingo Perón, tres veces presidente de la Argentina, y con más de 32 años de muerto, podía generar el descalabro que vivió ayer la ciudad de Buenos Aires, y gran parte del Conurbano Sur. Fueron miles -tal vez doscientos o trescientos mil- los que salieron a las calles para ver pasar de cerca el féretro de Perón en su viaje definitivo a San Vicente. Los que salieron espontáneamente a la calle son parte de los pobres de siempre y los de ahora, los precarios, las desaliñados, los envejecidos, los desdentados, habitantes de los márgenes. Se arrimaron a la autopista, a la ruta, a lo largo de más de 50 kilómetros, para saludar, con los ojos húmedos por la emoción grande, entre el centro de Buenos Aires y la quinta de San Vicente.

Fue un espectáculo vibrante en cada metro a metro que avanzaba la cureña portando el féretro de Perón, traccionada por un jeep militar en cuya chapa patente delantera se leían los seis caracteres Gaucho. Una bandera argentina, centenares de flores, el sol de la tarde y la gente que brotaba desde todos los rincones. El viaje de la CGT a San Vicente no tuvo nunca clima de dolor ni de evocación necrofílica. Más bien fue una evocación emotiva, festiva, y también bizarra. Al cabo, fue una celebración peronista que, más o menos en línea con buena parte de su historia, terminó mal. "Porque algunos muchachos no supieron pisar el freno", justificó Antonio Cafiero, el orador central del acto.

El peronismo volvió ayer a insinuar su condición de marea indomable, de magma incendiaria de las mejores y también de las peores culturas populares. Peronismo auténtico y también kitsch, el de ayer, que volvió a sucumbir ingenuamente, ante decenas de cámaras de televisión, por una patética pelea a palazos, piedrazos y balas de fuego entre dos sectores sindicales: Uocra y Camioneros. Y alcanzó así su peor cara, la del peronismo patético.

Eran casi las 18.30 y nada pudo suceder peor. En el mismo instante en que el féretro de Perón se estacionó frente al palco en San Vicente, por tercera vez en la tarde estalló la batalla brutal y encarnizada -esta vez a palazos y piedrazos- entre sectores de la Uocra y Camioneros. "¿Qué pasó que está todo mal con Moyano?", preguntó La Capital a un militante de la Uocra, que portaba un contundente palo en su mano derecha. "Nos quisieron correr, y es la tercera vez en el día", replicó con palabras escuetas, aunque suficientes.

A esa altura de la tarde el acto había sufrido un deterioro tal que estuvo a punto de ser suspendido. Desde Néstor Kirchner para abajo, decenas de figuras de primera y segunda línea se habían bajado de una experiencia que ya no tenía arreglo. Quedó apenas el gobernador de Entre Ríos Jorge Busti expuesto -desde el palco- a la lluvia de proyectiles que los muchachos albañiles le arrojaron a Hugo Moyano, segundo orador de la tarde, luego de la apertura de presentación de la intendenta de San Vicente, Brígida de Arcuri.

"Los idiotas útiles no podrán romper este acto, porque a la figura de Perón no podrá empañarla nada ni nadie, aunque estos imbéciles quieran impedirlo", disparó un Moyano enfurecido. Pero no fue suficiente, el mundo bizarro del peronismo había virado hacia su zona más patética. Y no hubo vuelta atrás. Recrudecieron los palos y los golpes.

En el final, cuando todos los dirigentes de tercera línea que ocupaban el centro de la escena sólo pensaban en irse pronto del lugar, el legendario Antonio Cafiero restó importancia a las peleas: "Dejemos las diferencias de lado, yo no me aflijo tanto por los enfrentamientos, son cosas inevitables", contemporizó. Mientras tanto, en un sector de los jardines de 19 hectáreas de la quinta 17 de Octubre, las esculturas gigantes de Perón y Evita, "Monumento al descamisado", construidas en mármol de carrara y de 35 mil kilos de peso cada una de ellas, continuaban ahí, en silencio, dramáticamente descabezadas. Tal cual fueron profanadas por los dictadores del 55. Y aún no restituidas en su totalidad.
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El titular de la CGT, Hugo Moyano, habla a la multitud en medio de una lluvia de piedras.

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