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domingo,
23 de
julio de
2006 |
[Indagaciones]
Verde que te quiero verde
"Ajenjo" es el título de un libro que cuenta la historia de la bebida que delitó a escritores y pintores cuando se extinguía el siglo XIX
Lisy Smiles / La Capital
"El prohibicionista debe ser una persona sin un carácter moral, ya que no puede concebir aun hombre capaz de resistir las tentaciones". El autor de la frase es el escritor Aleister Crowley, y fue la elegida por Eduardo Berti como final del prólogo que escribió para "Ajenjo", un libro de Phil Baker (editado por Cántaro) que es un verdadero manual donde se desgrana la historia de esta bebida, adorada por los bohemios de fines del siglo XIX. Entre sus seguidores figuran Oscar Wilde, Edgar Allan Poe, Paul Verlaine, Arthur Rimbaud, Vincent Van Gogh y Pablo Picasso.
Sus declarados dotes alucinógenos y su fuerte carácter alcohólico sumados a los aconteceres históricos y culturales de aquel fin de milenio llevaron a su prohibición en distintos países, pero el halo de su diosa verde (imagen ligada a su color y a su propuesta estética) parece retornar hoy, según asegura el autor.
Por estos lares, quizá se recuerde algo de ese ambiente si se nombra una de las marcas que lo llevaron a popularizarse: Pernod.
También puede sonar en los oídos de más de uno de la mano de un tango de Canaro y Pesce que cantaba Tita Merello, "Copa de ajenjo", donde la bebida obviamente servía para ahogar penas. Más sobre estos días, un soneto de Joaquín Sabina ("Talones al portador") agradece a este licor los placeres brindados.
Pero volviendo al libro, Baker realiza un ordenado recorrido por la historia de esta infusión transformada en elixir para algunos y en demonio, para otros. Así, cuenta sobre las utilidades medicinales de esta hierba, que fue promovida hasta por el propio Galeno. Justamente, la aparición de la versión alicorada, elegida por poetas y pintores, habría ocurrido de la mano de un médico francés afincado en Suiza, quien se especializaba en pócimas curativas. La llamó absinthe, palabra cercana a su nombre científico.
El remedio comenzó a circular y la receta fue legada, vendida y aprovechada por distintos empresarios de ocasión hasta que comenzó a fabricarse en forma industrial.
Una década clave
El año 1890 aparece como el de mayor auge de la bebida, que llevó a sus usuarios a tomarla de determinada manera, convirtiendo en un rito ese momento. Se servía en una copa de pie ancho, sobre ella debía ponerse una cucharita agujereada con un terrón de azúcar y sobre este aditamento se vertía con suavidad, pero firmeza, agua. El licor verde comenzaba a tornarse opalino, en un juego de imágenes que algunos sindican como antecesor de la psicodelia.
El escenario de la hora verde lo prestaban los cafés parisinos, o salones ingleses. Justamente en Francia e Inglaterra fue donde encontró mayores adeptos, aunque también en Suiza, España y Estados Unidos, y algunos países de Europa del este.
Baker no sólo repasa la historia de la bebida, sino que explica cómo se fabricaba y su composición, de acuerdo a la procedencia o marca. También busca en las voces de los famosos cómo logró impactar en sus obras.
En las casi trescientas páginas que componen "Ajenjo" puede leerse a Verlaine o Wilde pero también a un sin número de ocasionales testigos de aquella época, quienes dan cuenta de caravanas ensoñadas, donde el paseante, si estaba sobrio, podía reconocer a Toulouse-Lautrec, Rimbaud o Alfred Jarry degustando unos cuantos vasos.
El autor retoma además la polémica sobre los efectos del ajenjo y es ahí donde si bien da cuenta de la discusión, permitiendo que hablen defensores y prohibicionistas, vuelca su opinión en al menos desmitificar algunos supuestos. Es que de acuerdo a las pruebas recolectadas por Baker, quienes cargaron un demonio sobre el ajenjo olvidaron la graduación alcohólica que portaba por entonces la bebida. De todas maneras, el autor no desconoce las características alucinógenas de su ingrediente activo, el thujone, que también se encuentra en el hinojo o la nuez moscada.
Entre fórmulas y dosis
Pero el cóctel fatal tenía varios ingredientes. Además de las proporciones en su composición también incidían las dosis que se consumían, y las pasiones del usuario. Ciertos episodios protagonizados por algunos bebedores famosos fueron vistos por los moralistas de la época como absolutamente decadentes y demenciales. Y la culpa era cargada en la cuenta del ajenjo, sin importar las características propias de los bebedores. Que Van Gogh se cortó la oreja por culpa de esta bebida, que Wilde perdió sus estribos por el ajenjo, que Verlaine tiroteó a Rimbaud embebido en el licor verde fueron algunos de ellos y sirvieron de argumentos para comenzar con una ola prohibicionista.
Sin embargo para la historia oficial fue un hecho policial, un verdadero drama familiar, el que sirvió para blandir la bandera antiajenjo en Europa. En 1905, un campesino suizo extrajo su viejo rifle militar y disparó contra su mujer embarazada y sus hijas de 4 y 2 años. Tras matarlas intentó suicidarse pero falló. El hombre, se resaltaba en las crónicas de la época, había tomado dos vasos de ajenjo.
La opinión pública la embistió contra esta bebida sin importarle que el señor también había ingerido antes de la tragedia crema de menta, un coñac, y dos litros de vino, entre otras vituallas. La lápida al ajenjo ya estaba encargada, sin que se dijera que la prohibición francesa también se gestó ante el temor de que la bebida se torne masiva entre la clase trabajadora, ya que hasta entonces era un bien de la burguesía.
Historias como estas, y muchas pero muchas otras, pueblan el libro de Baker que llega hasta la actualidad. Pone al tanto al lector sobre los países donde puede consumirse, las características de las marcas que hoy se venden y hasta brinda direcciones en Internet donde es posible desafiar las fronteras de la ley de seca y encargar una botella. El ajenjo a un click de su mano.
Un lectura aparte es la que merecen las ilustraciones del libro, verdaderas perlas que además pueden apreciarse ampliadas en la excelente página http://www.oxygenee.com.
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