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 domingo, 09 de octubre de 2005  
[Lecturas]
Una familia muy normal
Narrativa. "Pudor", de Santiago Roncagliolo. Alfaguara, Buenos Aires, 184 páginas, $25.

Lisy Smiles / La Capital

¿Cuánto esconde cada miembro de una familia (inclusive un gato) para acordar convivir todos juntos bajo un mismo techo? La pregunta taladra de lleno ese conglomerado de vidas, y es el estilete que utiliza Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) para trazar los amores, miedos y deseos de Alfredo y Lucy; de Mariana y Sergio, sus hijos; de Papapa, el abuelo, y de un casi innominado felino. "Pudor" es el título de la novela y es la palabra que tan sólo aparece nombrada tres veces en 184 páginas pero que se sospecha en cada vida de esta familia tan normal.

Roncagliolo ha trabajado como guionista de televisión y periodista, y se nota. Durante casi toda la novela maneja los tiempos narrativos como capítulos de una serie, o como mosaicos cuidadosamente acomodados de un filme. De hecho, el texto está plagado de sugerentes imágenes que el lector quiere mirar. Logra ese clima de poner al lector como una especie de voyeur, donde el pudor es una clave en cada personaje pero también se esparce sobre aquel que se entrometa en la historia.

Todos los integrantes de la familia esconden secretos ante los demás, pero los confiesan de la mano del autor. Esa es la sensación. La confesión extiende su halo sobre el lector que, por momentos y si lo acepta, se siente cómplice en cada historia.

Hay amor pero también mucho desencanto, hay amantes reales y no tanto, erotismo y represión, iniciación y muerte. Un cóctel que vive mientras la familia cumple con los ritos cotidianos. Bañarse, desayunar, ir al colegio, trabajar, sentarse en un banco de una plaza, visitar a familiares o amigos, volver, cenar, dormir. Hasta el gato cumple con los ritos dispuestos para él, pero con un plus: piensa, siente y opina sobre las vidas ajenas.

La apariencia y lo que realmente ocurre en cada mundo íntimo son los dos cabos de la narración que juegan a tensarla a cada instante. Y la cuerda se corta en cada caso y de distintas maneras. Los límites se borran y cada uno parece dispuesto a romper ese pacto tan común de la eterna convivencia. Eso de asumirse más allá de la familia.

Alfredo, el padre, sabe que sólo tiene seis meses de vida pero no logra decirlo; Lucy, la madre, vuelve a sentirse mujer de la mano de alguien que le envía insinuantes anónimos; Mariana, la hija adolescente, se erotiza con una compañera de colegio; Sergio, el hijo, empieza a descubrir el sexo y ve fantasmas; Papapa, el abuelo, añora como todo viejo pero desea el amor en presente; y el gato enloquece por un olor extraño. Así, se muestran cada uno de los integrantes de esta familia que intenta esconder todo aquello que ansía más allá de sí misma.

El autor maneja el juego de identificaciones. Es que la familia, esa tan típica, abraza a muchos. Y sin decirlo, casi como los propios personajes, involucra al lector al manejar las fichas de ese juego de reconocimientos. Y a quién no le gusta, acaso, escuchar historias de familias.

Hay anécdotas más o menos sórdidas, o con mayor carga erótica o de ternura, pero el relato fluye. Y fluye hacia un final, obviamente, donde cada ambiente logrado a través del libro se revive no sin cierto cinismo. Un cinismo por supuesto aparente.
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