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miércoles,
11 de
octubre de
2006 |
Editorial
El riesgo atómico crece
Ante la inexplicable pasividad del mundo, Corea del Norte acaba de sumarse al llamado “club nuclear” luego de haber efectuado una prueba subterránea. Si se piensa en las características del régimen que gobierna a la nación asiática -autoritario en grado sumo, con rasgos estalinistas- la intranquilidad queda plenamente justificada.
Mientras la Argentina entera se conmovía por la muerte de nueve adolescentes en un horrible accidente de tránsito sobre la ruta 11, el mundo experimentaba un estremecimiento en su espina dorsal al difundirse que Corea del Norte había realizado una prueba nuclear subterránea, hecho que demuestra la capacidad de la enigmática y aislada nación asiática para detonar armas atómicas. La demostración de poderío bélico efectuada por el régimen que conduce con mano de hierro el dictador Kim Jong Il abre un poderoso signo de interrogación en torno de la real eficacia de la política de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre la no proliferación y también pone en tela de juicio las acciones llevadas adelante en el mismo sentido por Estados Unidos bajo la presidencia de George W. Bush.
La situación en el sudeste asiático se presenta, entonces, como otro frente de profunda preocupación que debe sumarse al de Medio Oriente, donde el discurso abiertamente antisemita de Mahmoud Ahmadineyad dista de contribuir a pacificar los ánimos. El temor es concreto: una carrera armamentística pondría en peligro la estabilidad de una región cuyo equilibrio es ya de por sí lo suficientemente precario.
Lo sucedido en Norcorea se alimenta de una paradoja: la de una nación cercada por la pobreza y el hambre, gobernada por un régimen despótico que se inició desde la fundación del país en 1948, que sin embargo es dueña de uno de los más poderosos ejércitos del globo: de acuerdo con los especialistas, ocupa el puesto número cinco en el planeta. El culto a la personalidad -de fuerte sesgo estalinista- de su líder, que continúa la línea de mano dura inaugurada por su padre Kim Il Sung, es uno de los rasgos típicos de un régimen caracterizado por el empleo cotidiano del terror y reiteradamente denunciado en los más prestigiosos foros internacionales por violación de los derechos humanos.
Si bien los indicios señalan que Corea del Norte no estaría aún en condiciones de amenazar concretamente a sus vecinos con armas nucleares, ya que no dispondría todavía de la tecnología necesaria para montarlas sobre misiles, la consternación persiste: el impredecible Estado sudasiático se ha sumado al llamado "club nuclear", que integran EEUU, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña como integrantes principales, a los cuales deben agregarse Pakistán, India, Israel (que no lo admite de manera oficial) y, desde anteayer, Norcorea.
Las resoluciones de condena de la ONU y las críticas duras emitidas en todo el mundo no parecen ser el medio adecuado para modificar el rumbo de las cosas, en lo que constituye una nueva prueba de la inoperancia de los organismos internacionales cuando lo que está en juego excede los límites de la diplomacia formal. También la política exterior norteamericana conducida por la administración Bush ha dejado expuesta su ineficacia para evitar el desarrollo atómico del régimen norcoreano.
El peligro ya ha abandonado el terreno de las suposiciones para transformarse en hecho concreto. Es hora, entonces, de reformular parámetros e introducir una necesaria dosis de previsibilidad en medio de tantas y tan riesgosas incógnitas.
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