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 domingo, 09 de octubre de 2005  
Reflexiones
La Argentina de los dos Rosarios

Carlos Duclós / La Capital

Para conocer las variables de la economía no hace falta introducirse en la página web del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, basta solamente con escuchar los comentarios de las amas de casas frente a las góndolas de los supermercados o los comentarios de los trabajadores cuando perciben sus sueldos. Para conocer cómo se comportan las empresas de servicios es suficiente con escuchar las exclamaciones de desaprobación de un miembro de la familia cuando el portero del edificio desliza por debajo de la puerta la factura de la EPE o escuchar al señor que despotrica contra la empresa de telefonía celular porque no se puede comunicar o porque muchos minutos libres desaparecieron sin que hubiera realizado llamados. Y para tener un panorama exacto de lo que cuesta alquilar una vivienda en la Argentina no es necesario concurrir a ninguna cámara, sino escuchar los lamentos de una señora, viuda y con dos hijos, que debe renovar el contrato y está desesperada. ¿Su destino y el de sus hijos? Nadie lo sabe. ¿Su amparo? Ninguno, o mejor dicho: Dios.

El comentario, anteayer, de una señora frente a las estanterías de los productos lácteos en un supermercado, y que da pie para estas reflexiones, es bastante ejemplificador: “Venir al súper resulta una tarea deprimente. Antes uno hacía las compras con cierta alegría, pensando lo que podía brindar a su familia a la hora del almuerzo o la cena, pero ahora eso pasa a ser algo dramático, porque el dinero con que se cuenta no alcanza ni para una cuarta parte de lo que se necesita”. Huelgan las aclaraciones y basta con analizar algunas de las ideas soltadas en tan pocas palabras: depresión, pérdida de la alegría, carencia, ocaso de la dicha familiar.

El presidente de la Nación, Néstor Kirchner, en las tribunas de campaña, se ha mostrado muy molesto con este aumento de los precios de la canasta familiar y acusó lisa y llanamente a los supermercadistas. El señor Alfredo Coto se fastidió y le respondió a través de algunos medios al presidente que “hay que trabajar y no enojarse”. Para este empresario, quien seguramente no debe padecer las dificultades que atraviesa el ciudadano medio argentino, la realidad es la siguiente: “El excedente de la balanza de pagos es favorable, no hay déficit fiscal, la macro va bien, faltan cosas por hacer, pero no hay que dramatizar”. En este sentido el empresario tiene razón, pero omitió algo muy importante: no hay en la República Argentina una justa distribución de la riqueza. ¿No hay que dramatizar?

Razón no le falta al presidente para estar enojado, pero lástima que en este país el enojo de las campañas no se plasme en las acciones de gobierno. Y así, el escenario nos muestra una realidad histórica que no ha cambiado desde muchos años a esta parte y que el ex presidente Perón las acuñara en la recordada frase: “Los precios van por el ascensor y los salarios por la escalera”. Claro que ni sus propios seguidores se ocuparon, en su turno, de modificar este triste desfasaje. Cuando los trabajadores hicieron valer sus derechos y mediante luchas justas reivindicaron el valor del salario, a las pocas horas aparecieron, siempre, las máquinas remarcadoras de precios. Esta es la cultura del egoísmo de la que no pudo ni puede sustraerse buena parte del empresariado argentino que jamás resignó un poco de su rédito en aras del bien común.




Las palabras de Mirás
Por eso deben ponderarse las palabras de monseñor Eduardo Mirás en la homilía de la misa en honor de la Virgen de Rosario: “Todos padecemos el peligro de vivir sumidos en propuestas engañosas que nos asaltan siempre; son las tentaciones del tener, del poder, de aferrarnos a formas de felicidad efímeras que sólo sacian un instante de nuestra existencia y nos dejamos llevar por ellas en vez de adherir con la vida al proyecto de amor que Dios nos propone“. Siguió diciendo el alto prelado algo sobre lo que muchos empresarios y funcionarios argentinos deberían reflexionar: “Dios se nos presenta en cada momento en el rostro preocupado del pobre, en el abandono del niño de la calle, en la mirada sin horizonte de quienes perdieron la esperanza y en el cuerpo agobiado del enfermo y del anciano solitario. Y nos llama a comprometernos con todos los hermanos, y a transformar el mundo con nuestras actitudes y con nuestras vidas”.






Sólo electores y consumidores
Claro que la reflexión es difícil cuando se vive en la cultura del poder efímero, desconociendo la virtud de la solidaridad y el amor al prójimo. El análisis de tan profundas palabras debe resultar dificultoso a ciertos políticos y funcionarios y a algunos empresarios para quienes, desde su punto de visión de la existencia humana, el ser humano no es más que un ser que elije, que vota, o un simple ser que consume. Para dispersar un poco la visión del escenario ideológico y darle a cada uno lo que le corresponde de bueno, no puede dejar de coincidirse con la titular del Ari, Elisa Carrió, cuando dijo hace pocas horas que “hay un solo camino para construir la paz y es la redistribución de la riqueza“. El logro de esa paz implica la transformación cultural que se necesita urgente y prioritariamente, porque no es una cuestión económica la que debe modificarse primerante, sino un aspecto cultural. Se debe sustituir la cultura de la política al servicio del poder, por la del poder al servicio de la política, considerada esta última como una de las formas de altruismo más sublimes que puedan existir. Sin este cambio profundo, toda modificación en la economía será endeble y efímera.

Retornando a Mirás y apelando a sus dichos de que hay dos Rosarios: la de los que pueden vivir las alegrías del feriado largo y las de los que viven en la periferia, podría decirse que hay también dos Argentinas con dos Rosarios en la mano: la una da gracias a Dios (si las da) por los beneficios recibidos, la otra, mucho más abajo, mucho más sumergida, suplica que a la primera se le caiga un poco de lo que tiene.




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