|
domingo,
02 de
julio de
2006 |
La literatura considerada como cuestión de estado
Matías Piccolo
El seguimiento de las utilidades y transferencias que el "escritor-artista" tiene para con el Estado del 900 va exponiendo la evidencia plena de la existencia del departamento literario en el edificio de orden y planeamiento del país. Miguel Dalmaroni revisa lo dicho y sucedido sobre este tramo decisivo de la historia nacional, cuyo nudo da en el Centenario, que va desde 1888 a 1917.
Cotejando planes de lectura y formulando otras hipótesis, Dalmaroni traza en el libro un mapa de la cuestión "escritores argentinos y Estado", al acecho de la figura sobresaliente de Leopoldo Lugones. Cada una de las gestas literarias que el cordobés ejecutó, para ubicarse en el centro del discurso artístico intelectual y nacional, está explicada y analizada en un complejo orgánico de estatus social, producción estética y figuración política que derivan del trabajo público y profesional del rubro literario. Por allí concluye Dalmaroni en que el primer éxito fuerte del pacto de Lugones con el Estado es la publicación de "Las ruinas jesuíticas" (1904), un libro que le encarga Joaquín V. González, por aquel entonces ministro del Interior de Julio A. Roca.
Pero además Ricardo Rojas y Roberto Payró, y en menor medida, como un "raro caso", Emilio Becher, son las otras plumas involucradas en aquella modernización estatal y literaria. Dalmaroni escribe también esas excursiones.
Rojas, en la misma misa que Lugones, pero más historiográfico e institucional, "organiza una concepción funcional de la literatura como ficción explicativa y orientadora de la conducta social". Con Payró la relación "de concordancia mutuamente beneficiosa entre Estado y nuevas letras" adquiere ciertos rasgos trágicos: el escritor profesional fosiliza su cantera espiritual y estética mientras su economía crece lejos del reconocimiento literario.
La hipótesis que rueda en el libro es que "durante la modernización de la literatura argentina, tanto algunos escritores-artistas como ciertos funcionarios públicos concedieron, desearon, imaginaron o alcanzaron a creer que planificar el Estado era la misión principal de las nuevas letras y, luego, la justificación del escritor moderno y de su lugar en la sociedad". Dalmaroni confronta esta idea con aquella otra que releva la autonomización de los intelectuales y los artistas como un producto de la negación o impugnación del Estado.
Hacia el final, Dalmaroni deja una coda con Mansilla, Saer y Aira, "Irresponsables", y entonces interpreta que con Mansilla "Yo es otro", con Saer se da "Una furia antiestatal del último modernista" y con Aira "Yo es tonto, opa"; son esas las guardias que estos escritores artistas adoptan para enfrentarse a la "presión" del Estado.
La situación escrita en "Una república de las letras" dispone un núcleo de tensión que desnuda un viejo y acuciante problema: la creciente autonomía profesional, moderna, de las artes y las letras, moviliza a establecer forzosamente algún tipo de relación de servicio con la empresa del Estado-nación en crecimiento, o al menos con la canasta editorial del mercado que escenifica esta tarea.
Pero volcar la literatura hacia los planes de un "servicio" augura nubarrones. Este lugar común se descontractura en el libro de Miguel Dalmaroni y abre la lectura a diferentes tipos de "movimientos" que los escritorios de las personalidades literarias desarrollan para materializar su plan de continuidad o desafectación con la máquina estatal.
Lo que despierta y alborota, en esta mesa de discusión, es la tentación de encadenar a lo indagado la formulación de una siguiente problemática: si el Estado es una rémora del arte o el arte adquiere su espesor histórico y su estatuto en justa amalgama con aquel. También convida a considerar todavía algo más: ese escrúpulo actual hacia la "burocratización estatal", ¿es producto de una manía anticomunitaria y disolvente? ¿O se debe a una excesiva demonización de lo estatal que confunde el patrimonio público de una nación con el poder corporativo de los gobiernos? Es decir, el pacto del artista con el Estado no está visto como el rasgo de una militancia patriótica necesaria en beneficio de la identidad nacional sino como una sujeción a los planes tiranos de control.
"Una república de las letras" expone una vital investigación histórica y estética que acomoda la fábrica literaria en el trajín de los trabajos y los días de la sociedad. Será provechoso seguirla a fin de profundizar la concepción de los compromisos entre intelectuales-artistas y sociedad estatal, y optimizar la circulación de los valores y las riquezas, para lo que dice estar, preparándose, el Estado en Democracia.
enviar nota por e-mail
|
|
Fotos
|
|
Ricardo Rojas "organiza una concepción funcional de la literatura", dice Dalmaroni.
|
|
|