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 domingo, 05 de marzo de 2006  
Dos casinos ilegales funcionan en el centro de la capital provincial
Uno está en el Club del Orden, una de las entidades más tradicionales de la ciudad, bastión de sectores de la élite económica y social capitalina. La otra sala está en el Círculo Italiano, a dos cuadras de la terminal

Hernán Lascano / La Capital

Con las señas informales de lo que está al margen de la ley pero la organización distintiva de una actividad consolidada, funciona por estos días una casa de apuestas clandestinas en pleno centro de la ciudad de Santa Fe, a pocas cuadras de la mismísima Casa de Gobierno. El movimiento de un público heterogéneo que se renueva y la circulación de dinero traducido en fichas concuerda con la idea de que se trata de un negocio rentable y tutelado. Parece contribuir también a ello la sorprendente sede del emprendimiento: el Club del Orden, una institución que fue insignia de las clases acomodadas de la capital provincial, ahora escenario de iniciativas de otro tipo.

No es éste el único lugar donde se puede tentar a la suerte en la ciudad. En el también céntrico Círculo Italiano, ubicado a dos cuadras de la terminal de ómnibus santafesina, por las noches hombres y mujeres de toda edad se acomodan a jugar en las mesas de otro minicasino.

Dos salones de juego ilícito, en lugares reconocidos y situados a diez cuadras uno de otro en el área central de la ciudad. La indicación no es un gran descubrimiento. Tampoco es tanta su significación por la actividad de los que apuestan o de los dueños del proyecto. Lo que tiene mayor dimensión es lo que presupone su apabullante visibilidad: que algo tan notorio escape del conocimiento de las autoridades policiales, judiciales y de gobierno resulta difícil de imaginar.


Dentro del juego
El edificio señorial de San Martín 1936, a media cuadra del inicio de la peatonal, ostenta una placa bronceada en el frente que enuncia "Patrimonio histórico provincial". El pórtico abierto del Club del Orden da paso a un corredor y a unos quince metros un portero con una planilla escudriña al recién llegado. Pronunciar el nombre de un conocido, frecuentador de la casa, es la contraseña. El empleado pide entonces nombre y documento y los añade a la planilla. Para tener derecho al acceso hay que pagar dos pesos.

Es jueves a la nochecita. Hay un mozo uniformado sentado a la barra de la planta baja y a su costado una escalera semicircular conduce al primer piso. A la izquierda se ingresa a una habitación cuadrada pintada de un color crema decrépito. Allí hay diez máquinas para jugar al póker. La marca de cinco de ellas es Caribbean Póker. Varias personas reconcentradas en las pantallas miden su suerte.

A la izquierda de ese cuarto hay otro de disposición rectangular, con cuatro puertas y dos cuadros con imágenes remilgadas de naipes en las paredes. En el centro del salón está la ruleta electrónica multicolor con ocho comandos y otros tantos apostadores en ellas. El público es clasemediano y diverso, también poco uniforme al momento de invertir en sus jugadas. Una mujer vestida sin elegancia y discretamente saca de su cartera 300 pesos y pide fichas. Pero es temprano y a esa hora nadie juega tan fuerte: la mayoría lo hace por menos de 100. "Los que ponen de verdad vienen a la noche", insinúa un asistente joven, devolviendo un comentario.

El garito del Club del Orden arranca todos los días a las 14 y las máquinas marchan hasta las 3 de la madrugada. Una cajera va y viene por los dos salones atendiendo lo que le requieren los apostadores. La ficha de ruleta cuesta 20 centavos y con un mínimo inicial de diez pesos de apuesta el croupier le cede, si está desocupada, una de las ocho plazas disponibles, mientras la cajera carga las fichas desde la base del tablero. El comando que acciona el jugador es simple: una palanca móvil guía la selección de las opciones, un botón rojo establece el monto de la apuesta, uno amarillo sirve para coronar el pleno y uno verde para cancelar la elección.

Quienes aseguraron a La Capital que había un casino en el Club del Orden, lo que este diario comprobó que es cierto, afirman que el proyecto funciona hace cinco meses, tras una interrupción por un lapso algo menor, ya que con anterioridad también corrían allí las apuestas. También aducen que el público es dispar: están las amas de casa que renuevan fichas cambiando de a billetes de dos pesos y que encuentran allí un pasatiempo, pero además apostadores de otra jerarquía: hombres del comercio, de empresas exportadoras y productores agropecuarios son los que más dividendos dejan con sus combinaciones sobre el tablero. Incluso, dijeron los voceros y reiteraron varios conocedores del negocio, no es nada infrecuente que funcionarios del Poder Judicial y policías sin uniforme hagan una pasada por el primer piso de la institución.




La otra rula
El Círculo Italiano es un clásico comedor y una referencia urbana destacada de Santa Fe. El edificio de Hipólito Yrigoyen 2451 es una construcción sólida y amplia de la primera mitad del siglo pasado. Para subir y jugar unas fichas en el minicasino del primer piso no hay tanta ceremonia como en el otro. Un empleado responde que se juega a partir de las 20.30 y que el horario de mayor afluencia es a partir de las 22. No se paga entrada.

Más amplia, revestida en plástico negro brillante, la ruleta tiene capacidad para doce jugadores simultáneos. La bolilla gira en una rueda que está al medio de la mesa. Tiene dos tableros electrónicos. En cada uno de ellos seis jugadores, tres de cada lado, hacen sus combinaciones. Los comandos son seis botones: cuatro son los cursores que dirigen las fichas, otro selecciona la apuesta y el último permite borrarla. La ficha también vale 20 centavos.

Dicen en el lugar que esta máquina estaba antes en el Club del Orden. Como arrendatario señalan a un tal Víctor A., capitalista de juego. En el vastísimo salón el jueves pasado había además cinco máquinas de póker, dos mesas de black jack y una de punto y banca.

Aunque el carácter de estos dos lugares de juego es subterráneo, el conocimiento de la existencia de ambos no parece serlo en absoluto. En un baño de la terminal de ómnibus, el cronista le preguntó a un encargado si sabía de una ruleta cerca. "En la Sociedad Italiana", respondió. Lo mismo sugirió, con complicidad y ante idéntica consulta, el mozo de uno de los bares situados en proximidades de la Casa Gris, mencionando el Club del Orden. "Es conocido", comentó mientras servía un liso.


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Tras la fachada del histórico Club del Orden se esconde un salón de juego ilícito.

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