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 miércoles, 05 de julio de 2006  
EDITORIAL
Vandalismo que no cesa

Uno de los síntomas más preocupantes que acreditan el profundo mal social que aqueja a la Argentina es la recurrente presencia del vandalismo, así como la lumpenización de los espacios urbanos. Cuando se alude, en efecto, a la incidencia de la crisis no sólo debe hacerse hincapié en el auge de la delincuencia sino también en los comportamientos destructivos que ostentan, acaso no inexplicablemente, numerosos jóvenes.

Dos recientes sucesos ilustran de modo tan adecuado como preocupante el poderoso arraigo de la tendencia descripta: los destrozos provocados en la Escuela Primaria Nº1235 Constancio C. Vigil y las pintadas ofensivas efectuadas en el frente del Colegio Alemán, como absurda revancha de la derrota de la selección argentina en la Copa del Mundo a manos de los germanos.

Ambos hechos reflejan una actitud vinculada al resentimiento, el odio y un profundo escepticismo sobre los mecanismos por intermedio de los cuales funciona la sociedad: es decir, el cuidado del patrimonio común y el respeto por el prójimo.

Lo ocurrido en la tradicional institución educacional rosarina situada en Ayacucho al 2750 posee rasgos típicos del comportamiento vandálico. Es que quienes ingresaron en la Vigil durante la noche del pasado domingo no lo hicieron con propósitos de robo, sino simplemente para hacer daño. Tras toparse de hito en hito con un paisaje de devastación, la directora reflexionó, no sin una dosis de sorpresa: "Lo hicieron solamente para pasar el rato, porque no se llevaron nada".

Piénsese en lo dramático de la frase utilizada por la docente: "Pasar el rato". Es que ciertamente, no existe descripción posible que sea tan atinada para dar cuenta del vacío moral profundo que se presenta como trasfondo del daño por el daño mismo. Derramar el contenido de tarros de pintura, romper elementos didácticos y vidrios, quemar cestos y mapas, e incluso destrozar trabajos realizados por los propios alumnos como prototipos hechos en madera balsa son algunas de las penosas hazañas protagonizadas por un grupo aún no identificado que ingresó al sitio por los techos. La pregunta que inevitablemente queda flotando tras el relevamiento de sucesos como este es: ¿por qué? Y la respuesta que inevitablemente la sucede es el silencio.

Es que ninguna actitud puede ser leída como tan evidentemente antisocial, tan por completo desvinculada de los mejores rasgos del hombre. Un país que durante largo tiempo entronizó un modelo disgregador, signado por el individualismo y la indiferencia, fue caldo de cultivo ideal de comportamientos semejantes: he aquí los frutos, sin duda amargos.

No resultará sencillo erradicar tales prácticas, hijas del desconcierto y la desesperanza. Para ello habrá que educar, crear trabajo y brindar posibilidades: abrir horizontes, construir una Argentina nueva.

Tal vez ya se haya comenzado.
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