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domingo,
02 de
julio de
2006 |
Editorial
Las lecciones del fútbol
La dura derrota ante Alemania en el Mundial debe ser asimilada con inteligencia por la sociedad argentina, que suele adolecer de triunfalismo superficial cuando más necesita de autocrítica lúcida. El análisis estrictamente futbolístico puede traspolarse a ámbitos más trascendentes.
Desde la euforia más absoluta, apenas doce metros bastaron para llegar a la depresión más profunda. La Argentina ya conoce demasiado bien ese trayecto: lo ha recorrido en innumerables ocasiones, en una clara prueba de que la madurez y el equilibrio distan de ser los rasgos más nítidos del rostro de su pueblo. En este caso, el fútbol podría volverse -otra vez- metáfora de una sociedad triunfalista en exceso, que no suele perdonar, comprender ni recordar a quienes no alcanzan el último peldaño en la empinada escalera del éxito.
Acaso aún sea demasiado pronto para hacer un balance de la gestión del equipo que condujo José Néstor Pekerman en el Mundial que se desarrolla en Alemania y por otra parte ese no es el propósito de esta columna, que sólo propone una reflexión en torno de los modos en que puede ser metabolizada por la gente la dolorosa -y acaso inmerecida- derrota de la selección. Una vez pasada la primera ola de comprensible tristeza, el fútbol podría convertirse nuevamente en la escuela capaz de impartir valiosos conocimientos.
Y la primera lección resulta transparente: el país debe confiar en sus propias fuerzas y en sus intransferibles rasgos identitarios. Innegables resultan las cualidades de los futbolistas argentinos, tal cual lo atestiguan los numerosos galardones conseguidos a lo largo de la historia y los altos precios que por sus servicios se abonan en los mercados mundiales. Su talento individual puede equipararse, justamente, al de la reconocida capacidad argentina en rubros múltiples, sólo en tanto y en cuanto no se incluya el aspecto colectivo. Es allí donde suele fallarse: cuando el número de compatriotas excede la magra e insuficiente unidad.
Pero confiar en las fuerzas propias implica necesariamente creer hasta el final en la identidad que se porta de manera inevitable: el partido contra los germanos podría convertirse en una imagen fiel de que dejar de ser como se es dista de consistir en la mejor receta para obtener el éxito.
Y ese ha sido un error habitual entre quienes nacen en estas tierras: la mirada permanentemente fija en el exterior y la adoración acrítica de modelos foráneos causaron daños incalculables en ámbitos tan diversos como la cultura y la política. En el terreno futbolístico, los especialistas saben bien que, con las excepciones que confirman la regla, el buen trato de pelota y la impronta ofensiva han sido desde siempre la marca de fábrica de los argentinos. Tal vez fue nada menos que ese detalle lo que se olvidó en los fatales minutos finales del encuentro, antes del período suplementario, cuando se intentó defender de manera inadecuada una diferencia que se justificaba con largueza.
Los hombres y los pueblos sabios aprenden de sus errores. Ojalá lo haga la Argentina, que atraviesa una coyuntura compleja en la cual necesita más que nunca ser fiel a sí misma.
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